PSICOLOGíA › SOBRE LA RESPONSABILIDAD DEL NEUROTICO
El que elige decir: “Ellas te cagan”
Por Hugo Dvoskin*
El neurótico, dice Lacan, elige por las desdichas y no por las faltas. Esto podría formularse también del siguiente modo: el neurótico elige por la melancolía y no por la responsabilidad.
La posición desdichada, melancolizada, se ve favorecida por la tendencia del sujeto a responsabilizarse bajo la forma “me lo merezco”, precio que paga por su voluntad de ser elegido. No debe pensarse que se trata de una “subestimación” o de un “yo débil”. Bajo la forma de “me lo merezco”, “el Otro me lo dedica”, el “Otro me ama”, “yo soy su elegido”, el yo se encuentra por el contrario especialmente fortalecido, firme y fijo. El merecimiento no lo confronta con la falta ni con sus deseos, aunque sí con sus faltas, faltas morales que Dios observa y castiga. Cualquier desdicha sería mejor que interrogarse sobre la posibilidad de que Dios no tuviera tiempo para sus nimiedades. De algún modo, el sujeto neurótico, en su relación con el Otro, agradece la desdicha que le ha tocado vivir pues detrás de la desdicha se aloja el amparo.
La culpa melancólica viene paradójicamente a ocultar otra culpa: “culpable, pero no de eso”. Se trata del goce que aún se anuda a aquello que produce o produjo sufrimiento al otro. El “lo hice” habilita, eventualmente, la posibilidad de armar una estética acorde con ese deseo que pueda albergar al goce que lo compele. Se trata –para el psicoanálisis– de hablar de las vergüenzas, no sólo de las desdichas. La implicación del sujeto tiene un punto álgido y máximo cuando el sujeto debe confrontarse incluso con aquello que lo sitúa como activo al momento de ser víctima, ya sea por los hechos, los afectos o las representaciones que acompañaron ese momento y ese tiempo. Es de otro orden de implicación subjetiva situar las escenas (situarse en las escenas) de las que uno ha sido victimario que hacerlo en aquellas en las que se sitúa como víctima, aun cuando las segundas también avergüencen. Si vale como posición al final del análisis “ser un desvergonzado sin ser un sinvergüenza” (según Jacques Lacan), ello implica que el análisis deberá atravesar por aquellos puntos vergonzosos para el sujeto: vergüenza que es efecto de las propias compulsiones.
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Supongamos una serie de hechos casuales, desafortunados y azarosos. El aparato tiene cierta capacidad para nominar “azaroso” a alguno de esos sucesos y eventualmente tramitarlo, vía relatos, de modo catártico. Si los sucesos se repiten, el sujeto intentará tramitar la serie por vía de una nueva representación, una explicación que produzca un reordenamiento de la serie que lo saque del momento inhibitorio. Sin embargo, si los sucesos se repitieran nuevamente, el sujeto perdería la capacidad de generar una representación que amortigüe el suceso azaroso. Esa falta de representación transformaría al suceso azaroso en suceso traumático.
De ahí que muertes, enfermedades, pérdida de trabajo, infidelidad, configuren un grupo de situaciones en las que el sujeto se detiene, a veces de modo tal que se constituyen en el organizador mismo de su existencia.
Por ejemplo, “Ellas te cagan”, dice él: insiste en que está en condiciones de garantizar que las mujeres siempre son infieles, como lo fue su novia de los veinte. “Ellas te cagan” es la respuesta que ha encontrado para el desenlace del noviazgo sobre el que no se ha preguntado nada; sólo esa única respuesta que apenas se metonimiza en “todas las minas te cagan; si no es ahora, será más adelante, pero que te cagan, te cagan”. Frase de la que sólo puede dar testimonio por aquella novia que lo dejó por otro, pero que se ha confirmado con la lectura “selectiva” que hace del final de relaciones de otros. Afirmación que impide cualquier relación estable con una mujer y que no tiene manera de ser contrarrestada o contradicha (lo cual de todos modos no es el sentido de nuestra praxis). Situado en ese lugar, la frase sólo sirve para confirmarse a sí mismo bajo la forma de no entablar relaciones. La desconfianza o los celos que pudiera haber en una pareja, en este caso, no son sino el camino propuesto de antemano. Si el suceso se produce o no, no tendrá importancia alguna. En primer lugar, como en el chiste de Freud, porque la relación no se inicia; en segundo lugar, porque la relación está particularmente atravesada por esa posición de él; por último, porque de todos modos es en sí misma una relación arruinada por ese fantasma.
El vive eso, con eso y de eso; resentido.
También la melancolía podría pensarse con esta categoría: un “pienso en eso” perfectamente organizado, una respuesta alrededor de la cual la vida gira sin tomar distancia.
* Fragmentos del libro El medio juego. Un deseo lógico, el lugar del analista, en colaboración con Adriana Biesa, de próxima aparición (ed. Letra Viva).