Domingo, 10 de marzo de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › PODER, CRIMENES Y NEGOCIOS DE LOS ALE EN TUCUMAN
Los allanamientos a sus propiedades pusieron el foco del país sobre una familia largamente conocida en la provincia. Las denuncias de Trimarco. Las causas de las que siempre zafan. La pelea con Bussi. Las quejas de Evangelina Salazar.
Por Soledad Vallejos
El nombre se volvió familiar a fuerza de ser mencionado por Susana Trimarco como responsables del secuestro de Marita Verón. “La mafia de los Ale”, repitió y repite ella, está detrás de una red de trata, pero también de un mundo criminal de larga data. En Tucumán, los quince allanamientos de comienzos de la semana sorprendieron, pero los trascendidos sobre qué habían deparado no asombraron. Armas, aun de guerra, dinero en efectivo y no solamente en pesos, y rumores, sobre todo, sobre indicios materiales de comisión de un espectro de delitos. Aunque fueran palabras sin confirmación oficial, trascendieron y se multiplicaron, quizá porque los perfiles de Angel “El Mono” y Rubén “La Chancha” Ale no son ajenos a historias de enfrentamientos armados, amenazas, desafíos al poder político, juicios penales, encarcelaciones y excarcelaciones escandalosas. Los Ale se enfrentaron a Antonio Bussi cuando era gobernador; convivieron sin tropiezos con Mario “Malevo” Ferreyra; fueron públicamente vilipendiados por una Evangelina Salazar en su época de primera dama provincial. En Tucumán, decir su apellido es mentar sucesos policiales de las últimas cuatro décadas.
Cuenta la leyenda que todo comenzó en el Mercado de Abasto, céntrico y enorme pero ahora de-saparecido y reemplazado por Mercofrut, también inmenso y ubicado en las afueras de San Miguel de Tucumán. Amado Ale había llegado de Arabia Saudita poco antes de la Primera Guerra Mundial; tras un tiempo trabajando en cosechas, se afincó en Tucumán y se dedicó a la venta de frutas y verduras en el Mercado. Uno de sus hijos, Said Ale, heredó y continuó el negocio; con el tiempo, sumó a sus cuatro hijos varones: Angel “El Mono”, Rubén “La Chancha”, Ricardo y David. Los dos primeros se lucieron pronto ayudando a que Don Said se volviera más y más fuerte en el lugar. Al cabo de los años, Said fue el presidente casi vitalicio de la cooperativa que manejaba el Mercado; para entonces, sus dos hijos mayores comenzaban a destacar en la barra brava de San Martín de Tucumán.
El primogénito de Don Said era levantisco desde joven: en 1973, con 18 años, ya había sido procesado por lesiones y desacato, tras una gresca fuerte en el Mercado, aunque terminara sobreseído por el episodio. Siete años después, fue sentenciado a nueve años de prisión por el asesinato del vendedor ambulante Manuel Amado Ismael, que murió de dos balazos en la calle. Por buena conducta, El Mono cumplió sólo cuatro años de la condena. A poco de haber recuperado la libertad, fue nuevamente denunciado por amenazas; la causa no prosperó. En 1985, las denuncias son por lesiones en banda; en 1986, por abuso de armas, lesiones y daño intencional.
Rubén “La Chancha” Ale, siete años menor que El Mono, no se quedaba atrás, aunque todavía no había aprendido a sedimentar en negocios sus actividades dispersas, algo que sí lograría con su esposa María Jesús Rivero. Desde joven notablemente más corpulento y voluminoso que su hermano mayor, La Chancha tuvo un 1985 atareado: en enero fue acusado por una golpiza en el bar La Carpa; en agosto, le encontraron dos revólveres y un arma calibre .22; poco después fue detenido por apretar a huelguistas durante un paro decretado por la CGT. En los casos en los que terminó absuelto, resultó libre y la denuncia, desbaratada en el aire.
En 1986, los hermanos se vieron envueltos en un episodio sangriento: el asesinato de dos integrantes de Los Gardelitos, una banda de mecheras y ladrones dedicados a hurtos, robos y arrebatos. Era el último día del año. El Mono bajó de su auto en la avenida Roca, discutió con cinco hombres que estaban en otro auto y comenzó a disparar. De una casa cercana, salieron La Chancha y Jorge Horacio “La Bruja” Vázquez, que se sumaron al tiroteo. La crónica policial contó que en cuestión de segundos los gardelitos Santos Pastor Aguirre y Enrique Ramón Galván murieron acribillados, y Juan Carlos Beduino logró escapar herido. Los otros dos gardelitos escaparon apenas a tiempo, a poco de que comenzara la balacera. “Fueron los Ale, nosotros sólo robamos, no matamos a nadie, pero esto será vida por vida”, advirtió una integrante de Los Gardelitos.
Durante meses nadie supo nada de los Ale. Habían desaparecido de los lugares que frecuentaban; se rumoreó que habían abandonado la ciudad, la provincia, el país. Entonces regresaron: el 9 de marzo de 1987 se entregaron a la Justicia. El Mono asumió las culpas por los homicidios y dijo que habían sido “en defensa propia”. Fue alojado en la seccional II.
La acusación inicial, por homicidio doble y otro en grado de tentativa, terminó convertida, por obra y gracia de la Cámara I en lo Penal, en “exceso en la legítima defensa”. Fue excarcelado el 7 de octubre de 1988; dos días después, cien personas lo vivaban en el aeropuerto, cuando subía a un avión para descansar un poco en otro lado.
Detenciones por armas, acusaciones de intimidación de testigos, condenas excarcelables. Así termina la década del ’80 para los hermanos. En 1993, es asesinado el policía Salinas (ver aparte). En 1994, a un año de que terminara la gestión de Palito Ortega y luego de las excarcelaciones de los Ale, la primera dama tucumana Evangelina Salazar enfrentó públicamente al clan. “Todos sabemos que son una mafia”, dijo. “Toda la comunidad tucumana” deseaba que estuvieran en prisión, “pero así es la Justicia”. Los Ale, agregó, “se manejaron de una forma tan fantástica para el mal que la Justicia no encontró pruebas suficientes para condenarlos. La verdad es que todo esto es muy injusto”. Por su parte, el patriarca Said se lamentaba en entrevistas. Clamaba inocencia, decía no saber por qué lo habían detenido: “Mi prontuario policial no tiene ni una raya. Todo esto es muy tendencioso”. Convertido en león paternalista, Said insistía en que El Mono y La Chancha “tuvieron problemas, es cierto, pero como todos los seres humanos, como cualquier otra persona. Pero la mayoría de las cosas que se han dicho son puros inventos, fantasías y persecuciones. Son hijos fieles a su padre y dedicados a trabajar honradamente. Si yo conociera algo de ellos que sea ilegal, me separo inmediatamente. Pero mientras haya injusticia contra ellos, siempre voy a apoyarlos”. También definió: “Somos una familia que trabaja”.
Para entonces, los Ale ya habían visto cómo su negocio de maquinitas de apuestas había dejado de ser ilegal (la ley las autorizó en 1991) y ese dinero fresco se sumaba al poder del club, las armas, la permanencia en el Mercado de Abasto. Por eso Said decía que sus chicos veían las armas como “precaución”.
Antonio Bussi era gobernador de Tucumán. Los Ale coparon Tribunales tras el asesinato del remisero Alfredo Cisterna; unos meses después, ya en mayo de 1997, los benjamines Ricardo y David Ale golpearon a un sereno y después hicieron un escándalo en la seccional 8. En julio, en reclamo de licencias, los autos de la remisería 5 estrellas bloquearon la Jefatura de Policía: intentaban coparla. Bussi estalló y proclamó públicamente que los Ale eran “mafiosos que viven fuera de la ley”. Entonces se declararon la guerra.
Los remises de 5 estrellas bloquearon la zona de Plaza Independencia, la Casa de Gobierno: un mar de autos poniendo en jaque el asiento del poder. Sobre la explanada de la sede del Ejecutivo provincial apareció una topadora. “El mensaje que tengo para ellos es esa topadora que puse, que cada uno haga su interpretación”, declaró Bussi, antes de insistir en definiciones de los hijos mayores de Said: “engendro de mafiosos”. Un día después, en una exposición industrial, usó una remachadora de clavos diciendo “para los Ale”. El clan retrucó victimizándose: “Bussi dio carta blanca para que nos maten”; La Chancha dijo que cuando vio la foto del gobernador con la remachadora “pensé en cuando él daba el tiro de gracia a los detenidos durante la dictadura”. La pelea, como otras acusaciones, se diluyó en el aire.
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