Sábado, 22 de abril de 2006 | Hoy
Al encuentro del Mercosur, donde no fueron invitados ni Argentina ni Brasil, llegó el presidente de Venezuela con un invitado sorpresa: el cubano Felipe Pérez Roque, lo que despertó escozor en Washington. Tabaré endureció su posición.
Por Sergio Moreno
“¿Cómo puede ser que haya una reunión del Mercosur de la que excluyen a Brasil y a la Argentina? No hubo nadie de nuestros países, nadie.” La reflexión corresponde a un alto funcionario argentino respecto de la reunión del miércoles pasado en Asunción, Paraguay, de la cual participaron los presidentes de Uruguay, Tabaré Vázquez; de Bolivia, Evo Morales; de Venezuela, Hugo Chávez, y el anfitrión, Nicanor Duarte Frutos. Allí, Tabaré –demiurgo del encuentro– planteó que un hipotético gasoducto que se proyecta entre Bolivia, Paraguay y Uruguay no pase por la Argentina, por temor a que nuestro país corte el suministro como represalia, ante las malas relaciones que atraviesan ambas naciones a partir de la instalación de dos papeleras europeas en la margen oriental del río Uruguay. El encuentro tuvo un ingrediente sorpresivo: el Departamento de Estado norteamericano fijó su atención y preocupación, ya que a esa reunión Chávez llegó acompañado por Felipe Pérez Roque, canciller de Cuba, que estaba de visita en Caracas y a quien el bolivariano subió a su avión para llevarlo a la cumbre de marras.
Uruguay intenta que el Mercosur se avenga a tratar los cortes de rutas que unen Entre Ríos con la banda oriental. Si los cortes terminasen, el asunto quedaría abstracto, y Argentina mejoraría sustancialmente su posición. El gobierno argentino apuesta a que finalicen los cortes (ver aparte) para marchar raudamente –en diez días más– a la Corte Internacional de La Haya, tribunal natural del tratado de Asociación del Río Uruguay, de las cuales ambas naciones del Plata son signatarias. El planteo será por el hipotético daño ambiental que podrían causar las pasteras que se instalan en Fray Bentos, frente a Gualeguaychú, la finlandesa Botnia y la española Ence.
En Asunción, ante Duarte Frutos, Evo Morales, Chávez y Pérez Roque, Tabaré volvió a repetir aquella frase que le dijera hace un mes y medio a Lula: “En América hay dos países bloqueados: Cuba y Uruguay”, exagerando hasta el paroxismo la situación por el corte de puente en Gualeguaychú. De los tres pasos internacionales, sólo ese sigue cortado. Pero su queja por la situación excedió la letanía al plantear una hipótesis extrema: la posibilidad de que Argentina, como retaliación, cortase el suministro de gas a su país. Uruguay se nutre de dos gasoductos que atraviesan, uno, el litoral argentino y otro el Río de la Plata. Actualmente, evalúan junto a Paraguay y Bolivia la provisión del fluido desde este último país a partir de la construcción de un nuevo gasoducto. Sobre esta obra, aún en proceso de planificación, Tabaré hizo su reparo. “No quiero que el gasoducto pase por Argentina y la razón es que Argentina manejó la amenaza de cerrar el pase de gas a partir del conflicto que actualmente tenemos”, dijo el mandatario a sus contertulios de la cumbre. Los decires de Vázquez fueron confirmados anteayer por su ministro de Industria y Energía, Jorge Lepra.
Enterado el mismo día de la cumbre sobre la frase de Vázquez, Kirchner trinó en la reserva de su despacho. Varios ministros derramaron su continencia, tratando de calmar al Presidente.
Para colmo, en la Cancillería recibieron algunos llamados de Washington respecto del encuentro de Asunción. La presencia del canciller cubano, llevado como invitado sorpresa por Chávez, aumentó el escozor de los muchachos de Condoleezza Rice. Nadie previó su participación en el encuentro; Chávez lo subió a su avión en Caracas y se lo llevó “a hablar con los amigos del Cono Sur”. Lula Da Silva también se preocupó por la presencia no oficial. Desde Washington han comenzado a observar, por el rabillo del ojo, la situación planteada en las márgenes del río Uruguay a guisa de las papeleras. Su preocupación radica en que dos naciones que consideran estabilizadoras de la región lleguen a este punto de controversia. Paralelamente, no se muestran demasiados interesados en firmar un Tratado de Libre Comercio con Montevideo, habida cuenta del tamaño de la economía, del costo político que le implicaría a la administración de George Bush (acaban de aprobar el fast track con Centroamérica por apenas un voto en el Capitolio), y ya no cuentan con tiempo material para intentarlo.
El aterrizaje de Pérez Roque en Paraguay encrespó la dermis de los americanos.
Big brother en la región
Estados Unidos no deja de presionar para impedir que Venezuela ingrese al Consejo de Seguridad de la ONU. Argentina es objeto de tales fragores, ya que ha decidido votar a favor de la incorporación, como miembro temporario, de Caracas al organismo. Desde Buenos Aires argumentan ante su contraparte estadounidense que: 1) Argentina no puede no votar por otro país sudamericano; 2) que ambos países son amigos desde antes de la asunción de Chávez y que, actualmente, son socios comerciales muy importantes, y 3) la presencia de Venezuela en el Consejo de Seguridad no rompería equilibrio alguno en el organismo ni en las resoluciones que pudiesen tomarse.
Los norteamericanos están blindados a todo tipo de razones y, según comentó a Página/12 un altísimo funcionario argentino, “hacen de Venezuela un caso ideológico irreductible”.
Otra cierta tensión aparece en la valorización que hacen sobre Bolivia. Los diplomáticos argentinos les sugieren que para la estabilidad de la región es mucho mejor que “a Evo le vaya bien”, porque eso posibilitaría la incorporación al sistema democrático hemisférico del indigenismo, marginado desde hace 500 años, pero levantisco desde los últimos 14. “Es un sendero de pólvora que va desde Chiapas, hasta el sur de Bolivia, pasando por Guatemala, Ecuador, parte de Colombia, Perú. Si a Evo le va mal, la alternativa es que decidan salirse del sistema. Ahí tendremos problemas en serio”, reflexionan en el Palacio San Martín a oídos de los norteamericanos.
La mirada de los republicanos se ablanda tenuemente respecto de Evo Morales, en parte ante esta hipótesis –compartida también por Brasil– y en parte por el inminente nacimiento de un fenómeno aún inexplicable y bizarro: Ollanta Humala. Su acceso al poder en el Perú, su pasado y sus dichos hacen que Evo se asemeje a un socialdemócrata alemán.
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