Domingo, 24 de mayo de 2015 | Hoy
Por Mario Wainfeld
El Museo de la historia de la inmigración (Mhi) de París fue una propuesta del presidente Jacques Chirac, se abrió en 2007 casi concomitantemente con la llegada al poder de su sucesor Nicolás Sarkozy.
El Mhi es una noble exaltación del aporte de los inmigrantes a la vida francesa. Su narrativa se compone de films, material grabado, testimonios, objetos, varios espacios interactivos. Se puede escuchar música de los países de origen de los migrantes. Los grandes ídolos deportivos provenientes ellos mismos o sus familias de otras comarcas son recordados para anudar lazos de pertenencia. La selección campeona de fútbol de 1998, que integraba el gran Zinedine Zidane y muchos deportistas negros, es uno de los ejemplos. La imagen de ese equipo detonó en su momento la ira nacionalista de Jean Marie Le Pen, apóstol del chauvinismo con significativa acogida política.
Un espacio inolvidable contiene valijas y baúles de quienes recalaron en Francia en pos de una vida mejor. Cualquier argentino se conmueve viendo esos bagayos engordados y desvencijados, conteniendo las módicas pertenencias de los que dejan su patria, perseguidos por la guerra o, más frecuentemente, las necesidades más premiosas. Cuelgan de ellos ollas gastadas o sartenes o baldes o lo que a usted se le ocurra.
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La recorrida es un discurso de convivencia e igualdad.
Sarkozy jamás inauguró formalmente el museo, ni asistió a él. Lo hibernó, sin cerrarlo estrictamente. Se daba de patadas con su ideología y su praxis cruel para los inmigrantes.
En 2012, bajo la presidencia de François Hollande, fue reabierto, justo en tiempos en que Europa resalta por la intolerancia y discriminación. Hollande no es un gran ejemplo de socialdemocracia, desde ya, pero por lo menos se comportó con tolerancia respecto de valores básicos del humanismo.
El ahora director del museo, Benjamin Stora, dijo hace un año algo así como: “Va a hacer falta precisamente combatir en el plano cultural en los años que vienen. Explicar que esta cuestión de la inmigración no es una línea negativa en el plano político. Hará falta, en cambio, oponerse a que ese sentimiento tan expandido y hoy mayoritario, se vuelva un lugar común... hasta un lugar común dominante. ¿Cómo valorizar, en medio de esa batalla, el aporte migratorio ahora que estamos en una situación de cierre de fronteras, de desconfianza hacia el otro, hacia el extranjero? Enunciarlo, decirlo es hacer gala de audacia, de coraje a contra corriente de los malos vientos”.
Las palabras “batallas” y “el otro” están en el original del discurso pronunciado en el Primer Mundo. A este cronista le pareció que su reproducción y la breve crónica sobre las aperturas y cierres del Mhi tienen contacto con lo que se discurre en la nota central de estas páginas. Por ahí es así, por ahí se equivoca, usted dirá.
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