ESPECTáCULOS › CICLO DE MUSICA CONTEMPORANEA EN EL TEATRO GENERAL SAN MARTIN
Sciarrino, un músico sin escuelas
El Ensamble Opera Nova y el pianista Oscar Pizzo protagonizaron una velada sutil, que incluyó a György Kurtag y György Ligeti.
Por Pablo Gianera
La imagen de un objeto pesado, suspendido en el vacío por una cantidad de hilos tenues y entrecruzados, pero sostenido aparentemente nada más que por sí mismo. Así se escuchan –y casi se ven– las cinco obras del italiano Salvatore Sciarrino que se presentaron dentro de la séptima edición del ciclo de Conciertos de Música Contemporánea organizado por el Teatro San Martín. La música de Sciarrino se sitúa al margen de todas las escuelas, y precisamente esa posición lateral lo autoriza y le permite trabajar imparcialmente con la tradición (no debe olvidarse que realizó obras basadas en los madrigales de Gesualdo). Naturalmente ajeno a toda pretensión impuesta por la forma, la Sonata N° 1 para piano (1976), que abrió el programa, irrumpe percusivamente como una masa densa, cargada de expresividad, y plena de notas arracimadas. Pero si esta sonata se construye a partir de la condensación, la Sonata N° 3, de 1983, desmonta y despliega hasta cierto punto los materiales enunciados en la primera y, como un perpetuo artefacto sonoro, insinúa una polifonía que se emancipa en un proceso gradual. Oscar Pizzo abordó magníficamente las dificultades de estas dos composiciones y de Due Noturni Crudele, acentuando, sin incurrir en excesos, la exasperación de las obras.
Cierta concentración y brevedad epigramática definen también Centauro marino e In Nomine Nominis. Constituidas por variaciones mínimas y microtransformaciones, estas dos fascinantes piezas de cámara instalan el cuerpo en un sonido estático. Más cerca del aforismo que del fragmento –que precisa una precedencia y una posterioridad–, la música de Sciarrino adopta una forma cerrada y conclusiva que, aun contra su brevedad, despliega un discurso completo y de rigurosa coherencia. Bajo la dirección de Pierre Strauch, los instrumentistas del ensamble Opera Nova, de Suiza, estuvieron en este caso a la altura tanto de las complejidades como de los intrincados matices (incluso de los más violentos) que las obras requieren.
Exigencias no menos arduas impuso In Memoriam, del rumano György Kurtag. Nuevamente, la ajustada interpretación de Pizzo logró preservar la extrema concentración y dosificó con eficacia el dramatismo. La inclusión del húngaro György Ligeti como cierre del programa no pudo ser más pertinente. En principio, porque deparó la posibilidad –más frecuente en los últimos años, aunque siempre lejos de ser habitual– de experimentar en vivo (aquí a cargo del Opera Nova) la obra de uno de los compositores más idiosincrásicos de la música contemporánea, y además porque resumió y recapituló en cierto modo lo oído hasta el momento.
El Concierto de Cámara para 13 instrumentos muestra ambiguamente las marcas del desarrollo y de la consolidación. Estrenada en 1970 con la dirección de Friedrich Cerha, la obra se sitúa entre las texturas saturadas de la década del ‘60 y la transparencia armónica de los ‘70. El contraste de sonoridades se advierte ya entre el primer y el segundo movimiento, mientras que recién en el cuarto se abre el claro para el solista, donde se destacó especialmente Jean-Jacques Dünki en piano y celesta. La superposición de motivos simples propicia una ilusión de circularidad, de movimiento y a la vez de quietud. La engañosa detención del tiempo, las sugerencias tímbricas, la imprevista solución de continuidad convierten al concierto en una obra ejemplar y netamente ligetiana. Obra que, al igual que las otras seis, participa del ensayo, de la puesta prueba, y, a la vez, del acabado cumplimiento.