Jueves, 14 de abril de 2011 | Hoy
PSICOLOGíA › CONSECUENCIAS DE LA MIGRACIóN SOBRE LAS GENERACIONES SIGUIENTES
La autora, tomando el caso de la Argentina, señala que los aspectos traumáticos de la migración, cuando han sido silenciados en las familias, perduran silenciosos, “encapsulados en la estructura familiar inconsciente, y se trasmiten de una generación a otra en busca de un portavoz que pueda reproducir el conflicto”.
Por Ana Rozenbaum de Schvartzman *
La migración es un fenómeno recurrente y tan antiguo como la humanidad –Adán y Eva emigran del paraíso por el deseo de saber–, pero ¿qué consecuencias lega la migración de los padres a la generación de los hijos? En la Argentina hubo dos grandes corrientes inmigratorias. Una es la que llegó de Europa hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Eran personas marginadas, campesinos o con oficios heredados a través de generaciones, que querían cambiar su futuro. La otra corriente inmigratoria se produce en la primera mitad del siglo XX como consecuencia de las guerras mundiales. Estas personas llegaban en busca de un lugar que les restableciera la identidad y les permitiera desarrollarse en paz. Eran también marginados y desposeídos, pero además se trataba de seres maltratados por la violencia social. Los unos y los otros concentraron sus esfuerzos en la supervivencia, en borrar rastros de sufrimientos pasados; el objetivo estaba puesto en los hijos, que debían llegar a ser profesionales respetados en la nueva tierra. El mandato era: comer y estudiar.
Los de la primera inmigración pudieron mantener un pasado que siguió funcionado como ideal perdido; solían recordar con nostalgia su lugar de origen y las pérdidas sufridas y con el relato podían reparar parte del desarraigo. Pero los de la segunda corriente inmigratoria –víctimas o victimarios de ambas guerras– muchas veces establecieron el silencio: mantuvieron negado el pasado, representante de lo siniestro, de lo no pensable y no decible. En un vano intento de preservar a sus hijos de todo dolor, estimularon el conocimiento hacia afuera pero anulando el conocimiento hacia el adentro de la historia familiar: por culpa, por vergüenza, por miedo. Pero no por ello han de cesar los efectos, más allá de las generaciones. Estos diversos modos de tramitar la migración quedan inscriptos en el discurso familiar y se transmiten a los descendientes.
Los primeros inmigrantes llegaron al país de “Gobernar es poblar”. Pero ya en las primeras décadas del siglo XX se pone fin a esa política, debido en gran parte al temor de que se produjera un desborde social; la mitad de la población era extranjera. Las condiciones que encontraron los de la segunda corriente inmigratoria iban a ser muy diferentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, los sucesivos gobiernos obstaculizaron el ingreso de las víctimas, muchas de las cuales tuvieron que entrar con nombres cambiados. Esto puede teñir nuestra indulgencia a la hora de comprender el “silencio de los inocentes” que, después, preservaron.
Ya en el libro de Jeremías, del Antiguo Testamento, se afirma que “los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tendrán la dentera”. Freud, en Moisés y la religión monoteísta, señala que “la herencia arcaica del hombre no abarca solo predisposiciones sino también contenidos, huellas mnémicas de lo vivenciado por generaciones anteriores”. En la constitución psíquica de ciertos sujetos, la historia de sus antepasados, en segunda y tercera generación, se revela con un peso y una eficacia que trasciende la historia vivida por el sujeto. Así, los hijos de sobrevivientes de las persecuciones nazis soportan los residuos del traumatismo de sus padres, que a menudo hipotecan, no sólo sus vidas, sino su rol de padres frente a sus hijos, los de la tercera generación.
El sentimiento de culpa del superviviente es un clásico en la literatura sobre los campos concentracionarios. Es la culpa del inmigrante, del refugiado, del exiliado; al trauma de la pérdida se le agrega otro elemento extremadamente perturbador: la culpa por la supervivencia frente a los que no han podido salvarse (véase El telescopaje de generaciones, de Haydée Faimberg, escrito en relación con la historia de un paciente cuyos familiares habían sido víctimas del Holocausto). La situación traumática no elaborada queda encapsulada dentro de la estructura familiar inconsciente y es trasmitida de una generación a otra en busca de un portavoz que, por su estructura, pueda reproducir el conflicto. “La carta siempre llega a destino”, dijo Lacan, aun si el destinatario no ha sido instituido como tal por el emisor.
El sujeto que se enfrenta a una migración queda expuesto a un fenómeno extremadamente complejo, que pone en riesgo, aunque también en evidencia, la identidad. Hay que reconocer que, entre los factores determinantes de la identidad, el lugar de origen adquiere una importancia casi genética. En el DNI figuran primero el nombre y el apellido; segundo, la fecha de nacimiento; tercero, el lugar de origen, la nacionalidad, incluyendo la pregunta de si se es argentino naturalizado, como si se dijera: por adopción. Expresiones como “país adoptivo” se usan a menudo para personas cuyas vidas transcurren fuera del país de origen. Cuando la adopción metafórica por migración se ha sumado a la adopción literal, como en el caso de Edipo, las consecuencias no siempre son felices.
Todo inmigrante necesita un espacio potencial que le sirva de lugar y “tiempo de transición” –en los términos que planteó el psicoanalista Donald Winnicott– entre el sitio de origen y el nuevo, que le brinde la posibilidad de vivir la migración “como un juego”, que respete la ilusión de “lo encontrado-creado”. Es decir, todo inmigrante necesita encontrarse con una madre tierra “suficientemente buena”. Los años pasaron, nacieron hijos argentinos. Como dijo Hannah Arendt, “la historia es un relato que no cesa de comenzar”. Algunos crecieron escuchando relatos, y tal vez se fastidiaban: “Otra vez con esas historias...”; otros crecieron en el misterio de los silencios, los duelos postergados. La voz de las generaciones transmite a partir de lo dicho y de lo no dicho.
* Miembro titular con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
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