Miércoles, 26 de mayo de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
Había mucha tensión y preocupación en torno de lo que podía acontecer y lo que se podía decir en los Tedéum simultáneos celebrados en Luján y en la Catedral de Buenos Aires. De alguna manera las autoridades eclesiásticas, en particular el cardenal Jorge Bergoglio, admitieron en los días previos que la situación –que en gran medida ellos mismos habían generado– se les escapaba de las manos. De allí la advertencia que hizo el cardenal porteño y presidente de la Conferencia Episcopal insistiendo en el carácter “eminentemente religioso” del acto de acción de gracias. Lo cierto es que la situación no pasó a mayores. En parte por el tono mesurado que los obispos eligieron para sus homilías. También porque mayoritariamente los dirigentes políticos prefirieron no usar esta vez los templos como escenario de las confrontaciones que mantienen en otros ámbitos.
Si se repara no sólo en los actos de Luján y Buenos Aires, sino que se repasan las homilías de los obispos de buena parte del país, en casi todos los casos se insistió en aprovechar el momento para reforzar los lazos de fraternidad y solidaridad entre los argentinos, la construcción de la identidad nacional y el pedido de “actitud” de grandeza para la dirigencia. No faltaron tampoco los reclamos de mayor justicia, equidad, mejora del sistema político y de la calidad de la democracia, sumados a la defensa doctrinal de la vida y de la familia tal como la entiende la Iglesia Católica. Ninguno de estos temas y reclamos son nuevos en el discurso eclesiástico y reitera el estilo que la jerarquía de la Iglesia Católica usa para pronunciarse sobre los acontecimientos políticos y sociales. Dentro de este marco general se destacan los acentos que puso cada uno de los obispos siguiendo sus convicciones eclesiásticas y políticas.
Después del traspié que significó la convocatoria a un Tedéum en la Catedral prácticamente de forma paralela al que se celebraría en Luján, la preocupación del cardenal Jorge Bergoglio por evitar nuevos incidentes políticos eclesiásticos era por demás evidente. No extrañó entonces la elección que hizo el arzobispo de Buenos Aires: descartó una homilía propia y se limitó a leer en el púlpito el mensaje colectivo que el Episcopado en pleno dio a conocer el pasado 10 de marzo bajo el título “La Patria es un don, la Nación una tarea”. Nadie podrá decir ahora que Bergoglio se largó por su cuenta ni podrá criticar sus dichos. Al menos por este hecho.
En Luján ante la Presidenta y en el acto oficial en el que también habló el nuncio Adriano Bernardini acercando el mensaje del Papa, Radrizzani también tuvo el tino de comenzar saludando en “nombre de mis hermanos obispos, que desde todas las catedrales de la Argentina dan gracias a Dios por este aniversario”. Las palabras del arzobispo de Luján-Mercedes se encuadraron luego dentro de lo previsible. No faltaron las observaciones (“el Bicentenario reclama soluciones, estimula a elaborar proyectos políticos, a presentar propuestas sociales y culturales, a mejorar la calidad de nuestras instituciones”), pero hechas siempre en tono sereno y en forma propositiva. Es el estilo habitual en el obispo Radrizzani. El acto de Luján tuvo además del condimento especial de la celebración interreligiosa, con la participación de ministros de otras religiones y con intervenciones entre las cuales vale destacar por su contenido la del rabino Daniel Goldman, de la Comunidad Bet El (ver aparte).
En Mendoza, ante el vicepresidente Julio Cobos, el arzobispo José María Arancibia hizo un reconocimiento a los pueblos originarios. Pero no fue el único. Otros obispos en distintas partes del país hicieron apelaciones similares.
Las ceremonias religiosas de acción de gracias por el Bicentenario pasaron sin las tormentas que auguraban los pronósticos. Pero las diferencias entre el Gobierno y parte de la jerarquía eclesiástica siguen allí latentes y las nubes están todavía muy lejos de disiparse.
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