Lunes, 11 de septiembre de 2006 | Hoy
Cuatro hermanas del uruguayo Dardo Rutilio Betancourt viajaron de ese país y Suecia para recibir los restos del tupamaro fusilado por el Ejército argentino en 1974. Los huesos fueron identificados por el Equipo de Antropología Forense.
Por Camilo Ratti
Desde Córdoba
El viernes en Catamarca fueron entregados a sus familiares los restos de Dardo Rutilio Betancourt, el ciudadano uruguayo identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Fusilado por el Ejército argentino el 12 de agosto de 1974 y enterrado junto a otras cinco personas como NN, su historia es parecida a la de muchos de su generación: abrazó la causa revolucionaria y terminó siendo víctima del terrorismo de Estado de la década del ’70. Hijo de campesinos, en plena efervescencia sesentista se integró al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaro cuando todavía no tenía veinte años, por lo que fue perseguido y metido preso. Una vez liberado, viajó en 1972 hacia Cuba e ingresó clandestinamente en la Argentina para pelear con la guerrilla del ERP. Cuatro de sus cinco hermanos, también víctimas de la dictadura oriental, viajaron desde Suecia y Uruguay para encontrarse con él y cerrar una larga y dolorosa pesadilla que llevaba más de treinta años sin respuestas.
Fue en el aeropuerto de Carrasco, en el ’72, la última vez que sus padres y hermanos vieron a Rutilio. Salía de prisión por su actividad en Tupamaros y el gobierno oriental le había dado la posibilidad de irse del país. Todavía Uruguay no estaba en dictadura, pero faltaba poco. Rutilio tomó un avión rumbo al Chile de Allende y de ahí otro hacia Cuba, donde estuvo casi un año entrenándose “para combatir al imperialismo”.
Sin contactos con su familia y con el Plan Cóndor en sus primeros pasos, el joven guerrillero ingresó clandestinamente en la Argentina para pelear junto al ERP en los montes tucumanos. Pero iba a morir allí cerca, en Catamarca, cuando la organización que lideraba Santucho intentara fallidamente copar el Cuartel Aerotransportado 17. Después de combatir durante un día entero contra el Ejército y la policía, Rutilio y otros quince combatientes se entregaron por falta de armamento. Acordaron con los jefes del operativo militar una rendición, pero no fueron respetados.
Según testimonios y escritos incorporados a la causa que se tramita en la Justicia federal catamarqueña, cerca de catorce guerrilleros fueron fusilados y cinco de ellos enterrados como NN en el cementerio de la capital. En julio de este año, el Equipo Argentino de Antropología Forense y el Laboratorio Lidmo confirmaron que uno de esos cuerpos era el de Dardo Rutilio Betancourt, nacido en 1950 en Rosario, una pequeña ciudad uruguaya.
El viernes pasado, sus huesos fueron entregados a sus cuatro hermanas, que viajaron desde Suecia y Uruguay para encontrarse con su hermano desaparecido. “Fue un vecino nuestro que lo identificó en una foto de un diario de Buenos Aires el que nos avisó. Pero en aquellos años nosotros no teníamos posibilidades de confirmar nada. Hacía un año que estaba la dictadura y el ambiente era irrespirable”, cuentan a Página/12 Elsa, Yolanda, Mabel y Nibia, todas víctimas del terror en Uruguay.
Hijos de una familia campesina humilde muy “concientizada”, los Betancourt siempre participaron en política. “Todos integramos el Movimiento Tupamaro, menos Elsa, que militó junto a Familiares. Desde distintos lugares fuimos parte de esa generación revolucionaria. Rutilio en el aparato militar, nosotras desde un ámbito más político”, dice Yolanda, directora de una escuela primaria en Suecia, el lugar que eligió para el exilio antes del golpe de Estado en su país. “Mi hermano era una persona de una gran sensibilidad social y desde chiquito mostraba un compromiso”, agrega Mabel, melliza del recientemente identificado, que después de estar presa también partió a Suecia antes de la dictadura, y que hoy sigue radicada en el país nórdico trabajando de docente.
Después de que Rutilio dejara obligadamente Uruguay a principios de los ’70, lo único que supieron de él fue de una carta que les llegó. “Era de una carta escrita en códigos, donde nos contaba cosas de su vida y sus objetivos. Eso fue lo último que supimos de él, hasta el día del combate en Catamarca, cuando este vecino lo reconoció en la foto de un diario porteño”, recuerda Elsa, que vivió en Uruguay en los peores años de la dictadura y que recién viajó a Suecia cuando Nibia, la otra hermana que estuvo presa, recuperó su libertad a principios de los ’80. “La información estaba muy compartimentada y por eso no sabíamos que Rutilio estaba en la Argentina peleando con el ERP”, relata Nibia, una maestra jubilada que padeció siete años de cárcel en las peores condiciones.
Aunque las experiencias de cada una fueron diferentes, las cuatro coinciden en que el reencuentro con Rutilio les ayudó a armar el rompecabezas familiar. “Tenemos sensaciones encontradas, porque estamos felices de poder confirmar su muerte, pero también están la tristeza y la bronca de saber cómo murió. Lo que lamentamos es que mamá murió diez días antes de confirmarse la muerte de su hijo, algo que no la dejó en paz hasta su último día.”
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