Lunes, 11 de junio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Washington Uranga
El cardenal Jorge Bergoglio pronunció el sábado una homilía en la conmemoración de Corpus Christi. La lectura completa de la alocución da cuenta de que se trata de una reflexión religiosa en el marco de una festividad que también lo es. Sin embargo, está claro al mismo tiempo, en primer lugar para el propio presidente de la Conferencia Episcopal y luego para todos aquellos que hagan un análisis de lo dicho, que lo expresado adquiere dimensión política en el contexto que genera la disputa por la segunda vuelta de las elecciones porteñas. En esto el cardenal no puede aducir ignorancia o ingenuidad, porque el hombre que ocupa el lugar más importante dentro del Episcopado se destaca tanto por su inteligencia como por su sagacidad intelectual y política. Por formación y por estilo, Bergoglio medita cada una de las palabras que pronuncia y hasta las improvisaciones tienen un objetivo y un destinatario. Se podrá sostener que no hay referencias a nadie en particular y, seguramente, si se le pregunta al arzobispo o alguno de sus voceros, se dirá que en el texto no hay ninguna alusión al Gobierno, al Presidente o a la campaña porteña. Es cierto. Sin embargo, afirmar la necesidad de “bendecir nuestro pasado” y señalar que “lo que fue pecado e injusticia también necesita ser bendecido con el perdón, el arrepentimiento y la reparación” es lo más parecido que se puede escuchar, en el contexto histórico político de Buenos Aires, como apoyo a la Propuesta Republicana liderada por Mauricio Macri de boca de un dignatario religioso que jamás cometerá el error de explicitar de manera clara y directa un respaldo que podría acarrearle críticas internas y externas.
Es altamente probable que lo que aquí se afirma sea señalado, una vez más, como una interpretación sacada de contexto. Pero, en realidad, lo que le da contexto a la intervención del arzobispo es la realidad política, el momento y el lugar en que las palabras se pronuncian. También los antecedentes histórico políticos de la celebración de Corpus Christi en la historia de las relaciones entre Estado e Iglesia en la Argentina. Nada puede leerse fuera de un proceso y de un contexto. Y este último no se limita a la totalidad e integralidad de las palabras pronunciadas, sino que se extiende necesariamente al marco histórico, político, social y también religioso. Eso no lo desconoce Bergoglio. Nadie puede quitarle al arzobispo de Buenos Aires el derecho y la posibilidad de expresarse en los términos que considere convenientes, tanto en lo religioso como en lo político. El primero es su ámbito propio y natural. También lo es la política, en tanto y en cuanto se entienda por ello lo que conlleva la construcción del bien común. La política partidaria, en cambio, por parte de un pastor de la Iglesia, debería ser actividad ejercida en el marco de la excepción y de manera suficientemente clara y transparente para evitar confusiones entre la feligresía. Quizá podría aplicarse al propio cardenal la expresión utilizada en su homilía: “Nos cuesta el diálogo público: el decirnos bien las cosas institucionalmente, delante de todos, para el bien de todos”. Seguramente a muchos argentinos se nos podría aplicar otra frase de arzobispo: “No decirnos bien las cosas es quizás uno de nuestros defectos”. Si así lo hiciéramos, probablemente nos iría a todos mejor.
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