SOCIEDAD › LAS ESTRATEGIAS DE LOS BALNEARIOS PARA PROVEER ENTRETENIMIENTO DURANTE TODO UN DIA DE PLAYA

Prohibido aburrirse en verano

Qué busca el público que retorna una y otra vez al mismo balneario. El programa para que tomar sol y bañarse en el mar no se torne rutina. Las actividades, lo que piden los clientes de los balnearios, las cofradías entre veraneantes que se vuelven a ver cada verano.

 Por Soledad Vallejos

Desde Villa Gesell

El mate, las mantas, la sombrilla anche carpa, los bolsos, las heladeritas, los juguetes para la arena y alguna toalla: todo lo acarreado para disfrutar de un día en el mar quedó abandonado. El kit está ahí, a la vera del escuadrón que hace derecha-izquierda arriba abajo cha-cha-cha al ritmo, desesperadamente pegadizo, de “la canción del verano”, que este año llena el aire de frases farfulladas en portuñol. Hace sólo diez minutos, había poco más que dispersión de arena al viento, vendedores de churros con canastas, niños bramando aburrimiento y algún señor cabeceando la siesta antes de la merienda. Todo eso quedó en el pasado. A la hora señalada, tal vez un minuto antes o después, arrancó la alegría organizada. Porque para descansar, primero hay que sufrir, después bailar, después, quién dice, pisar al de al lado, y al fin andar sin remordimientos. Lo importante es participar. O dejarse convocar, por lo menos.

Niños y grandes primero

“Piden recreación para los chicos y algo para los grandes. Un campeonato de tejo, un campeonato relámpago de truco, ahora ya no tanto de burako porque pasó de moda. Pero siempre quieren algo.” Lo confirma rotundamente Alejandro Fressone, que como uno de los dueños del Club Fredda, en lo más álgido de la costa sur, y además presidente de la Cámara de Concesionarios de Playa de Villa Gesell, algo de los yeites del asunto entiende. El público, los bañistas, esas personas que alquilan carpas para concurrir durante sus días de vacaciones a la misma playa, muchas veces porque saben que allí se encontrarán, como el año anterior, con los mismos vecinos, sólo quiere divertirse.

Fressone cree que, de algún modo veraniego, los vacacionistas son personas en busca de una “comunidad” efímera, pero capaz de reiterarse. Son esos amigos de temporada que pueden no verse durante once meses, pero que al cabo de un año de trabajo reconfirman la confianza de ver pasar las olas uno al lado del otro. Y con esas otras personas, que bien pueden ser los desconocidos de siempre, algo hay que hacer, en el sentido comunitario del verbo. Por algo un campeonato de truco llegó a registrar cerca de 80 parejas: todo sea por no aburrirse de tanto descanso.

Así y todo, hasta las simpatías de playa tienen límites cuando de combatir el aburrimiento se trata. En los torneos, dice Fressone, “se matan”. Sea “por un licuado o una cerveza, de verdad, están compitiendo, ponele, en truco ¡y se matan!”. Claro que, con el correr de los años y las tendencias, alguna diferencia fue tallándose en esta pasión por las peleas. Si hace una década, o un poco más, los “campeonatos” podían ser cosa de al menos una semana, ahora, que “los períodos de estadía son más cortos”, se convierten en eventos “relámpago”: “En dos, tres días como mucho se empiezan y terminan, porque la gente si no se te va y queda inconcluso”.

Claro que la diversión de los grandes, que puede llegar a involucrar karaokes a la hora del mate, tiene una condición sine qua non. Lo confirma, desde la administración del familiarísimo y ya tradicional balneario Popeye, Juanchi Fernández: “Los padres, lo primero que preguntan, es ‘¿qué tenés para los chicos?’”.

Agotarse de no hacer nada

El flautista de Hamelin se mudó a la playa, se desdobló en una chica y un chico, se calzó remeras del balneario y vinchas flúo. Para convencer a los pequeños de seguirlos, como el bullicio de las olas y el gentío resulta insoslayable, más que tocar música encantadora, les regalan sendas vinchas fucsia, verde manzana nuclear, rosa chicle intenso. Hay que decir que las criaturitas responden encantadas, y ahora mismo siguen el camino de madera que vertebra los patios de carpas. Dos, tres, unos cuantos pasos más los depositan a un lado del restaurante, con sonrisas inmensas y un mar de pequeños pares. Frente a las olas, el mate pasa de mano en mano, pero la zona durará poco tan despejada.

Para saber qué sucederá, basta chequear la programación. Juanchi Fernández, responsable, junto con su madre, de todo cuanto sucede en el balneario Popeye, empezó a definir el cronograma en noviembre, por eso puede contarlo de memoria, sin repetir y sin soplar. “Lunes, miércoles y sábados hay masajes. Todos los días bien temprano a la mañana hay clases de surf. Para todas las edades, eh. Miércoles y domingos a las cinco de la tarde viene a dar clases de salsa un pibe que trabaja con Flavio Mendoza. Y todas las quincenas, sobre el fin de la quincena en realidad, hacemos fogones. A la gente le gusta que hagas eso para poder despedirse.”

Va terminando la hora de la siesta en plena brisa, se acerca la de la merienda, pero también una de inflexión. Cuando la concurrencia a la playa es en familia, la estadía suele comenzar temprano en la mañana, después y en algunos casos aun antes del desayuno. Sencillo: es altamente probable que la mayoría de las personas que están acá lleven más de cinco horas de sol, viento, agua, arena. También puede haber pasado un poco más. Por eso Carlos Churrupit, que como responsable del área deportiva municipal de la Villa organiza la Playa Deportiva, está convencido de que “en enero la persona que va todo el día a la playa se cansa de todo el día lo mismo”. Por eso hay que organizar torneos relámpago pero recreativos de vóley, alguna caminata, “o clases de gimnasia para las mujeres”: sea por edad o por género, está prohibido aburrirse en verano.

La demanda

Pasar una hora cualquiera en la oficina de administración de un balneario es entender que la idea misma de demanda puede cobrar dimensiones descomunales cuando la expresan los vacacionistas. Los requerimientos proliferan como para puntuar una conversación cada dos, tres minutos:

–¿Una lapicera?

–Un burako tenés, ¿no?

–Me está faltando un mazo de cartas.

–De casualidad, ¿Pervinox?

–Me llevo un tejo.

–Anotame para los masajes de mañana.

“Y, bueno, la gente viene a distenderse”, dice entre sonrisas Juanchi Fernández, el ajetreado anfitrión de Popeye que conoce nombre, vida, obra y milagros del ochenta por ciento de las personas que se distribuyen en las cien carpas del lugar. “Están casi todo el día tiradas en la carpa, y por ahí cuando empieza la música se prenden. Hasta el más vago se prende. Ves viejos que bailan con los nietos, tipos grandes con la esposa, grupos de amigos, chiquitos, adolescentes. Y el que no, se queda mirando. Pero algo con eso pasa.”

Razón no le falta: en algunos minutos, una tarima, un par de parlantes y la animación coreográfica a tono con los hits del verano irrumpirá, con su revuelo, en el parador, en las cercanías y hasta en la cancha de vóley. Que el partido se vaya a cancelar importa a muchos menos que los doscientos que, en un rato, tratarán de coordinar pasos, no caerse, no pegarle a nadie y hasta demostrar gracia al ritmo del repetitivo, omnipresente, tema del verano, que en su versión 2012 llegó desde Brasil y se desparrama en las noches de la peatonal, sale desde los autos que circulan cargados de chicas y chicos en las madrugadas, atrona en bares y hará mover a medio mundo, literalmente, bajo el sol de fin de la tarde en la playa.

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