Miércoles, 26 de mayo de 2010 | Hoy
Una chica kolla es maltratada en la radio. Un choque que explica mucho sobre el camino recorrido en 200 años.
Por Sandra Russo
Mi Bicentenario es ella, esta princesita kolla de 25 años, que hace un rato escuché hablar en el escenario. Estamos en la Marcha de los Pueblos Originarios, y Buenos Aires está como nunca. Ella hablaba con voz aguda y temblorosa. Relataba su vida en Humahuaca. Escuchar esa voz que salía de un cuerpito menudo, con una cara redonda y muy bella, enmarcada en un sombrero bordado con cintas de colores, era como un mareo. Vivir eso en la Plaza de Mayo.
Pero ahora ella está abajo del escenario y llora. Llora de humillación. Ha salido del vallado del escenario a pedido de un cronista de Radio 10. El cronista la ha llevado más allá en la plaza, fuera de la vista de los militantes de la Túpac que contienen a los miles que nunca salieron de sus comunidades perdidas en las quebradas o cerros. Imagínense cómo se verá Buenos Aires desde esos ojos vírgenes. La pusieron al habla con un periodista de nombre Fabián, dice ella ahora mientras llora, que le ha hecho preguntas que ella no ha entendido, que le ha gritado y que le cortó el teléfono.
Entonces todo esto que bulle en la Plaza de Mayo, este movimiento hacia aquí de lo hundido, lo profanado, lo invisible, abre un camino hacia una argentinidad que no sea la tallada por Mitre y los que siguieron, toma forma en esta princesita kolla que llora mareada por un incidente periodístico que no entiende. ¿Por qué la trataron así?
Me pregunto si el periodista Fabián de Radio 10 sabrá por qué la maltrató. Porque el problema de la cultura es que se incrusta en uno. Hay decenas de miles de personas que no subestimarían ni humillarían a los que ellos llaman indios si no hubiesen crecido en una cultura cuya génesis fue la creencia, económicamente conveniente para la Corona, por cierto, de que a los indios se los podía exterminar sin cargo de conciencia porque eran menos que humanos.
Ya de vuelta de esa estupidez, mi Bicentenario es muy feliz, porque inesperadamente es una bisagra histórica, y es historia que estamos viviendo: no somos Bolivia, es cierto, pero es tan cierto como que no somos Suiza. Quiénes somos es la pregunta madre de mi Bicentenario.
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