ESPECTáCULOS › MIRTA BUSNELLI Y JAVIER LOMBARDO, JUNTOS EN “DOLORES DE CASADA”

“Siempre es fácil culpar al otro”

Se conocieron rodando el film de Juan Manuel Jiménez, donde son un matrimonio ganado por el hastío, y tuvieron una química inmediata.

 Por Emanuel Respighi

Mirta Busnelli y Javier Lombardo no son pareja en la vida real. Tampoco amigos. Sin embargo, quien los observa en la entrevista con Página/12 bien podría suponer cualquiera de esas dos relaciones. Es que los protagonistas de Dolores de casada, la comedia costumbrista que mañana se estrena en la cartelera porteña, dan la impresión de que se conocen desde hace mucho tiempo, aun cuando su relación haya comenzado en noviembre pasado, en el rodaje de la ópera prima de Juan Manuel Jiménez. “Nos conocimos antes de filmar la película y tuvimos muy buena onda”, señala Busnelli. Los actores se cruzan miradas cómplices, ríen a carcajadas, acuerdan pasarse a buscar para realizar otra entrevista gráfica al día siguiente y hasta responden casi al unísono a la pregunta de si hay tanta diferencia entre el trabajo de un actor a la hora de hacer una película y al momento de grabar un programa de TV. “Enorme”, se precipitan a contestar ambos actores, sorprendidos. “Es que ya pensamos como marido y mujer”, dispara Lombardo, y vuelven a reír.
De vasta trayectoria en cine, teatro y TV (a Busnelli se la puede ver en La niñera como la mamá de Flor Finkel, mientras que Lombardo encarna al sacristán de Padre Coraje), los actores interpretan en el film a Dolores y Enrique, un matrimonio que, a veinte años de haberse casado y con una hija adolescente a cuestas, se encuentra en pleno desbarranco ante el agobio de la rutina y el tedio que ¿todo? matrimonio presupone con el inevitable paso del tiempo. Rodada en San Luis, en la ciudad de Villa Mercedes, durante noviembre del año pasado, la película vuelve a indagar en la complejidad de la vida matrimonial a través de un registro cotidiano. “El haber filmado en el interior fue un punto a favor de la película”, señala Lombardo.
–¿El actor es capaz de divertirse en medio de jornadas de trabajo tan intensas?
Javier Lombardo: –El actor debe divertirse, porque si no, su trabajo no funciona. Yo filmé dos veces en el interior del país (antes hice Historias mínimas) y en ambos casos la pasé bárbaro. El hecho de irte de tu cotidianidad te permite desconectarte y compenetrarte en lo actoral: uno está siempre pensando en la película. Encima teníamos un paisaje divino y un casino cerca que nos relajó bastante (risas). Era como estar en una gran familia.
Mirta Busnelli: –Yo me divierto más en las películas que se hacen en el interior que las que hice en Buenos Aires. Ir a rodar a un lugar desconocido, escapando de las obligaciones y presiones cotidianas, crea un clima propicio para divertirse y disfrutar del rodaje. Lo que es claro es que, para que se produzca el hecho cómico, los actores se tienen que sentir cómodos.
–La película transmite una muy buena química entre ustedes. ¿Hubo lugar para la improvisación?
J.L.: –Tuvimos cierta libertad para improvisar. La idea era jugar en los diálogos que podíamos, inventando sobre la marcha para darle la frescura que toda comedia debe tener. Pero no siempre sucede que se pueda improvisar: se requiere que haya una buena química entre los actores y la flexibilidad del director.
M.B.: –Siempre en el cine nos manejamos con guiones, pero desde el hecho de que uno le pone el cuerpo al libro, la historia pasa a tener una marca personal. Porque, en definitiva, es la imaginación de los actores, del guionista y del director lo que genera esa ficción.
–En el film se ven dos personas muy diferentes: una mujer sensible y con ganas de vivir y un esposo al que ya todo le da lo mismo.
J.L.: –Hay tantos matrimonios como personas. Cada matrimonio es un universo único. Creo que la institución matrimonial tiene socialmente una carga de prejuicios absoluta, pero no es tan malo estar casado. En este caso se ve un matrimonio de gente con un horizonte muy chato, bastante hastiados uno de otro. El film refleja el hastío, la rutina, la falta desorpresa y de estímulos, y la incomunicación que se puede generar en un matrimonio que lleva veinte años casados.
M.B.: –Es un matrimonio de estos tiempos, en los que todos pensamos qué es lo que queremos. El ser humano debe encontrar la manera de compartir la vida con otro y que ese andar por la vida esté lo más vivo posible. En la película se ve a un matrimonio alienado por la rutina: entre ellos dos se agotó algo y tienen que encontrar una motivación que no saben por dónde buscarla. Entonces, como están insatisfechos con sus vidas, se la agarran con el otro. Están en una situación tan crítica que creen que la relación está mal porque el marido se retrasa diez minutos y no porque hay un problema de fondo. Cada integrante le echa la culpa al otro de lo que les ocurre, pasándose facturas muy superficiales.
–Una actitud que pareciera ser parte estructural de la idiosincrasia argentina.
M.B.: –Hemos pasado cosas bastantes duras en este país durante los últimos treinta años. Todas las instituciones democráticas están descompuestas: el Poder Judicial, la educación, el Congreso, los sindicatos, la Iglesia, los partidos políticos, los militares. En ese marco, uno se puede preguntar: ¿por qué extraña razón soportamos todos estos males si podríamos no hacerlo? Y victimizarnos no tiene sentido: no se puede decir que todos los demás tienen la culpa y uno no puede hacer nada. Creo que siempre, en cualquier situación, uno tiene la posibilidad de hacer algo para mejorar su forma de vivir. Se hicieron cosas en ese sentido desde el 2001. Pero es difícil transformar un país, incluso con un gobierno bien intencionado como el de Kirchner, cuando la trama de descomposición es tan grande.
J.L.: –Los argentinos tenemos esa tendencia a no hacernos cargo de lo que nos sucede: siempre es más fácil culpar al otro por algo que uno no puede resolver. Pero no sé si es sólo una característica argentina. Por eso uno se analiza: porque es más fácil poner los problemas en el otro que verlos en uno.
M.B.: –Pasa con el tema de la seguridad. Están más sobre el tapete los nueve o diez secuestros que las millones de personas que se mueren de hambre en este país porque no tienen laburo. Y esos son crímenes cotidianos que no son menos importantes que la seguridad de la gente. El principal problema del país es la desigualdad que existe. Porque no todos los países pobres generan semejante inseguridad, pero sí la generan aquellos que tienen una marcada desigualdad en la distribución del ingreso. El problema no es endurecer la ley o exigir más seguridad: hay que dar más trabajo y redistribuir mejor el ingreso. Es la desigualdad social y la situación de extrema pobreza la que produce una realidad atroz.

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“El actor debe divertirse, porque si no, su trabajo no funciona”, señala Javier Lombardo.
 
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