Domingo, 6 de noviembre de 2011 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
Esta nota contiene debates que sólo nos interesan a los viejos. Pido disculpas y la escribo igual, ya que estas cuestiones no me importan menos por la comprensible indiferencia del Sub 65. Si ya se retiraron, comenzamos.
José Ricardo Eliaschev transcribe en Perfil párrafos de una nota que escribí el 12 de enero de 2003, en la que fustigaba el rol de Kirchner en la privatización de YPF y como “vocero de Repsol contra las retenciones a las exportaciones de hidrocarburos”. Concluye Eliaschev que el diario Página/12 “no es el de hace ocho años”, que “el condecorado Horacio Verbitsky” sigue “en la liza, ardoroso defensor de los gobiernos a cuyos mentores escarnecía sin medios tonos”, y deplora que no pague por ello precios políticos. De inmediato fue reproducido por Martín Caparrós. Ambos creen haber hecho un descubrimiento sobre mi pasado.
Omiten que no cambié yo, sino Kirchner. Suscribo hoy cada palabra de las que escribí entonces. Pero como presidente, incrementó varias veces las retenciones. Primero llevó al 25 por ciento las que se pagaban por el petróleo crudo (Res. MEyP 337/2004) y luego les agregó una retención móvil, mayor cuanto más elevado fuera el precio del petróleo en el mercado mundial (Res. MEyP 532/2004). Con el barril entre 32 y 35 dólares, las retenciones subían al 28 por ciento y llegaban al máximo de esa escala, con 45 por ciento, si el barril se cotizaba por encima de 45 dólares. También impuso retenciones del 5 por ciento a las naftas (Res. ME 336/2004); del 20 por ciento al gas propano y el gas natural licuado (Res. MEyP 335/2004) y del 45 por ciento al gas natural (Res. 534/2006). Así, mientras se duplicaban y triplicaban los precios internacionales, los internos no crecieron más del 35 por ciento. Esto evitó que se dispararan la inflación y los costos del transporte y de los insumos agropecuarios e industriales, lo cual hubiera afectado su competitividad, aniquilando la recuperación económica, la baja del desempleo y la gobernabilidad. Hoy los problemas son otros, porque el balance energético pasó a ser deficitario, pero la precisión es fundamental para dirimir la cuestión que plantean.
También nos conciernen otras de mayor relevancia histórica. Eliaschev condena con severos tonos morales la lucha armada que ocurrió en nuestra juventud. No objeto la legitimidad de la crítica ni idealizo lo que él cuestiona, pero me intriga el travestismo con que niega su propia historia. En junio de este año escribió un brulote sobre “la locura foquista y mesiánica” y “la desmesura fenomenal de un grupo de alucinados que deambuló por la selva salteña entre comienzos de 1963 y mediados de 1964, en el gobierno de Arturo Illia”. Al leerlo recordé que entonces Eliaschev me dijo que poseía contactos para realizar un reportaje exclusivo con los miembros presos de ese Ejército Guerrillero del Pueblo. Le respondí que no tenía espacio político para publicarlo en la revista Confirmado, que dirigía Jacobo Timerman. Pocos días después, Eliaschev me comunicó triunfal que Gente aceptaba publicar el reportaje. Así fue, sólo que editado con un título del tipo “Hablan los chacales sanguinarios de Salta”. Habían reescrito la nota, pero dejaron las fotos de los presos con Eliaschev. El dice que se publicó sin su firma y que Gente lo indemnizó para que se fuera. Mi recuerdo es que la nota salió con su nombre y que con toda razón él les hizo juicio. La diferencia sobre ese detalle no afecta el fondo: entonces le parecían héroes excelsos, hoy suscribe la reescritura de Gente. También encontré algunos artículos suyos en Cristianismo y Revolución. Allí, Eliaschev bañó de emocionados adjetivos a Javier Heraud, el guerrillero y poeta peruano asesinado a los 21 años cuando vadeaba un río. Su muerte “hermosa y grande”, es de aquellas que “desparraman su gloria por todos los vientos y apagan el fétido olor a traición generado por las pandillas de intelectuales viajeros y cobardes que aman crear elegías a las balas en vez de dispararlas”, escribió Eliaschev en 1969. Prometía que “daremos combate por su ausencia, por su fusil suspendido. Porque no hay arte sin guerra, porque no hay vida sin guerra”. Para no fomentar equívocos aclaro que esa exaltación romántica no era la lingua franca de aquellos años.
Hace pocos días, al presentar su libro sobre el juicio de 1985 a Videla, Massera & Compañía, Eliaschev adhirió a la doctrina castrense-episcopal de la memoria completa, lo que entusiasmó a Santiago Kovadloff, Mariano Grondona y los ex dictadores bajo proceso. Según Kovadloff, Eliaschev reconoce “las acciones criminales de quienes, antes del golpe de 1976 y en nombre de la patria socialista, embistieron contra el orden constitucional, ya que está probado que el terrorismo fue el primero en recurrir a la violencia armada y que siguen pendientes de condena los responsables de tantos secuestros y asesinatos”. ¿Probado por quién, cuándo, cómo y dónde, si antes de que sonara el primer disparo guerrillero centenares de hombres y mujeres del pueblo habían sido muertos en forma alevosa por el antidemocrático Partido Militar y después del golpe fueron asesinados todos aquellos contra los que existía alguna prueba y muchos más?
Eliaschev era corresponsal de la revista Africasie, boletín oficial de los movimientos de liberación del tercer mundo, donde publicaba sus ingenuos panegíricos a la violencia revolucionaria en la Argentina. Este vínculo orgánico también se expresaba en sus artículos para la revista de Montoneros, El Descamisado, donde además de escribir integraba un ámbito político con Ricardo Grassi, Juan José Azcone y Nicolás Casullo. Eliaschev cuestionaba por su tibieza a los coroneles peruanos de Velasco Alvarado, a los gobiernos chilenos de Eduardo Frei y Salvador Allende y a los “enmohecidos aparatos marxistas” que se rehúsan a “disputar ambiciosamente el poder, por las buenas y por las malas”, ya que “la única verdad es la guerra”.
Al modificarse las circunstancias, el cambio puede ser signo de inteligencia. Pero cuando el punto de partida es el ocultamiento y la denigración de la propia personalidad se intuye algo oscuro y doloroso sobre lo que no me animo a especular.
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