EL PAíS › OPINION
La trampa de Latinoamerica
Por James Neilson
En otros tiempos, la llegada, respaldada por una mayoría aplastante, de un izquierdista o incluso de un centrista a la presidencia del país menos equitativo de la Tierra no hubiera significado otra cosa que una revolución porque una mayor igualdad, aunque sólo se tratara de un poquito, sería inconcebible sin la transferencia de mucho dinero desde las cuentas de los ricos hasta los bolsillos de los pobres. Pero en el Brasil, lo mismo que en el resto de América latina, escasean los que todavía hablan de “redistribución” porque, los moralistas que se conformarían con un esquema universalmente espartano aparte, todos entienden que sería contraproducente y que los más perjudicados serían con toda probabilidad los ya desesperadamente pobres. Puesto que lo que podríamos calificar del “modelo latinoamericano” depende casi por completo del consumo de la minoría que de alguno que otro modo se las ha arreglado para tener dinero, golpear a los ricos supone reducir en seguida los ingresos de los demás. Por ejemplo: si un gobierno bien intencionado ordenara a los acomodados duplicar o triplicar lo que pagan a la mucama, el resultado principal sería la eliminación de una cantidad enorme de empleos que, por precarios y políticamente incorrectos que sean, sirven para mantener a millones de familias.
He aquí la razón fundamental por la que Lula tendrá que proceder con tanta cautela que podría terminar encabezando un gobierno aún más “liberal” que aquel de Cardoso. Si sólo fuera cuestión de luchar contra “los mercados”, jorobar a Bush y soportar las protestas escatológicas de los ricachones de San Pablo, no tendría motivos para vacilar en emprender reformas drásticas destinadas a modificar la distribución de ingresos para que se asemejara a la estadounidense o francesa, que, huelga decirlo, no son nada igualitarias. Sin embargo, el que las víctimas inmediatas de un intento resuelto de mejorar las cosas serían de su propio electorado que ya no confía en los programas ambiciosos que requerirían el sacrificio de un par de generaciones en aras de un futuro brillante, lo obligará a optar entre hacer las paces con sus adversarios naturales de “los mercados” y protagonizar una “epopeya” que dejaría todo peor que antes. Acaso la única forma de escapar de la trampa que le ha tendido la sociedad brasileña en su conjunto consistiría en impulsar el crecimiento. Si no puede hacerlo por izquierda, tendría que hacerlo por derecha, alternativa esta última que tal vez no preocuparía demasiado al grueso de sus compatriotas pero que sería tomada por traición por sus hinchas más entusiastas.