Sábado, 23 de febrero de 2008 | Hoy
EL PAíS › VECINOS Y CARTONEROS RECLAMARON POR LOS DETENIDOS
“¿Qué es toda esa gente, ma?” “No sé, Camila, ¿qué película me habías dicho?” Desde la esquina de Mendoza y Vuelta de Obligado, en pleno barrio porteño de Belgrano, la nena y la madre esperaban para entrar al cine. A 10 metros, otra madre y otra nena, con sus uñas igual de largas pero mucho menos cuidadas, se apoyaban sobre un vallado. No elegían película ni tamaño de pochoclo. Gritaban. Reclamaban. Pedían que “dejen salir a los pibes”. Al de 16 y al de 18 detenidos en la comisaría 33ª de ese barrio, pero también a Liliana, a los cuatro muchachos y a los dos vecinos que la ligaron por alzar su voz en defensa de los cartoneros que ayer por la mañana fueron desalojados del campamento que habían montado al costado de la estación ferroviaria de Barrancas de Belgrano.
Alrededor de la nena y la mujer enardecidas, unos 60 cartoneros, representantes de cooperativas, vecinos y curiosos se agolpaban contra ambos vallados: el de hierro y el que conformaban los ocho policías parados de brazos cruzados en cada esquina. Colegas o tal vez los mismos que habían participado de la represión doce horas antes, de la que muchos reprimidos exhibían aún señales en su piel y rostro.
“Vamos los pibes”, festejaron, entre aplausos, cuando una ambulancia del SAME retiró de la comisaría a Liliana, “una compañera que tiene problemas coronarios y que molieron a palos”, la primera en abandonar la dependencia policial. El que la identificó fue Marcelo Sosa, uno de los delegados de los “recuperadores de residuos urbanos”, como gustan llamar en el argot administrativo porteño a los que trabajan reciclando lo que otros tiran.
Cuando la lluvia comenzaba a evaporarse, las nubes se corrieron para que la luz del sol descendiera sobre la calle Mendoza. Por el iluminado pasillo se acercaba Juan Pablo Combi, uno de los abogados de los cartoneros. “¿Hay algún familiar del pibe más chico?”, consultaba, acerca del “pibe Páez”. “Tiene que ser familiar directo; si no, no podemos sacarlo”, lamentó.
Entre el bullicio cargado de insultos y reclamos considerados justos por todos los presentes apareció Alfredo Páez, tímidamente: “Yo soy el hermano”. Y su voz entrecortada tembló aún más cuando Combi le pidió su DNI. “No doctor, no tenemos documentos.” Todos enmudecieron.
Una vez que se le empezaron a secar los ojos, Alfredo le explicó al “boga” que “los viejos y el abuelo (del pibe) murieron”. También confesó que ni él ni otros cuatro de sus nueve hermanos tuvieron jamás DNI. Una vecina no cartonera intentó darle consuelo infructuosamente: “Igual, nene, si los tenías te los hubieran tirado a un camión de basura como tu ropa”. Era una de las que, cuando el sol comenzaba a irse, se había acercado para apoyar a “estos laburantes”.
Otra de las que “confraterniza con la causa cartonera”, según su propia definición, hacía análisis económicos y concluía que “con estas medidas, Macri está llegando al absurdo; creando cartoneros desocupados”. “Disculpe señora –interrumpió Osvaldo Arrambide, delegado de la línea Sarmiento de trenes–, pero los están creando Macri, TBA y la gente que no los quiere acá.” Uno de esos pasó caminando en ese instante, y la escena pareció guionada. Esperó a cruzar al último de los chicos sentados en el cordón de Vuelta de Obligado y agradeció al aire el cumplimiento de su deseo de la Navidad pasada: “Qué bueno que alguien se hizo cargo de esta gente”.
A diez metros, el cuello de Marcelo Sosa ardía por los rasguños que le hizo “una mujer policía”, sus oídos zumbaban de escuchar gritos y reclamos y su cabeza no dejaba de pensar: “Contra las vías viví mejor que en casa”.
Informe: Luis Paz
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