Jueves, 27 de abril de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
No existe modo matemático de medir cuánto pesan las percepciones personales de los protagonistas de la política en las relaciones exteriores, pero es indudable que inciden mucho, máxime en regímenes presidencialistas. Por lo tanto, es más que relevante apuntar que Néstor Kirchner tiene una estima inusual por su par venezolano Hugo Chávez. Lo juzga sincero, decidido, hasta cabrón con sus convicciones y, dentro de lo que hay, bastante desprovisto de dobleces. Una pintura que no difiere tanto de lo que sería su propio autorretrato, del que considera rasgos embellecedores ser genuino y decisionista.
Las efectividades conducentes, léase compra de bonos y envíos de combustibles durante la crisis energética de 2004, apuntalaron esa percepción. No vaya usted a creer que no hubo tiras y aflojes con los pagos que debió realizar el caribeño o que los precios de sus productos resultaran irrisorios. Pero hubo celeridad para acudir al aliado, sin esas rémoras parlamentarias o formales (algunos diz que democráticas) que tanto fastidian al kirchnerismo.
Si a todo eso se añade que Chávez es carne y uña con Julio De Vido (desde hace meses el principal ministro del Gobierno, a una distancia interesante del segundo), con “Hugo” todo pinta chévere.
La relación llegó a su punto clímax en noviembre del año pasado, cuando la Cumbre de Mar del Plata. El venezolano pidió (y el Gobierno le gerenció) encabezar un acto masivo en el estadio mundialista. Allí pudo apostrofar a su gusto a George Bush ante una multitud que Luis D’Elía le había ayudado a movilizar. Al mismo tiempo Chávez, sin bajar banderas pero sí cediendo el rol protagónico, se plegó en las reuniones de presidentes a las posiciones de Kirchner y del brasileño Lula. Al fin del encuentro los elogió a su manera torrentosa. Fue entonces cuando estrenó la comparación con los tres mosqueteros que reprisó ayer en San Pablo. En aquel trance, equiparó a Kirchner con el apuesto y valiente D’Artagnan. Ayer no discriminó quién es quién.
Desde entonces, lo sustancial no ha cambiado pero la esquiva realidad diseminó lomos de burro en el camino. Ocurre que la política exterior de Chávez no tiene el mismo estilo ni el mismo manejo de los tiempos ni el mismo repertorio de recursos que la de Argentina y Brasil. La proyección del venezolano se sustenta mucho en su enorme disponibilidad económica, que se transforma en ayuda contante y sonante para una miríada de aliados actuales o virtuales. Y su retórica es enormemente más inflamada y provocativa que la de Lula y (aun) que la de Kirchner.
La luna de miel de Mar del Plata no terminó en divorcio pero, ay, es difícil de reiterar. De hecho, cuando hace unos meses ante un posible encuentro en Mendoza Chávez recibió un amable pero enérgico nones cuando pidió un bis de una prueba de amor de Mar del Plata: otro acto en un estadio de fútbol. El cónclave se suspendió, por añadidura. La cumbre de días atrás con los presidentes de Bolivia, Paraguay y Uruguay sin los dos grandes avivó los recelos de éstos.
Las diferencias no son fenomenales y los gestos amicales subsisten. Como tal debe entenderse la designación de Alicia Castro como embajadora en Caracas, mucho más inscripta en la lógica de la Cancillería venezolana que en la de la Argentina.
La liturgia de anteayer y ayer, de cualquier modo, ratificó que los mosqueteros tienen una escala jerárquica. Lula y Kirchner cenaron a solas y acogieron a Chávez ayer. “Chávez entendió el mensaje. Y más vale que ni se le pasó por la cabeza pedirle el Morumbí a Lula”, sintetiza, con una pizca de ironía diplomática, un avezado morador del Palacio San Martín.
De cualquier modo hay afanes comunes en ejecución y la perspectiva del megagasoducto, una obra descomunal de la que se sigue ignorando quién pagará la exorbitante factura. De todos modos, la voluntad política existe y los países de la región son superavitarios. Si a eso se añade que para Chávez el “caño” (como apoda coloquialmente De Vido al gasoducto sudamericano) tiene un valor político no menor que el económico, pues es una viga maestra de su inserción regional, lo faraónico no resulta sinónimo de imposible.
La energía puede ser un hilo clave de un nuevo equilibrio regional. En ese tema talla fuerte por razones evidentes el mosquetero caribeño. Como lo cortés no quita lo valiente, Argentina avanza en el tratamiento del caño pero les mete mucha pata a las conversaciones bilaterales con Bolivia. Un suministro garantizado a la Argentina, la perspectiva de terciar en la conflictiva relación entre Bolivia y Chile, aderezan las conversaciones que entusiasman al Gobierno y que no se hacen contra Chávez pero sí sin él.
Esta historia continuará y en una media muy cooperativa tendrá algunos momentos de desasosiego y reacomodamientos. No habrá que alarmarse demasiado pero sí asumir que los intereses que manejan los mosqueteros presidentes son demasiado intrincados para poder reducirse al encantador, pero simplista, “todos para uno y uno para todos”.
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