Miércoles, 26 de mayo de 2010 | Hoy
El país como la pregunta más famosa del 25, convertida
en una serie de respuestas aprendidas y desaprendidas
en la infancia.
Por Rodrigo Fresán
UNO Festejamos –se sabe– doscientos años de querer saber de qué se trata.
Recuerden: “El pueblo quiere saber de qué se trata” y todo eso.
Y eso es lo único que se sabe: que el pueblo quería y quiere y –todo parece indicarlo– querrá saber.
De qué se trata.
De qué se trata la Argentina.
La Argentina es ese país que siempre quiere saber de qué se trata la Argentina.
La Argentina fue y será una incógnita ya lo sé.
En el 1810.
Y en el 2010 también.
Para muchos una incógnita –una incógnita sin solución o resolución a la vista– es algo así como sinónimo de porquería.
Me pregunto si –tras dos siglos de querer y no poder saber– hay algo digno de ser festejado.
DOS Y me piden que escriba algo sobre el Bicentenario. Y es raro. O no. Pero cuando uno está lejos de la escena del crimen, del lugar de los acontecimientos, del acto en cuestión, cada vez lo recuerda desde más lejos. Como distante no sólo en el espacio sino también –especialmente– en el tiempo. Es decir: uno no recuerda su pasado inmediato o los últimos tiempos antes de irse de allí sino aquellos días en que uno, en teoría, estaba allá para siempre.
Así que me acuerdo de tiempos que, dentro de mi biografía (en mi historia argentina y personal), son el equivalente a algo que sucedió en el país como hace doscientos años, cuando yo era un ser primario en los primeros años de su educación primaria.
TRES Entonces pienso “25 de mayo” y lo primero que se me ocurre –como un reflejo automático y condicionado– es recordarme dibujando, una y otra vez, el Cabildo. Amarillo. Cada vez mejor pero con menos gracia. Y tan diferente de ese Cabildo (blanco y con sus flancos amputados) al que nos llevaban de excursión para inspirarnos mientras nos burlábamos del pobre soldado patricio, haciendo guardia, guardando silencio, y mirándonos como pensando un “ya les va a tocar a ustedes hacer la colimba, amiguitos”.
Me acuerdo de que lo que más me gustaba dibujar (con un estilo que aspiraba, en vano, al detallismo cromático de Hergé) era la torrecita/campanario del Cabildo. Y todos esos paraguas bajo la lluvia. Y las muchas cabecitas del pueblo. Que quería saber de qué se trataba mientras, ahí adentro, calentitos y a cubierto, deliberaban los Padres de la Patria. Había ahí, supongo, una enseñanza subliminal, una moraleja impermeable: el pueblo siempre se moja mientras sus gobernantes se sientan junto al fuego y conversan y conversan y conversan y después salen al balcón y dicen algo como “Llevo en mis oídos...” o “La casa está en orden” o algo por el estilo.
CUATRO Y enseguida, claro, otro misterio. Porque la torrecita/campanario iba a dar –seis años más tarde– a la Casa de Tucumán. Y más dibujos (yo me concentraba especialmente en esas columnas curvadas que flanqueaban el portal) y aquí, sí, el interior del asunto. La estampa billikenesca de los próceres posando en plan ¿Dónde está Wally? en el interior mientras los procelosos (el pueblo que ya entonces seguía queriendo saber de qué se trataba) colgándose del enrejado de las ventanas. Y –¿milagro? ¿dimensión desconocida?– la casa parecía tanto más grande por dentro que por fuera. Y lo más intrigante de todo para un niño: la idea de la Independencia como trámite burocrático cuyo legajo se presentaba en ventanilla el 25 de mayo de 1810 y recién se sellaba y archivaba el 9 de julio de 1816.
Ahora, tanto tiempo después, el secreto permanece: algunos piensan que allí empezó algo, muchos aseguran que Dios es argentino, unos cuantos piensan que ir a la Feria de Frankfurt los certificará como patriotas y/o héroes instantáneos de una gesta literaria internacional, unos pocos susurran que el problema pasa por el que la Argentina todavía no haya conseguido independizarse de sí misma, y son demasiados, cada vez más, los que prefieren, por las dudas, no saber absolutamente nada.
Afuera sigue lloviendo, no hay señales de que vaya a parar, y ¿alguien me pasa el lápiz amarillo?
En cuanto al pueblo, ya saben...
Feliz año nuevo.
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