Sábado, 15 de septiembre de 2007 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
El camino ya ha sido trazado para la próxima gestión como modelo de sensatez para la administración de la economía. Los pilares inevitables para ser considerado “serio” están resumidos en el siguiente pliego de condiciones: aumentar las tarifas, disminuir el gasto público, arreglar la deuda con el Club de París, para luego cerrar el capítulo de los hold outs, elevar el superávit fiscal y reducir los subsidios. El consenso de las usinas de pensamiento hegemónico ha definido que ésa será la tarea inmediata del sucesor de Néstor Kirchner. Incluso, los más ansiosos especulan con que él debería realizar ese trabajo “sucio” en el mes y medio posterior a las elecciones, antes del traspaso del bastón presidencial. Si durante los últimos cinco años esa prédica de la “racionalidad” económica embestía tozudamente contra una realidad que se empecinaba en desmentirla, ahora ha encontrado el argumento-miedo necesario para legitimarse: la crisis financiera internacional.
Las fuertes sacudidas en las plazas bursátiles mundiales, con epicentro en el corazón de la especulación global (Estados Unidos y Europa occidental), sirven para construir escenarios inquietantes a futuro. La incertidumbre es un rasgo ineludible de la economía, como en la vida, pese a que tratan de aislarla los prolijos modelos que elaboran los profesionales de ese saber. Y así les va con sus pronósticos. La violenta sacudida de las cotizaciones de acciones y bonos genera interrogantes sobre la evolución de la potencia económica mundial, referido a si puede ingresar en un proceso recesivo o si existen riesgos de quiebras bancarias en cadena en Europa. Se trata de una crisis que no ha contagiado a la economía argentina, como sucedía en la década anterior. Sin embargo, se presenta como un peligro cercano y para enfrentarlo se insiste con que se requiere hacer los ajustes necesarios para evitar sus consecuencias. Aquí aparece el pliego de condiciones mencionado.
Pero la exacerbación de esa incertidumbre en el ámbito doméstico tiene un potente motivo, aunque no único: las fabulosas pérdidas patrimoniales de consultores y financistas por la caída de las cotizaciones, o las apuestas a ganancias extraordinarias de otros consultores y financistas que especulan ahora con una recuperación rápida de los precios de los títulos públicos. En concreto, para frenar la ola de quebrantos financieros o para contabilizar ganancias futuras recomiendan la “austeridad” fiscal para “recuperar” la confianza del mundo de los negocios. Prometen que así los títulos subirán de precio –que llegaron a valores similares a los registrados durante el default–, el riesgo país bajará y Argentina podrá tener acceso al crédito internacional para refinanciar los vencimientos de deuda del año próximo. Suena bastante similar a la música que se escuchaba en la segunda mitad de los noventa. Si no era por la cesación de pagos, o porque Kirchner no les caía simpático, o por la cercanía a Hugo Chávez, o porque quedaron tenedores de bonos en default fuera del canje, o por lo que sea, Argentina no tuvo la entrada franqueada al mercado del exterior para conseguir fondos. Y no se produjo un cataclismo. ¿Por qué ahora sí le prestarían dólares si hace los deberes? La situación de liquidez internacional no es muy holgada, como deberían saber los analistas de la city con sólo leer diariamente los reportes de las agencias de noticias sobre los multimillonarios auxilios que las bancas centrales estadounidense y europea realizan a sus respectivos sistemas.
El ajuste fiscal que se exige, entonces, tiene una única lógica, y es la de la especulación financiera. En lo inmediato, conseguir un “shock” de confianza del mercado para que se recuperen las cotizaciones de los títulos públicos. Y para el año próximo, garantizar que gran parte del pago de los servicios de la deuda sea con excedentes de las cuentas públicas, para disminuir los requerimientos de recursos que deberían aportar bancos y AFJP mediante la suscripción de bonos. Además, con prurito ideológico, alejarse así de Chávez como prestamista de última instancia. Sin embargo, como gustan definir a los consultores de la city, los fundamentals de la economía siguen en niveles históricamente aceptables, con ritmos que se van desacelerando pero en valores que igualmente siguen siendo extraordinariamente elevados. Una contundente señal en ese sentido, y mucho más importante que la situación de las bolsas, es que el precio de los commodities que Argentina exporta (petróleo, soja, trigo, maíz) no paran de subir, alcanzando máximos en sus registros recientes.
La “chapa y pintura” de Mario Blejer, el candidato del establishment para el Ministerio de Economía, o los informes preocupantes que vienen del mercado financiero internacional de Martín Redrado, el candidato a ser candidato, son la expresión de ese consenso sobre las tareas pendientes. En realidad, además de observar el horizonte financiero mundial, el Banco Central debería reclamar explicaciones a las entidades que controla y regula por la reacción exageradamente rápida que tuvieron en subir las tasas de interés. Si Argentina, o sea también los bancos, no tiene acceso fluido al fondeo internacional, y si había abundante liquidez en la plaza local, ¿por qué subieron las tasas? El BCRA debería haber apelado a instrumentos monetarios, financieros y de regulación para evitar ese salto que castiga al sector productivo y también al tomador individual de préstamos. Lo que sucede es que la crisis financiera en los principales centros especulativos del planeta ha servido como excusa para todo, para el “necesario ajuste” fiscal como para la “inevitable” suba de la tasa de interés. Si gracias a reservas abundantes y cierto control de capitales ese terremoto casi ni se sintió en el país, ¿por qué el Banco Central asumió una posición bastante pasiva frente al ajuste de precios –tasa de interés– aplicada por la mayoría de las entidades del sistema? Además, en un escenario donde los balances de los bancos contabilizan las ganancias más elevadas de los últimos diez años e indicadores de solvencia e ingresos bien sólidos. Pese a ello, subieron las tasas en todas las líneas de préstamos, hasta en los hipotecarios.
Este comportamiento revela no sólo la natural tendencia de los bancos a querer obtener súper-tasas de ganancias a costa de ahorristas y acreedores, sino que demuestra que en estos años no se ha avanzado casi nada en mejorar la regulación del sistema. No se ha definido un cuerpo normativo diferente al que rigió en los últimos treinta años, para que los bancos tengan un rol de aliento al crecimiento y no que sean los dráculas de la economía. Resulta increíble esa respuesta de los bancos después de la traumática y cercana experiencia del corralito. Es como si los banqueros no hubieran aprendido nada de la furia de los ahorristas.
El dejar hacer a los bancos, en este caso permitiendo una suba de la tasa de interés, cuando lo que se espera es una baja a nivel internacional, se vincula con esa exigencia obsesiva del ajuste fiscal. Se ofrece la receta clásica y conocida, por sus resultados lamentables: suba de tasas y disminución del gasto con el consiguiente aumento del superávit. Es la poción mágica que resolverá todos los problemas: la inflación, la competitividad de la economía, la inversión. Se sabe que ese vademécum no ha significado una experiencia agradable en estas playas. De todas formas, lenta pero persistente, se ha estado imponiendo la idea del imprescindible ajuste. Y como toda profecía que el sentido común conservador ha instalado en la sociedad, si se la rechaza, los agentes económicos se comportarían como si existiese la posibilidad de una crisis. Entonces, si el gobierno actual o el que lo suceda no explica, convence o instrumenta políticas consistentes para desafiarlo, el camino terminará conduciendo a la futura administración al callejón de ese ajuste, que se presenta inevitable para recuperar esa confianza que se perdió por una lectura distorsionada –más bien, interesada– de la realidad.
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