EL MUNDO › EL GOBERNADOR DE CALIFORNIA ARRASO EN LA CONVENCION REPUBLICANA
Cuando Terminator lanzó su campaña
Fue a favor de la reelección de Bush, pero la intervención de Arnold Schwarzenegger ayer sonó como si el candidato fuera él.
Por Claudio Uriarte
“Four more years! Four more years! Four more years!”, clamó e hizo vibrar y repetir a la multitud con un gesto imperativo al mejor estilo Terminator Arnold Schwarzenegger, al final de un electrizante discurso de 25 minutos en que no estuvo ausente ningún elemento de la demagogia republicana clásica –contra el poder del Estado, por el progreso privado y el refuerzo de los militares–, pero que apuntó centralmente a dar aspecto de transversalidad e inclusividad a un partido marcado por tres años y medio de extremismo ideológico en la Casa Blanca. “América está de vuelta”, proclamó el ex actor y actual governator de California tras poner un fuerte énfasis en el sueño americano, en su propio pasado de inmigrante que llegó con las manos vacías y en que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible.
Irradió optimismo y regaló sonrisas a diestra y siniestra de una convención republicana literalmente en éxtasis. Subrayando la transversalidad, Maria Shriver, esposa de Schwarzenegger e integrante del clan Kennedy, escuchaba a su marido al lado de los padres de George W. Bush, el primer presidente George Bush y su esposa Barbara. Continuando la línea abierta por el vicepresidente, Dick Cheney, la semana pasada al desmarcarse de W. en el tema de las uniones gay, Schwarzenegger aludió a las “diferencias con respeto” dentro del Partido Republicano y dijo que era eso lo que lo hacía grande. No dejó de mencionar a ningún héroe republicano, desde Abraham Lincoln, Teddy Roosevelt, Richard Nixon, Ronald Reagan... hasta John Wayne, cuyas películas dijo haber visto fascinado desde su niñez. Pero lo central fue la apelación inclusiva a los demás, lo que es crítico para ganar el voto de alrededor del 10 por ciento de indecisos que mantiene a las campañas de Bush y de John Kerry en un empate técnico que la convención demócrata de junio en Boston sólo logró alterar levemente por unos días. “Si vos creés que el gobierno debe rendir cuentas, ¡sos un republicano! Si vos creés que tu familia sabe cómo manejar su dinero mejor que el gobierno, ¡sos un republicano! Si vos creés en la importancia de la educación, ¡sos un republicano!”, tronó governator antes de repetirles a los que no creen en la economía norteamericana el mismo insulto con que regaló a los miembros de la Legislatura de California la semana pasada por negarse a aprobar un presupuesto equilibrado: “¡No sean mujercitas!”.
La performance de Schwarzenegger contra un fondo rojo (el color de los republicanos) fue tan alta que dejó la duda sobre si todo lo que viniera después (discurso de Cheney hoy y de Bush mañana) no será una especie de anticlímax. De hecho, los republicanos programaron el discurso de Conan el Bárbaro para que coincidiera con la hora de mayor encendido televisivo en los hogares y las tres grandes cadenas de aire lo transmitieron de cabo a rabo. Cuando, sobre el final, Schwarzenegger dijo: “My fellow Americans”, sonó alarmantemente como si el candidato a presidente fuera él, o como si ya fuera presidente. Y eso es la parte que saca este político nada tonto de su intento de llevar a la demócrata California, el estado con mayor cantidad de votos electorales, al partido de George W. Arnold Schwarzenegger es transversalidad pura: es austríaco y habla en un extraño idioma “arnoldés”, pero es más norteamericano que la proverbial torta de manzana; es republicano y tiene que gobernar un estado progre, lo que naturalmente lo instala en el sector más pragmático y centrista de su partido.
Desde luego, la Constitución norteamericana impide que un ciudadano naturalizado se pueda convertir en presidente. Pero la Constitución puede ser modificada, aunque no sea fácil. Y, en todo caso, si la multitud enfervorizada que lo escuchaba en delirio recordaba ese impedimento, no lo demostró en lo más mínimo.