Domingo, 7 de junio de 2009 | Hoy
El levantamiento de la suspensión a Cuba abre una nueva página en la OEA y en la historia de la región. Honduras fue el teatro de la tardía retractación, que se viene impulsando desde hace décadas. El cambio de aire en Washington fue esencial pero el tiempo y la ocasión fueron inducidos, con habilidad y constancia, por algunos gobiernos de América del Sur.
Vaya un repaso, a vuelo de pájaro, de cómo se cimentó la paz y la convivencia de la región en el siglo XXI.
En la era Bush, todo el Mercosur (conducido por Lula da Silva y Kirchner) le dijo “no al ALCA” en la Cumbre de Mar del Plata. En el primer encuentro de ese nivel con Barack Obama se tendieron puentes, se saludó la perspectiva de una nueva relación pero también se incluyó a Cuba como primer ítem de la agenda. No era ese el borrador de trabajo ni la prioridad del presidente norteamericano. La discusión se provocó y se instaló, pero cuidando de no confrontar ni debilitar a Obama.
Ya en Honduras, Brasil y Argentina no se resignaron a los planteos minimalistas de Estados Unidos, acompañados por sus satélites centroamericanos, por Colombia y (en alguna medida menor) por Chile y Uruguay. Rehusaron el rebusque formalista de levantar la suspensión sin hacer un pronunciamiento político. Y también se dieron maña para contener a los presidentes del ALBA, que exigían un pronunciamiento demasiado duro que hubiera impedido el consenso de los norteamericanos.
Desde hace años Brasil y Argentina contribuyen a mantener la inusual y valiosa paz regional. Ese capital permitió niveles de crecimiento inéditos en todas las naciones sudamericanas y también facilitó el relativo desapego de Estados Unidos respecto de su patio trasero. Un desapego que jugó a favor de regímenes contrarios al Consenso de Washington, de fuerte base popular y celosos de su soberanía.
La mentada paz no es un milagro, ni un logro definitivo. Es jaqueada a menudo por conflictos domésticos o internacionales. Brasil y Argentina trabajaron codo a codo para garantizar una salida democrática a la crisis desatada por el infausto gobierno de Goni Sánchez de Losada en Bolivia. El Grupo Río, aliviado del contrapeso norteamericano, fue actor central para frenar la escalada bélica desatada por Colombia al invadir y bombardear territorio ecuatoriano. Y la flamante Unasur intervino con inusual unanimidad y eficacia para frenar las acometidas salvajes y sangrientas de la derecha boliviana contra Evo Morales. Con graduaciones distintas de presencia, Lula y los Kirchner fueron partícipes centrales de esas movidas, sistémicas para la armonía y la consolidación de la democracia. También fueron el presidente brasileño y su ex colega argentino quienes persuadieron a Hugo Chávez para que convocara a un referéndum revocatorio para encauzar y descomprimir la crispación política en su país.
En tiempos de simplificación y amnesia, vale la pena rememorar esos hechos recientes, bien a contrapelo del belicismo ignorante que fue matriz de la política sudamericana hasta hace un cuarto de siglo.
Máxime cuando se ve que la rosca santacruceña persevera en su racismo militante. En tanto, en Perú el gobierno Alan García reprime y mata a más de 20 campesinos a quien su primer ministro, Yehude Simon, niega la calidad de víctimas.
Por estas pampas, la derecha agropecuaria construye república pegando y profiriendo insultos de baja estofa. La praxis de los gobernantes que esas derechas abominan ha tenido sus más y sus menos. Pero, como se enumeró, ha marcado hitos difíciles de empardar. Lo de Honduras fue una continuidad, no un impromptu ni una gracia imperial.
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