Jueves, 10 de agosto de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Sandra Russo
La anticoncepción en general es un tema cultural, de educación, de información y de difusión. La anticoncepción en general es un tema que viene agitando inexplicablemente, a esta altura del nuevo siglo, a asombrosos defensores del sexo exclusivamente reproductor. Es increíble que puedan sostener algo tan delirante como que los hombres y las mujeres deben tener sexo solamente cuando estén pensando en tener hijos. Está claro que hay hombre y mujeres que hacen eso, pero a todas luces son una minoría, ya que ni siquiera quienes adhieren al mismo dogma que estos propaladores ejercitan su sexualidad de esa manera.
Y si no fuera por la encarnizada batalla que le han presentado desde hace décadas esos propaladores a la anticoncepción en general, trabando proyectos, boicoteando campañas, instalando dudas, no cabe ninguna duda de que la anticoncepción en general gozaría hoy de muchísima más familiaridad –y viceversa– con la gente, y especialmente con la gente que más la necesita. Las mujeres, cuyos embarazos no deseados tantas veces terminan con sus vidas.
La ley de ligaduras es a su vez una manera de dar vuelta la alfombra. Había mugre y se pateaba la mugre debajo de la alfombra. La Argentina todavía “no está madura” para tratar el debate sobre la despenalización del aborto, pero en la Argentina se aborta. Un rasgo duro de la fe es que boceta la moral ideal, hacia la que deberían inclinarse los creyentes. Y un rasgo duro de la política es diseñar estrategias de Estado para paliar los males que surgen de la realidad en la que están inmersos los ciudadanos.
La ligadura de trompas y la vasectomía hablan en principio de una decisión que llega después de experimentar algún hartazgo. ¿Cómo la gente va a hartarse de tener hijos? Sí, claro que se harta. Suena mal pero pasa. Se harta de no poder darle una vida a dos o tres, y de tener seis o siete. Si la anticoncepción en general formara parte de nuestra cultura cotidiana, y si en esta primera persona del plural incluyéramos a los desarrapados más extremos, un preservativo o un DIU podrían alcanzar. Pero la carrera del discurso sobre anticoncepción está llena de obstáculos. Y la gente no sabe, no tiene reflejos, no se cuida, no sabe cuidarse, no calcula, no puede. Estos métodos más que métodos son medidas que toma sobre su vida alguna gente, y que tiene todo el derecho de tomar.
Pero que se hagan cargo los propaladores de sueños o disparates de la parte que les toca. La gente común vive su vida con sus límites y sus frustraciones y sus descontroles y sus inconciencias y sus malas suertes. Y con sus placeres y sus deleites y sus opciones.
En el fondo de todo este tema, no me canso de pensarlo, lo que los propaladores no toleran es el placer. El rictus de la represión no sonríe. Sobre algo de esto escribió Umberto Eco en El nombre de la rosa.
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