Sábado, 15 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
El encuentro público de dos de los grandes animales políticos de la Argentina, pocas semanas antes de una elección presidencial, genera todo tipo de especulaciones, seguramente todas ellas previstas por los protagonistas. Los ex presidentes se encuentran, se saludan y juegan a los acertijos. Los votos de sus partidos aparecen diseminados en varias candidaturas del oficialismo y la oposición, pero sus hombres más fieles se han encolumnado tras la candidatura del ex ministro Roberto Lavagna.
El motivo de la reunión fue un homenaje en la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires a Rogelio Frigerio, figura eminente del MID, que también integra la alianza UNA que impulsa a Lavagna. Eduardo Duhalde aseguró que no es opositor ni oficialista –seguramente se dedicará al periodismo– y que, luego del 10 de diciembre, retornará a la política para ocuparse de los temas que no se ocupan los demás.
Esos temas están necesariamente enredados entre los pies del gobierno kirchnerista: la reorganización del PJ y la reforma política. Esas declaraciones junto a Raúl Alfonsín proyectan a un país que hace muchos años no pudo ser, con el PJ y la UCR como los grandes organizadores de la política nacional. Los dos dirigentes despiertan en sus allegados una especie de nostalgia por un ordenamiento de la política alrededor de esas dos grandes columnas que fueron sus partidos hace muchos años, antes de Carlos Menem y Fernando de la Rúa.
Son dos figuras parecidas: no es que sean tan odiados, pero ninguno de los dos puede ser candidato. Sin embargo ambos, más Alfonsín que Duhalde, mantienen los hilos de lo que ha quedado de sus huestes tras la crisis del 2001-2002. Los hilos que les faltan, en su mayoría se los llevó Néstor Kirchner: los intendentes y gobernadores radicales y el viejo aparato del PJ bonaerense.
Como ningún otro, los dos han sido derrotados y han vuelto a resurgir dejando atrás a varios de sus enemigos. Y pese a la profunda crisis y la inevitable fragmentación, los dos consiguen despertar un atisbo de nostalgia por el retorno de los viejos tiempos para el PJ y la UCR, como el soplo suave que todavía puede sacar algún destello de las cenizas. Y por esa misma razón cargan con la imagen negativa que fue deshilachando a los dos partidos: el internismo, las mañas, el caudillismo, la impotencia.
Menem y De la Rúa los acusan de haber sido promotores del 19 y 20 de diciembre de 2001. Y “el Alberto” Rodríguez Saá se ha sumado a esa versión conspirativa sobre la caída del modelo de los ‘90. Los ubican en el lugar del complot omnipotente, alimentando un mito de poderío subterráneo, de eminencias clandestinas, que por el momento no tiene más anclaje en la realidad que la candidatura de Lavagna, el punto donde convergen sus caminos y que, al parecer, los llevó a compartir asientos ayer en la Legislatura.
La reunión de ayer representó más un acto de campaña pese a los aires novelescos de conspiración que los suele rodear. Y como acto debió ser muy pensado, porque la primera impresión que despiertan es el recuerdo de la vieja política, que tiene una alta imagen negativa ante la gente. No son Menem ni De la Rúa, pero sus figuras están fuertemente ligadas con esa historia. Si la intención es que Lavagna aparezca como una propuesta nueva, los dos ex mandatarios funcionan en sentido inverso. Pero es evidente que a través de sus figuras se intenta transmitir cierta fuerza a la candidatura del ex ministro de Economía. Algo así como un respaldo desde el lugar de los viejos sabios, un lugar que en la práctica no existe en las grandes elecciones, donde no hay espacio para la sutileza.
Más allá de estas elecciones, Duhalde y Alfonsín se postulan para ser lo contrapuesto a Kirchner, quien se propone consolidar desde el llano su fuerza política y sus alianzas, peronistas, radicales, aristas, socialistas y transversales, en el próximo período. Duhalde y Alfonsín trabajarán sobre peronistas y radicales por separado, en el mismo terreno que Kirchner, pero en dirección contraria.
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