Sábado, 28 de noviembre de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › ENTREVISTA A MARINA SáENZ, DOCTORA EN DERECHO Y ACTIVISTA TRANS ESPAñOLA
Sáenz ya daba clases en una de las universidades más antiguas y conservadoras de España cuando asumió su identidad trans. Colaboró en la redacción de leyes para resguardar derechos LGTB, y ahora lucha para ayudar a que niñas y niños trans sean quienes quieren ser.
Por Sonia Santoro
“Yo en Argentina no voy a poder enseñar nada porque ustedes nos han adelantado. Argentina es referente en la lucha por la identidad de género.” Así se presentó Marina Sáenz, “eminencia en el ámbito jurídico” y “activista trans muy importante en Europa”, según las palabras con que el consejero cultural de la Embajada de España en Argentina, Juan Duarte, presentó a la experta en el Centro Cultural de España en Buenos Aires.
La trayectoria de Sáenz tiene dos facetas. Por un lado, es doctora en Derecho y activista LGTB. Diplomada en estudios europeos. Ha escrito diversos libros y múltiples artículos en publicaciones científicas sobre Derecho Comercial, con fuerte impacto en la jurisprudencia de su país. Como activista por los derechos LGTB ha participado activamente en la redacción de casi la totalidad de las leyes adoptadas o proyectadas en materia de identidad de género y no discriminación en España. También ha dirigido la defensa de casos con importancia estratégica para el avance en la igualdad de derechos de gays, lesbianas y transexuales.
Vino a la Argentina a hablar sobre la atención a los “menores trans” en la escuela y en el ámbito sanitario, y la polémica que estos temas generan.
–Soy del País Vasco, ya pasados los 50. Y soy profesora de Derecho en la Facultad de Derecho de Valladolid, una ciudad de 350 mil habitantes y bastante conservadora. Es una universidad muy clásica, 900 años de antigüedad. Además estoy en el patronato de la Fundación Triángulo, una fundación por la igualdad social de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Aparte madre de dos hijos.
–Tiene un currículum muy fuerte en Derecho Comercial y paralelamente en la lucha por los derechos LGTB, ¿cómo es ese cruce?
–Yo era profesora de Derecho y terminé siendo activista un poco por casualidad. Unos alumnos míos que eran hombres transexuales me pidieron que les ayudara a conseguir su cambio de sexo cuando no había una ley que lo permitía.
–¿En qué año?
–En el año 90, 90 y pico. Entonces me vi redactando la primera demanda de cambio de sexo sin operación para unas transexuales. Y ahí empecé. Poco a poco me fui involucrando en el activismo. Estuve participando en la ley de cambio de sexo registral y luego en las leyes autonómicas que ha habido en España. Prácticamente he estado en todas menos en dos. También en los proyectos que ha habido por una ley antidiscriminación LGTB. Tuve ocasión también de participar en el proceso europeo que ha aprobado las líneas directrices LGTB. He tenido suerte de haber estado en sitio en que podías influir.
–¿Cuáles son las leyes españolas centrales en el tema?
–Tenemos una ley de cambio de sexo que fue aprobada en 2007, que en su momento fue novedosa porque no puso los tribunales médicos que había en el resto de Europa y porque no exigía las operaciones genitales como ocurría en el resto del mundo para obtener el cambio. En su momento fue una novedad pero ahora ya se ha quedado desfasada. Evidentemente preferiríamos una ley como el modelo argentino.
–La de identidad de género.
–Que por simple declaración, sin patologización, sin informes médicos reconozca el cambio de sexo. Estamos en ello. Tenemos un grupo de trabajo que redacta ya un borrador, hemos gestionado compromisos políticos. Y ahora, después de las elecciones de diciembre, tenemos la convicción de que vamos a sacar en la siguiente Legislatura esa ley. Luego el panorama es muy confuso por autonomías. Porque hay autonomías que dan una cartera sanitaria completa a la identidad de género, hay otras que tienen protocolos educativos para los menores, para evitar el acoso homofóbico, transfóbico. Tenemos comunidades autónomas que tienen una política de inserción laboral y otras que no tienen absolutamente nada.
–¿Y el matrimonio?
–Es estatal. Es igual en todo el Estado. Es un matrimonio igualitario.
Las parejas de hecho por ejemplo tampoco están igual en todas las comunidades autónomas. Lo que nos gustaría es uniformar en una ley general antidiscriminación estatal estas condiciones de todas las comunidades autónomas para que no haya, con todo respeto, reservas espirituales por las que el tema no se pueda tratar. Estamos en esa guerra.
–¿Qué pasa con los chicos que nacieron después de que la mamá o el papá cambió su identidad?
–Allá no incide. Yo, por ejemplo, tengo un niño y una niña. Y en principio el estatus de sus madres no les cambia el estatus a ellos. Socialmente tampoco. Mis niños no han tenido problemas de discriminación o de ataques. La sociedad española ha cambiado mucho. En pocos años. Y la lucha social, tenemos el convencimiento de que la hemos ganado. La violencia es muy baja, protagonizada por grupos minoritarios de ultraderecha y el nivel de aceptación social es cortés. Donde claramente todavía se nota la discriminación es en el ámbito del trabajo. No accedemos al trabajo igual. Concretamente las mujeres transexuales de más de 40 años son una bolsa de pobreza. Ahí vemos una discriminación, una exclusión laboral muy fuerte. Todavía no conseguimos romper esa barrera. Y nos preocupa la generación que viene ahora. Estamos viendo que por fin tenemos una generación de gente joven que las familias les aceptan, que no les echan de casa, que estudian, pero queremos que también puedan integrarse en la vida social y en el trabajo, como cualquier otra persona, por sus méritos y esa es nuestra pelea más dura en estos momentos.
–Un estudio de hace unos años decía que el promedio de vida era muy bajo.
–Sí. El promedio de vida de una mujer transexual era de 37 años. En España era así también. Yo pertenezco a la generación perdida.
–Donde la prostitución era la norma a la hora de encontrar un trabajo.
–Era la salida. Lo mío es rarísimo. Soy la representante no representativa.
–¿Y cómo fue su historia?
–Primero quería contar que antes teníamos una esperanza de vida de 50 años. La gente de mi generación todavía muere con 50 o 55 años. Pero estamos empezando a sobrevivir. Y esto nos está llevando a una situación nueva. Tenemos gente mayor trans. Nunca habíamos tenido. Y los problemas médicos están sin tratar. Nadie sabe cómo atenderlas bien. Atenderlas en la residencia es muy delicado porque a muchas les pretenden desconocer el género. O las mantienen aisladas. Este es otro capítulo que estamos abriendo. El de la atención de las personas mayores porque hay desconocimiento médico, hay desatención social. Tenemos muchas inmigrantes latinoamericanas que están llegando a los 60 años, que no tienen sus papeles en regla y para meterlas en una residencia solamente ya es un problema. Porque las quieren meter en una residencia de varones. Y cada caso hay que pelearlo.
–¿Se judicializa?
–Lo peleamos por vía administrativa y en general las instituciones reaccionan bien. Hemos conseguido, por ejemplo, que las presas latinoamericanas estén en el pabellón que les corresponde según su género, aunque no son ciudadanas, que se les dé el mismo trato que a los ciudadanos nacionales. Pero todo eso está por hacer. Y sobre todo nos gustaría una futura ley que contemple que España es un país de acogida. Que tenemos a muchas mujeres que han venido de muchos países donde no podían vivir con seguridad y a esa gente le tenemos que dar el mismo tratamiento que a las de casa. No podemos crear guetos, no podemos crear una parte para las centroamericanas.
–Entonces, ¿me cuenta su historia?
–Ya a los cuatro años vi que algo no cuadraba, ya notaba que lo mío era llevar una falda. Pero en aquella época no había información, no había Internet. La represión de esto era muy fuerte. Enseguida percibí, como todos los de mi generación, que lo que pretendía era horrible; algo malo. Entonces, lo reprimí durante mucho tiempo. Enterré esto en un lugar muy profundo e intenté vivir la vida que me correspondía. Pero un tigre no puede perder las rayas, al final lo que hay sale. Y las consecuencias sociales hasta hace muy pocos años eran duras.
–¿Y cuándo salió?
–Años 90. Tenía casi 30 años. Fue un impacto en mi entorno.
–¿Y su familia?
–Mi madre todavía no lo lleva bien. Todavía no entro en su casa. Pero, bueno, en el trabajo fue también un impacto. Ya era una profesora conocida. Fue un escándalo. En 900 años no les había pasado algo así.
–Fue la primera.
–La primera y la única. En toda la universidad española creo que somos cuatro o cinco profesoras o profesores transexuales. Y en un sitio como este, tradicional, imagínate, salió en el periódico.
–Pero logró mantenerse ahí.
–En favor de mis compañeros debo decir que, aunque algunos tienen un perfil conservador, todos fueron muy amables y corteses. Por supuesto que hay gente que no lo entendió y mantiene una distancia. Pero otra gente lo ha asimilado.
–¿Cómo eligió su nombre?
–Es que hay que bautizarse. Si no te bautizan los padres, quién te bautiza, lo haces tú. En mi caso fue una elección compartida con mi pareja. Le quisimos dar una significación. Era el comienzo de una nueva vida. Y salió Marina. Mi pareja siempre me decía a mí que tengo cara de Marina.
–¿Tenían hijos ya?
–No. Fue una aventura también atrevernos a tener niños. Nos dio mucho miedo. Pero ha sido una experiencia maravillosa. Estamos encantadas de la vida y ha ido muy bien. La gente que tiene miedo de educar a niños con padres gays o lesbianas o con gente transexual que va a perjudicarles, la experiencia que tenemos nosotras es que los niños salen perfectamente normal, según la educación que les das. Y el entorno al principio se impacta mucho pero lo asimila enseguida. Es decir, cuando tú vas a recoger al niño al colegio hay una didáctica. Entonces las 200 o 300 madres que hay alrededor tuyo, el primer día se escandalizan pero al tercer día ya lo ven normal y eres una más. Eso es una labor didáctica espectacular porque al final eso es lo que normaliza.
–Ahora viene a hablar de chicos trans. ¿Cuál es la propuesta?
–Estamos intentando primero el reconocimiento de la identidad de género sin patologizaciones pero sobre todo que se adopten protocolos en educación y en sanidad para atender a los menores desde el momento en que empiezan a manifestar su identidad de género. Cada niño tiene su propia etapa de desarrollo. Lo importante es que si no hay una represión del ambiente, el niño se desarrolla antes y con muchos menos problemas. Y lo que intentamos es que se cree un entorno sin presiones, sin tener que encajarlo tampoco en un patrón estrictamente masculino o femenino, porque a veces los propios padres cuando asimilan que tienen a un menor trans intentan encajarlo inmediatamente en un modelo de masculinidad o de feminidad. Igual el niño no quiere eso. Sencillamente darle un entorno en que pueda ser. Y en el plano médico hay una resistencia muy fuerte a atender a los menores trans. Muchos médicos tienen miedos a ser demandados.
–¿Habla de operaciones?
–No. Estamos hablando de cuando llega el desarrollo puberal, hacer un período de inhibición hormonal hasta que vemos que el menor está definido para que no tenga un desarrollo contra el que luego tenga que luchar el resto de su vida. Es decir, para un hombre transexual tener la primera menstruación es una cosa terrible. Y para una mujer transexual que le salga la barba o que le cambie la voz es luego lo que el resto de tu vida vas a pasarte peleando. Si es posible, lo podemos evitar. Si esto además favorece la integración del menor y que tenga menos traumas, entonces, es algo que es conveniente hacer.
–Acá, en el ambiente de los derechos de niños, niñas y adolescentes, “menor” tiene un contenido peyorativo. ¿Allá se sigue usando?
–Sí, por menor de edad. Bueno, lo que nos preocupa es el paso de niño o niña a la adolescencia. Queremos que se atienda esa situación, igual que queremos que en el colegio no se de este modelo bipolar sexo-género de una manera tan estricta.
–¿Y cómo lo están haciendo?
–Hemos conseguido introducir esto en varias leyes integrales de transexualidad autonómicas, en las de Andalucía, Cataluña y Extremadura. Conseguimos un tratamiento transversal de todas las cuestiones que afectan a la transexualidad, entre ellas, educación y sanidad. Ahora viene la de Madrid, que esperemos que salga.
–¿Y se están aplicando?
–Sí. Y en otras comunidades, sin ley, peleando caso por caso se ha conseguido. Yo estoy en una comunidad sin ley y ahora mismo estamos tutelando a nueve menores transexuales y hemos conseguido que en la escuela les reconozcan sus nombres, les den el trato adecuado a su género y les den tratamiento médico adecuado a su edad, a su desarrollo. Pero a base de mucho esfuerzo.
–¿Cuáles son las resistencias?
–Pueden empezar en sus propias familias. Hay padres que intentan negar la identidad de sus hijos.
–Es difícil ¿no?
–Sí. Y de hecho tenemos también casos que esa resistencia llega al maltrato. Esa es otra regla, cuando padres llegan a maltratar a sus hijos. Tenemos que alertar a los servicios sociales para intervenir. Esto es muy delicado. Y muy difícil de conseguir porque los padres parece que siempre tienen la potestad sobre los hijos pero bueno, no lo pueden maltratar. Luego, en los centros educativos no hay formación, la gente no sabe cómo abordar esto. La mayoría de los menores trans en su momento fueron diagnosticados erróneamente como niños con TDH.
–¿Trastorno de hiperactividad?
–Sí y como niños que tenían depresión, que tenían algún tipo de patología y no tenían nada, salvo que no se les estaba reconociendo su identidad. Tan pronto como eso fue atendido, los problemas desaparecieron. Es un antes y un después.
–¿Y cuándo se manifiesta en general?
–Hay dos etapas muy críticas. Muchas veces ya para los tres o cuatro años queda la identidad de género pero también ya para esa edad muchas veces el menor percibe que el entorno no es favorable y lo tapa. No le preocupa todavía lo bastante. Y vuelve a aparecer con fuerza en la pre pubertad. Estamos hablando de los 12, entre los 10 y los 14 años. Y es cuando además se convierte en problemático con los compañeros por el acoso. Y la edad en sí misma es difícil porque es la edad de la experimentación sexual. Lo que un menor puede vivir como una maravilla, como es enamorarse, para un menor trans puede ser una barrera terrible, porque tú no puedes expresar tu género libremente en tu entorno. Eso es lo que tenemos que pelear: allanar el camino para que puedan ser ellos mismos.
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