Domingo, 8 de mayo de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › LA DEPENDENCIA QUE GENERAN LOS CELULARES INTELIGENTES
La conexión permanente que permiten ahora los teléfonos móviles no sólo está cambiando la vida social de los usuarios: también la laboral, ya que cada vez se dedica más tiempo a las obligaciones por fuera del horario de trabajo. Y ya se habla de “tecnoestrés”.
Por Sonia Santoro
Este verano Victoria Rosas decidió no chequear sus e-mails a la vuelta de las vacaciones. Le quedaban unos días libres antes de volver a trabajar y no quería encontrarse con indicaciones, comentarios, noticias laborales que le hicieran adelantar aunque sea mentalmente su regreso. “Hacés muy bien”, le dijeron algunas amigas. Una de ellas usa un teléfono móvil inteligente desde hace años y lo adora, pero le recomienda no comprarlo por la necesidad compulsiva que le genera de ver mensajes y responderlos rápidamente. Otra dice que se olvidó su celular en casa y tuvo todo el día la sensación de que algo malo ocurriría.
Esta sensación de estar perdiéndose algo si no se está on line las 24 horas no es un fenómeno personal. Nadie puede negar que las nuevas tecnologías de comunicación, concentradas cada vez más en los teléfonos móviles, tienen numerosísimas ventajas. Sin embargo, muchas personas se sienten angustiadas o presionadas por la falta o el exceso de mensajes y pueden sentir una especie de abstinencia si no tienen su aparato móvil encendido. ¿De qué se trata todo esto?
Elena Gallardi, docente de 34 años, tiene un móvil “inteligente” (smartphone) desde hace dos años y medio “para evitar encender la computadora cada vez que tenía que chequear un e-mail. Además mis jefes están en otro país, hay un cambio de horario y no quería encender la compu a las diez de la noche, entonces el blackberry fue la mejor opción”. Desde entonces dice que responde “todo más rápido, no voy caminando y pensando ‘no respondí el e-mail, no debo olvidarme’. Me llegan y los respondo. Además me siento más cerca de mis colegas, es como enviarnos mensajes a los celulares con gente que está en Japón, Estados Unidos”. Sin embargo, agrega, “no voy a negar que no me puedo desprender de este aparatito mágico”. El aparatito se enciende cuando ella abre los ojos, incluso los fines de semana, y también en las vacaciones. “No puedo tener a mi blackberry apagado, no lo soporto”, dice.
“A veces mi jefe me escribe un domingo a las 12 de la noche diciéndome que llega a la Argentina en cuatro días y me envía el listado de reuniones que quiere tener, entonces puedo responderle rápido y no debo esperar a reconectarme y ver todo esto el lunes por la mañana.” ¿Cómo vive eso? “Por un lado mal, porque no te gusta recibir estas infos un domingo, ya te inquietan y es entrar en temas laborales, pero por otro lado puedo resolverlo más rápido; me interrumpe mi descanso pero lo resuelvo a tiempo”, dice desde su aparatito.
Ambigüedad o contradicción de sensaciones es justamente lo que generan estas nuevas tecnologías cada vez más disponibles. El año 2010 fue uno de los mejores en venta de aparatos móviles en el país. La tendencia fue al aumento de la venta de smartphone, que llegó al millón y medio de celulares. Cada vez se le pide más al celular: Internet, redes sociales, gps... También Argentina está en un tercer puesto en conexiones a Internet detrás de Brasil y México, con 12,8 millones de usuarios.
En 2008, en España ya advertían estos problemas. Algunas empresas observaban que con teléfonos multifunción los empleados se sacaban los e-mails de encima durante el fin de semana para empezar el lunes libres de pendientes, pero como todos hacían lo mismo lo que pasaba es que el tráfico aumentaba y en días donde se suponía debían descansar.
¿Quién no lo hizo? “Todos hacemos eso. No sé si estamos trabajando más, sino más rápidamente. Probablemente se incrementa la productividad, por acelerar los tiempos de trabajo. Esto no es negativo. Antes, el domingo abría el buzón para adelantar las cartas. Esto lo haces más rápido y te facilita muchas cosas. Hay trámites que podés hacer virtualmente. Los tiempos se aceleran y hay que adaptarse”, opina Susana Finquelievich, investigadora del Conicet, directora del Programa de Investigaciones sobre la Sociedad de la Información, IIGG-FSOC-UBA.
Como fuere, se trabaja con mayores urgencias que hace apenas un par de años. ¿Quién gana más? “La cantidad de correos electrónicos que debemos atender diariamente, muy lejos de disminuir, cada año aumenta dramáticamente y constituye un creciente dolor de cabeza. Además, la neuralgia está inseparablemente acompañada de los riesgos y consecuencias del spam, los virus y los ataques informáticos. El inmensurable volumen de correos basura e ilegales se ha convertido en una grave situación mundial, comparable con la contaminación ambiental, el tráfico automotor, el manejo de la basura en las ciudades o el recalentamiento global”, dice el venezolano Juan Carlos Jiménez en su libro El e-mail en el Trab@jo. Manual de Supervivencia. Soluciones y Consejos.
“El estrés generado por el volumen de e-mails y los riesgos de seguridad asociados con este medio son parte también de un fenómeno mayor de sobrecarga informativa y comunicacional, con importantes consecuencias negativas en la productividad de los equipos de trabajo”, agrega.
Desde el punto de vista de la salud, hay otras consecuencias. Ya se habla de tecnoestrés para nombrar esto que les pasa a los usuarios mientras se adaptan. Eso corre para los adultos, porque quienes nacieron con estas tecnologías no se imaginan el mundo de otra manera.
“Se llama tecnoestrés al estado psicológico negativo relacionado con el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Los continuos cambios producidos a este nivel superan en muchas ocasiones las posibilidades adaptativas de quienes las utilizan”, definen en la Fundación de Investigación de Ciencias Cognitivas Aplicadas (Iccap), que trabaja en estas cuestiones.
Victoria Rosas recibe constantes interrupciones mientras escribe. Llamadas por teléfono, mensajes de texto, e-mails que avisan su descarga. Cada vez una duda repiquetea en su cabeza casi a la velocidad de sus dedos en el teclado: “¿Contesto ahora o no contesto?”
Algunos expertos hablan de la “apnea del e-mail” para nombrar lo que ocurre con nuestra mente cada vez que abrimos el correo.
Lo que está también en cuestión es la noción cada vez más extendida de que hacer muchas cosas al mismo tiempo –contestar el correo mientras se habla por teléfono o twitear mientras se escucha una conferencia– es mejor y más productivo.
Héctor Nieto, de la Cátedra Libre Salud y Seguridad en el Trabajo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA), lo enmarca dentro de las cuestiones de salud laboral. “Hoy las personas tienen una nueva carga, una mayor carga, que es muy difícil de medir. La densidad, la intensidad de la tarea aumentó mucho.”
¿Qué consecuencias trae esto para la salud? “Esta modalidad de trabajo desvirtúa la vida familiar, te pone a disposición continua del ámbito laboral, pero no hay una manera de cuantificar estos daños aunque claramente tiene consecuencias psicosociales”, explica María José Iñíguez, socióloga de la misma cátedra. “Es necesario hacer hincapié en la sobrecarga de trabajo como mecanismo estresor, la prolongación de la jornada de trabajo, el aumento de la presión, además de la fatiga, actúan como estresores”, apunta Nieto.
¿Y entonces qué hacemos? No podemos plantarnos como los ludistas a romper celulares en señal de protesta. En 1800 recién aparecían las primeras máquinas y ellos creían que eran las enemigas de sus puestos de trabajo. Pero a 200 años del movimiento, algo hemos aprendido sobre el avance y las mejoras que la tecnología ofrece.
Sin embargo, sí podemos remitirnos a Alfredo Palacios. “Si uno trabaja más de ocho horas tiene problemas sociales”, decía en 1920. “La tecnología es nueva y los problemas son antiguos”, recuerda Nieto.
Elena Gallardi cuenta: “Yo me impuse unas normas con mi blackberry: no leo noticias, no lo uso para escuchar música, no uso el facebook. Sólo e-mails, mensajes a celulares y si estoy de vacaciones, el chat... como para controlar un poco más el uso”.
En Deloitte de Londres, por ejemplo, luego de hacer una prueba durante cuatro miércoles sin enviarse mensajes internos, tomaron conciencia de la situación y adoptaron algunas normas de comportamiento. Una medida: antes de mandar mensajes múltiples, aparece un cartel en tu correo que pregunta si realmente querés hacerlo para no generar tráfico extra.
Juan Manuel Bulacio, de Iccap, dice que “la empresa tiene que tener en cuenta el factor humano por encima del tecnológico y a éste como un importante apoyo para aquél. Por eso deben estar en claro el sentido y el beneficio de las nuevas aplicaciones”.
Siempre hay posibilidad de negociar o de apagar el teléfono, podrán decir algunos. ¿Siempre? Nieto e Iñíguez son tajantes: “¿Pero cómo vamos a discutir con nuestro empleador las condiciones individualmente? Las organizaciones son hoy las que ponen las pautas.”
Hay empresas que ofrecen ambientes confortables o cursos de yoga y derivados para manejar el estrés. Sobre este punto opinan: “Resulta que termina siendo un problema del empleado cuando en realidad es del empleador, que no modifica las condiciones de trabajo para que vos no estés sometido a estrés”. En la misma línea, Michel Gollac, un especialista francés que vino a dictar un seminario sobre Subjetividad y Trabajo a Buenos Aires hace unos años, dijo: “Los directivos se concentran en aquello que pueden hacer fácilmente, como crear un ambiente agradable. Pero eso, al igual que la gestión del estrés, tiene una efectividad limitada”.
Para Nieto no hay soluciones individuales: “Decirle a un trabajador ‘a usted le hace mal leer los correos mientras come o mientras le da la mamadera a su hijo’ es cargar al trabajador de algo que él ya sabe que le hace mal. Hay que pensarlo más como una cuestión social”. “Desde el punto de vista médico -–concluye–, hay que admitir que el estrés mata y que es el motor de muchas patologías y que esto produce estrés.”
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