EL PAíS
¿A qué juegan el Fondo y Lavagna?
Por Maximiliano Montenegro
Hay algo indiscutible en el ambiente de los economistas. El Fondo Monetario perdió el rumbo con Argentina. Desvirtuó totalmente su función, y ahora sólo le interesa cobrar, nada más. El titular del Banco Central, Alfonso Prat Gay, alguien insospechado de militar en contra del organismo, dejó en evidencia esa situación en el documento con estadísticas financieras que entregó a Rodrigo Rato.
El FMI fue creado hace 60 años en los llamados acuerdos de Bre-tton Woods como una especie de “banco central internacional”, un prestamista de última instancia a nivel mundial para aminorar el impacto de las crisis en los países sometidos a corridas bancarias y/o de fuga de capitales. En Argentina, en los últimos dos años y medio, no actuó como prestamista de última instancia sino como cobrador de primera. Los números de Prat Gay muestran que, desde la devaluación, con el país sumido en la peor crisis de su historia, el FMI y otros organismos internacionales cobraron de Argentina 8300 millones de dólares, netos de reembolsos. En constraste, en otras 7 crisis cambiarias anteriores ocurridas en las segunda mitad de los noventa (México, Venezuela, Corea, Indonesia, Tailandia, Ecuador y Turquía) el Fondo prestó, en promedio, 6200 millones de dólares, pese a que la caída de depósitos en esos países fue, en promedio, la mitad que en Argentina.
Lo que está más en discusión en estos días entre los economistas es para qué sirve un acuerdo con el Fondo Monetario. Días atrás, Roberto Frenkel, ex jefe de asesores de Sourrouille, explicó que en los años ochenta y noventa al Fondo se le reconocía un papel de coordinador de las políticas económicas a nivel mundial. Sin hacer juicio de valor alguno, cuando el FMI acordaba con un país los inversores internacionales lo aceptaban como una señal inequívoca de hacia dónde iba el país. El “mercado” creía en el Fondo como auditor de los mandamientos del llamado Consenso de Washington y su aprobación era un guiño para hacer negocios. Hoy, en cambio, no está claro si los acuerdos son un sello de calidad o un estigma indeleble de las economías de alto riesgo.
Después de los múltiples fracasos del organismo, la impresión es que las opiniones están más bien divididas. Para algunos mantiene su poder de coordinación. En esta categoría revistarían los denominados “fondos institucionales”, que administran los ahorros de largo plazo, como los previsionales. Para estas entidades, sin el aval del FMI, sería más riesgoso cerrar cualquier negociación con Argentina. En un segundo grupo están los inversores independientes –sin mandatos tan rígidos como los institucionales– para quienes la firma del Fondo sería indiferente. Finalmente están los fondos especulativos o buitres (“hedge funds”, en la jerga) que propician la ruptura con el FMI para que haya más dólares disponibles para ellos.
En este contexto, a qué juega Roberto Lavagna es algo que los analistas tampoco terminan de descifrar. Hay diversas hipótesis. Primera: Lavagna piensa que hay un nuevo orden internacional que hay que respetar. En ese mundo no existen más los salvatajes del FMI, éste es un acreedor privilegiado, y en consecuencia la quita en la deuda argentina debe ser la mayor de la historia. Si los acreedores no aceptan esta situación que vayan a presionar a los gobiernos del G-7, porque éstos cobrarán puntualmente de un ahorro fiscal en dólares que no alcanza para todos. Segunda hipótesis: con la estrategia de pagarle al FMI, mientras negocia con los acreedores, no acordar con los acreedores y/o romper con el FMI sería mucho más costoso en el futuro. Lavagna es mucho más “promercado” que el resto del Gobierno, está más dispuesto a flexibilizar su oferta a los acreedores para acordar, y le sube el costo a Kirchner de no aflojar un poco en el último tramo de la negociación. Tercera: Lavagna sólo quiere comprar poco tiempo caro para encarar la negociación con los acreedores y ver qué onda. No tiene estrategia, las cosas se le fueron de las manos, y fuga hacia adelante.
Los hipótesis 2 y 3 están en boca de consultores muy bien remunerados por bancos y financistas.
En cualquier caso, la apuesta del ministro es riesgosa. Rato insistió ayer con que para considerar exitosa la reestructuración de la deuda sería necesaria una adhesión al canje del orden del 80 por ciento. Lavagna sabe que hoy esa meta es inalcanzable. Si hacia enero no logra cambiar esta situación, el Gobierno habrá entregado 2000 millones de dólares al FMI a cambio de nada.