Miércoles, 26 de mayo de 2010 | Hoy
EL PAíS › CIENTOS DE MILES DE PERSONAS SIGUIERON EL DESFILE DEL BICENTENARIO, UN RECORRIDO ESCéNICO DE LOS 200 AñOS
Más de dos mil artistas recorrieron el microcentro de la ciudad para interpretar los momentos distintivos de la historia local, con un despliegue técnico y artístico nunca vistos. La multitud acompañó con emoción la presentación.
Por Carlos Rodríguez
Un barco gigantesco, lleno de viajeros con trajes típicos de un arcoiris de países, partió ayer desde la Plaza de Mayo, con un enorme mantón de “olas” que se agitaban, mientras dos acróbatas hacían equilibrio en el palo mayor, a más de veinte metros, amarrados a la vela. Sobre el mar, navegando junto a la nave, dos hermosas mujeres vestidas de rosa emitían sus cantos de sirenas. Sobre el mismo escenario de las avenidas Diagonal Norte y 9 de Julio, en medio de una multitud entusiasta y participativa como pocas veces en la historia reciente, el público se conmovió con el estruendo de dos bombas y los cuerpos de soldados con cruces en la espalda que simbolizaron el cementerio de las islas Malvinas. La ronda de las Madres de Plaza de Mayo fue escenificada con lluvia y truenos de una tormenta siniestra que se llamó dictadura militar. Claro que ellas tenían luces en sus pañuelos blancos. Sobre el final, el Desfile del Bicentenario, con la participación de dos mil artistas convocados por el grupo Fuerza Bruta, terminó con murgas celebrando el retorno de la democracia y con rock argentino a todo volumen.
En el cierre de los festejos, que se extendieron por cinco días y a pesar de la lluvia, el Desfile del Bicentenario alcanzó un alto nivel artístico y emotivo. Al público, el comienzo se le hizo un poco largo. Para entrar en calor, muchos empezaron a recordar himnos y marchas aprendidas en la escuela.
Hubo un intento fallido con “Aurora” y al final se impuso “La marcha de San Lorenzo”, que aunque el revisionismo histórico reveló que habla de hechos inexistentes, de todos modos tiene “un toque hevy”, según la visión rockera de Antonio López, un mendocino que se vino a Buenos Aires sólo para ver en acción a los dos mil artistas convocados por Fuerza Bruta para recrear distintos momentos de la historia argentina en sus primeros doscientos años.
En la esquina de Diagonal Norte y Florida, montados al monumento a Roque Sáenz Peña realizado por José Fioravanti, dos jóvenes dirigen el coro que entona varias veces el himno nacional. Mejor dicho, la parte final, el “juremos con gloria morir”. Mabel García tiene 60 años y pregunta a varios de su generación buscando una movilización popular semejante a la de ayer: “¿Los festejos populares del Mundial ’78”. Varios descartan la imagen por ser “nefasta” y entonces, por mayoría, deciden: “El retorno de la democracia o las manifestaciones por Semana Santa, con toda la gente reunida en un solo lugar de la ciudad”, en repudio al alzamiento carapintada del año 1987.
Muchos jóvenes siguen la fiesta trepados a los árboles, a las rejas de bancos y comercios cerrados, a los kioscos de diarios y de venta de flores. La multitud se mueve en forma constante, como un mar que avanza y retrocede luego de chocar contra las vallas. Cuando la impaciencia está llegando al límite, aparece primero un canto general que dice “queremos el desfile” y luego una apelación irónica: “De-la-Rúa/De-la-Rúa”.
Al desfile lo abren los Granaderos, que logran un impacto rápido en el público porque arrancan tocando, precisamente, “La Marcha de San Lorenzo”. El comienzo del desfile muestra un cambio de último momento: el primero de los cuadros es el que representa a los pueblos originarios. Una saludable reparación histórica. Después llega La Argentina, con la joven Josefina Torino, de 24 años, volando cerca de la cima de los edificios, con su traje blanco, su mantilla celeste y miles de papelitos, un toque futbolero y argentino. El desfile que acompaña la acrobacia incluye gauchos, paisanos, uniformes patricios y negros y negras, de blanco y sonrientes.
Poco después todo queda bajo un manto blanco, de nieve. Es la escenificación del Cruce de los Andes, seguido de otros dos hechos históricos: El Exodo Jujeño y La Vuelta de Obligado. Le siguió el cuadro dedicado al folklore, en el que abundaron los bailes, el canto en vivo (se interpretó “De Salavina soy”) y hasta la carne al asador.
Después el que arrasa es El Tango, la música de la ciudad. Los artistas lo representaron a través de una treintena de bandoneonistas sentados sobre el techo de los típicos taxis porteños negros y amarillos. Para que el cuadro tuviera la contundencia necesaria, se eligieron dos temas. El primero fue el tango “Recuerdo”, de y por Osvaldo Pugliese, una composición de la alguien dijo que “no existe” porque es “demasiado perfecta”. Después se escuchó un tango con un toque de candombe: “Oro y Plata”.
Siguiendo a la música popular, llegaron los años de luchas obreras, comunistas, socialistas y anarquistas. Los carteles que se mostraron reivindicaron viejas consignas de los anarquistas, hacedores de los primeras grandes organizaciones sindicales: “Ni Dios, ni amo, ni patrón”. También se levantaron pancartas por el trabajo de ocho horas y una de las primeras consignas feministas, también debida a las mujeres anarquistas: “Ni Dios, ni amo, ni marido”. Se repartieron folletos que eran copias originales de campañas del Partido Comunista sobre el “ejército continental” que proponía Estados Unidos en 1946 o un llamado a boicotear a la firma Gath & Chaves, promovida por “la clase trabajadora”. Otro momento de lucimiento fue la representación del auge de la industria nacional, con la siderurgia en primer plano y un modelo tradicional del Siam Di Tella, de fabricación nacional, que fue puesto a prueba por tres integrantes del grupo Fuerza Bruta. Los tres acróbatas saltaban sobre el techo del auto, que giraba en forma permanente, poniendo en peligro el equilibrio de los tres actores. A pesar de que nadie duda de la nobleza del Siam Di Tella, hay que admitir que los artistas, de tanto transitar sobre su estructura, lograron abollar una de las puertas.
Después llegaron tres momentos muy fuertes, que conmovieron a los asistentes. El primero fue la aparición de un enorme camión que llevaba, colgadas en lo alto de una grúa, varias urnas de las que se utilizan en las elecciones y una copia gigantesca de la Constitución Nacional. El fuego quemaba todo. De ese modo se representaron los golpes militares. Luego vino la personificación de las Madres de Plaza de Mayo, saludadas por la multitud con el ya histórico “el pueblo las abraza”.
El tercer punto dramático fue la Guerra por las Malvinas. “El que no salta es un inglés”, cantó la multitud, una vez superada la conmoción inicial. También se escuchó fuerte el “Galtieri compadre...”, en memoria del ex presidente de facto responsable de la aventura militar. El desfile cerró con murgas coreando un estribillo que cerraba con un “nunca más los militares”. De esa forma se conmemoró el regreso de la democracia. El desfile cerró con música de rock argentino. “Me voy lleno. Fue un espectáculo maravilloso, por los artistas y por la gente”. Mario Robledo, “militante de los setenta”, se fue contento con su barba y su gabán verde militar a pruebas de años y olvidos.
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