ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL CINEASTA JOSE LUIS LOPEZ-LINARES
Un instante en la vida ajenaUn instante en la vida ajena
El notable documentalista español cuenta cómo alterna trabajos sobre famosos –Trotski, García Lorca– con films sobre gente anónima. En el Malba se podrá ver a partir de mañana una retrospectiva.
Por Horacio Bernades
Es rara la carrera de José Luis López-Linares. Hasta mediados de los ’90 había sido uno de los más reconocidos directores de fotografía de toda España, con trabajos para Víctor Erice (El sol del membrillo), Alain Tanner (El hombre que perdió su sombra) y sobre todo Carlos Saura (Pajarico y Salomé, entre otras). De pronto, y en menos de una década, produjo un quiebre en su carrera y terminó convirtiéndose –gracias a una producción tan intensa como apasionante, tan ecléctica como rigurosa– en el máximo documentalista español. En su nueva faceta, y sin abandonar su trabajo como director de fotografía, impresionó de entrada con Asaltar los cielos, el documental de 1996 que hacía eje en el asesinato de León Trotski a manos de Ramón Mercader y que se conoció en su momento en Buenos Aires. Siguió haciéndose notar con reconstrucciones de la vida de Federico García Lorca y Luis Buñuel, pero también sobre seres menos iluminados por el spot de la Historia, como los combatientes voluntarios de Extranjeros de sí mismos. O cierta hija de la burguesía catalana de fines de siglo XIX, cuyas filmaciones caseras Linares tomó prestadas para componer su film más reciente, Un instante en la vida ajena.
En días más, Un instante en la vida ajena tendrá su presentación internacional en el Festival de Venecia. Antes, sin embargo, el documental más reciente de este madrileño de 49 años hace escala en Buenos Aires, como parte del ciclo José Luis López-Linares: Historias reales, vidas apasionantes. Retrospectiva completa de la producción de López-Linares, a partir de mañana y hasta el domingo próximo la Consejería Cultural de la Embajada de España presentará el ciclo en el auditorio del Malba (ver detalle aparte). Mientras preparaba su viaje a Venecia, López-Linares se prestó a una entrevista por e-mail con Página/12.
–¿Cuál es la razón por la que sus documentales giran mayormente sobre personajes históricos?
–Los personajes del pasado ofrecen la ventaja de la distancia, que sirve para poner las cosas en su lugar. Necesito cierta distancia para formarme una idea cabal de cualquier asunto y poder transmitirla luego.
–Algunos de sus documentales apuntan a echar luz sobre grandes hechos o personajes de la historia, mientras que en otros se trata de artistas o de gente anónima. ¿Qué hay detrás de esta variedad de elecciones?
–Cada trabajo responde a una circunstancia, y en algunos casos ésta se da azarosamente. Ese fue el caso de Asaltar los cielos, que surgió del encuentro casual con Luis Mercader, hermano de Ramón, el emisario de Stalin que clavó una pica en el cráneo de Trotski, mientras escribía a máquina en casa de Frida Kahlo y Diego Rivera. Ese encuentro provocó fuertes resonancias en Javier Rioyo –mi coequiper de ese entonces, junto a quien filmé también A propósito de Buñuel y Extranjeros de sí mismos– y en mí, ya que en nuestra juventud habíamos simpatizado con el trotskismo.
–¿Qué puede decir sobre el resto de las películas que se verá en la retrospectiva?
–El mediometraje El valor de educar nació de la lectura del ensayo homónimo de Fernando Savater. Como homenaje a la figura –algo olvidada, menos reconocida de lo que merece– del maestro de escuela, seguí durante un tiempo a un curso integrado por niños de diez años, de las afueras de Madrid. Una idea original de Javier Rioyo fue Extranjeros de sí mismos, en la cual recordamos aquella época del siglo XX en la que miles de voluntarios de cualquier ideología se presentaban a combatir fuera de su país. Por su parte, Un instante en la vida ajena surge del descubrimiento de una masa de material de archivo que Madronita Andreu, hija de una familia de industriales barceloneses, había filmado por su propia cuenta a lo largo de toda su vida.
–¿Cómo dio con ese material, qué es lo que puede verse allí y cómo lo organizó para “sacar” de allí una película?
–Todo ese material estaba depositado en la Filmoteca de Barcelona. Está formado por más de 150 horas, rodadas por esta mujer en 16 mm y Súper 16. Madronita Andreu era un personaje muy particular, fascinada por los grandes inventos de fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX. Entre ellos, la fotografía y el cine. Se pasó la vida sacando fotos y filmando. Filmaba su vida privada, su familia, el entorno, sus viajes y salidas. No lo hacía nada mal. Como era descendiente de pintores, sabía encuadrar, componer y detectar dónde se hallaba el centro de interés o la emoción de una escena. Por lo cual había allí una muy buena base. El problema es que se trataba de mucho metraje. Para organizarlo tuve que trabajar con tres montajistas a la vez, que iban agrupando el conjunto en bloques temáticos.
–¿Qué le interesó de ese material, enteramente filmado por otra persona?
–La sensación de ver el paso del tiempo de modo casi corpóreo: los niños que crecen, los rostros que cambian, las vestimentas... Es paradójico: esta mujer quiso detener el tiempo, fijarlo en imágenes, y sin embargo lo que ese material muestra es precisamente la acción implacable del tiempo. Y me pareció un privilegio poder asistir a la vida cotidiana de personas que no se sienten observadas por una mirada ajena y que, por lo tanto, se comportan con naturalidad inusitada delante de la cámara. Es posible que se trate de la primera autobiografía en imágenes de la historia del cine.
–El trabajo con material de archivo caracteriza a sus documentales, así como parecería rechazar la entrevista. ¿Le parece un recurso trillado?
–No reniego del documental con entrevistas; sigue siendo una fórmula válida en algunos casos. La forma no debe ser preconcebida, debería nacer de la reflexión sobre cada proyecto y cada tema específico. Es cierto que el esquema del busto parlante + material de archivo que ilustra sus palabras ha sido repetido hasta la saciedad, pero si en un caso resulta la forma más apropiada para comunicar algo, no hay que renunciar a ella por el prurito de querer ser original a toda costa.