EL PAíS
Godot lo vio con sus propios ojos
Por Mario Wainfeld
“El Presidente se lo dijo en su estilo y yo en el mío, que son distintos. Pero los dos le dijimos lo mismo”, comentó Roberto Lavagna quien, en su estilo que irradia más flema que épica, se mostraba satisfecho en la tarde de ayer. Lo que le dijeron, básicamente, es que el superávit primario del 2005 no superará el 3 por ciento y que la oferta para el canje de deuda a acreedores privados es inmodificable.
Y hasta coincidieron en una caracterización del FMI, que tiene algo de reclamo. “Ustedes eran prestamistas de última instancia y ahora son cobradores en primera instancia”, le espetó Néstor Kirchner a Rodrigo Rato. El titular del FMI replicó la frase del presidente argentino subrayando que Lavagna ya le había dicho lo mismo. En Economía y en la Rosada celebran lo que Perón hubiera llamado “unidad de concepción”.
- Planto en 3: Kirchner fue tajante cuando dijo que el superávit primario del 2005 es inamovible. Los funcionarios argentinos dicen apegarse al artículo octavo del acuerdo de 2003 con el FMI que subordina un aumento de superávit primario a mejoras en índices de pobreza, desempleo y crecimiento. “En 2005 la cifra de superávit no puede superar el 3 por ciento”, repitieron varias veces Kirchner y Lavagna ante un Rato que volvió obstinado sobre el punto. “¿Y en 2006?”, pregunta Página/12 a un allegado directo de Lavagna. Si quien calla otorga, el hombre otorgó.
- Las empresas de bandera (española): Rato habló de la necesidad de generar las condiciones para que las privatizadas “volvieran a invertir”, un eufemismo para disimular (apenas) la exigencia de aumentos de tarifas. La respuesta de Economía fue que las negociaciones con las privatizadas vienen avanzando, que salieron del inmovilismo de hace algún tiempito. Tal como anunció Página/12 ayer, Economía postula que el reciente aumento de tarifas eléctricas tendrá mucho impacto en las negociaciones por ser “una señal de cambio”. No es tan seguro que del otro lado de la mesa lo vean igual.
- El canje: El titular del FMI no tiró sobre la mesa una exigencia numérica sobre el porcentaje de aceptación de la oferta argentina a los bonistas. Claro que, para no decir cifras, fue bastante preciso. Aludió a las experiencias de otros países en los años ‘90 que, haciendo juego, orillaron el 90 por ciento de aceptación. Y bajó un poquito el piso “ahora podría ser algo menos”. Con lo cual sugirió la necesidad de seducir al famoso 80 por ciento que se viene manejando desde Washington. Los funcionarios argentinos sostuvieron lo que es su permanente punto: no es posible predeterminar porcentajes de aceptación, las predicciones son formuladas por actores interesados y aviesos. No son creíbles y prima la incertidumbre.
Rato, siempre según la versión local, se preguntó entonces qué harían el FMI y la Argentina si en enero de 2005 la aceptación no fuese tan alta como lo deseado. Habrá que esperar y ver, propusieron los sureños cuya postura filosófica los emparenta más con el “paso a paso” de Merlo que con la obsesividad del Primer Mundo. “Fue el único instante –explican en Economía– en que Rato demostró tener una duda, algo no cerrado respecto del futuro.” La traducción al criollo es que la novedad del escenario desconcierta al FMI, que empieza a reconocerlo. La duda no suele ser la jactancia de los organismos internacionales pero siempre puede caber una excepción.
- La política: El visitante no incordió a Kirchner con preguntas sobre política pero sí se las formuló al ministro de Economía. Lavagna le comentó que había dos elementos contrapuestos. La política real mejoró notablemente en el último mes. Pero la imagen pública, muy dominada por los reclamos callejeros y el debate sobre seguridad, ha bajado. Lavagna sabe que los invitados leyeron notas lapidarias sobre la protesta social, ilustradas con fotos catástrofe salidas hace un mes en el Financial Times y hace días en el Herald Tribune. Y reconoció el problema. Pero detalló como positivo que el Congreso (tras una larga parálisis) haya vuelto a legislar dictando normas necesarias para el Ejecutivo, que la relación con los gobernadores es armoniosa y que la Corte no está conspirando contra el Gobierno como ocurrió hasta mayo de 2002. El ministro señaló que el Congreso y los gobernadores apaciguaron sus cuitas cuando se apaciguaron las hostilidades entre el Presidente y su precursor Eduardo Duhalde.
- La coparticipación: Tanto el Presidente como el ministro de Economía insistieron en que es un reclamo excesivo y a la vez superfluo. Superfluo porque la nación y las provincias vienen cumpliendo con las pautas de superávit comprometidas con los organismos internacionales. Excesivo porque es imposible el armado político de una nueva ley, que exige básicamente que las provincias “chicas” cedan dos puntos de lo que actualmente perciben en favor de Buenos Aires. Las provincias chicas no aflojarán, le explicaron. La ley podría zafar en Diputados por el peso de los bonaerenses pero en el Senado (con tres bancas por provincia) encallaría inevitablemente. A menos, psicopateó Lavagna, que la Nación pusiera de sus fondos esos dos puntos. Pero si así lo hiciera, los fondos saldrían del bolsillo único lo que restaría recursos para otros pagos, incluidos los de los acreedores externos. La del bolsillo único es otra imagen común a la que apelaron tanto el Presidente como su ministro.
- La seguridad: “Esto parece Valencia” fue el único comentario de Rato cuando una explosión retumbó en Economía. La seguridad no integró las charlas. Al fin y al cabo, coligen los argentinos, en España están acostumbrados a bombas y atentados. Pero es también cierto que en la delegación de Rato les cayeron gordos los incidentes en el Sheraton, protagonizados por un puñado de manifestantes mucho más bulliciosos que violentos. Tanto que hasta cabildearon acerca de mudar al visitante.
- Staff no existís: “Es un hombre que confía mucho en sus propias impresiones. No es tan tributario del staff del FMI como era Köhler. Ni siquiera estudia los datos al dedillo como sus predecesores. Las charlas, por lo tanto, van a lo general, a los puntos generales. Puede dar la sensación de que vuelve a temas trillados, tratados antes cien veces. Pero es que no quiere formar su juicio por boca de los burócratas”. La caracterización que los negociadores argentinos hacen de Rato potencian el valor de su visita. El español es un hombre que no delega las decisiones ni las socializa especialmente. Su desapego (debe entenderse, siempre relativo dentro de lo que permite un organismo como el FMI) a lo que predica el staff es música sacra para los oídos de los argentinos que abominan a funcionarios como Anoop Singh a quienes juzgan burocráticos, poco dúctiles... y aunque no lo digan así por razones de estilo, bastante “mala onda”. “Cuando había cuasi monedas en once provincias predecían el caos. Cuando las recuperamos se olvidaron del tema. Cuando, supuestamente, se venían miles de sentencias por amparos exitosos de ahorristas nos preguntaban todos los días por ese tema. Ahora ni lo mentan”, rezonga Lavagna a quien quiera oírlo. En voz más baja clasifica con aplazos a Singh y su ballet.
- Encuentro y reencuentro: Lavagna conoce a Rato desde hace años, tuvieron alguna reuniones mano a mano, incluido alguna tenida muy dura referida a las privatizadas. Se tutean, algo no tan inusual para las costumbres españolas y argentinas. Kirchner lo veía de cerca por primera vez. Rato no se privó de una ironía al destacarle que Lavagna le hablaba siempre bien de él (ver nota central). El cónclave en la Rosada fue más breve que el de Economía, menos técnico y se centró en lo que el Gobierno tabula como esencial: presupuesto, deuda con bonistas y privatizadas. Ambos encuentros, descriptos por los argentinos, fueron como a ellos les gustan: francos, duros. Pero mucho más cordiales que alguna célebre reunión de Kirchner con Horst Köhler, el antecesor de Rato.
- Lo que viene: Rato tomó nota, por primera vez en forma oficial, del pedido de Argentina de postergar los pagos “no obligatorios” que Argentina adeuda al FMI y que ascienden a 1000 millones de dólares hasta fin de año. Amediados de este mes se reunirá el directorio y ahí se resolverá qué hacer. Los argentinos creen que, en este punto, no habrá problemas. Y hasta se entusiasman con que habrá piedad respecto de la coparticipación.
Los puntos más peliagudos siguen siendo las tarifas y, por encima de todo, el canje, a cuyo respecto el final sigue abierto, pero muy abierto.
El G-7 continúa atravesado por presiones muy fuertes contra Argentina. Las lideran los italianos a quienes en Economía describen como “desaforados”. Pero también varios “países chicos” de Europa hacen sentir sus broncas. Le impusieron a Rato una reunión previa a su venida para sonsacarle información fresca. Y los Estados Unidos –quién lo hubiera dicho, our best friends– están ensimismados en sus elecciones donde no hay lista sábana ni por ende terceras fuerzas.
El gobierno argentino sigue pidiéndole tiempo al tiempo. No espera del FMI gestos estentóreos de entusiasmo. Apenas (nada menos) que no obstruya la implementación del canje de deuda. Como ya se ha señalado, el objetivo del Gobierno es llegar a un 50 o 60 por ciento de aceptación a fin de verano de 2005. Con esa cifra, suponen, cundirá un lento contagio que permitirá amortiguar las presiones de los que sigan afuera. No lo expresan a gritos pero dejan toda la sensación de que no esperan ni anhelan una aceptación mayor. No se sabe cuántos acreedores se resignarán a cerrar trato. De hecho, a esta altura, ni siquiera se conocen cuáles son los reales tenedores de los bonos de deuda externa. La auditoría respectiva se hizo hace muchos meses y desde entonces los fondos buitres han hecho de las suyas.
El primer paso oficial para ir consiguiendo aceptaciones, como cuadra a la caridad bien entendida, empezará por casa: será apestillar a las AFJP para que acepten la propuesta argentina. Kirchner tiene pensado ponerse muy duro si la declinan. Tratándose de un presidente peronista está claro que no durará en hacer sentir el peso del poder del Estado para inclinar esa decisión. El punto se viene conversando, en términos nada blandos. El Gobierno ha decidido sacar del medio a los gerentes locales de las AFJP y discutir con sus reales conducciones.
Nada cambió demasiado en el día de ayer pero los funcionarios argentinos lo vivieron, dentro del escueto margen de lo posible, como un avance. De todas formas, como viene sucediendo con esta negociación inédita (por el monto en juego, por el contexto internacional, por la multiplicidad de acreedores, por la exótica política económica adoptada por Argentina) se sigue pulseando al límite, al borde del precipicio. Hasta ahora no se ha caído, pero tampoco se ha obtenido un escenario más desahogado. Qué van a hacerle, sigan participando.