SOCIEDAD › UNA ENCUESTA EN LA MARCHA DEL ORGULLO GAY REVELA COMO SON LOS HOMOSEXUALES PORTEÑOS
Soy lo que soy
Cómo y ante quién revelan su orientación sexual. La discriminación. Las situaciones de violencia, sus hábitos. Un estudio entre los participantes de la Marcha del Orgullo Gay muestra el perfil de los homosexuales más visibles de la ciudad y el conurbano.
Por Cristian Alarcón
La Marcha del Orgullo, puro festejo, contoneo y denuncia, es un acontecimiento en el que cada año se dibuja un mapa porteño de la diferencia. En la meca gay de Sudamérica, tal como la vende el nuevo marketing turístico para extranjeros con dólares, la homofobia y todas las variantes del odio a la diferencia merman, pero no cesan. Una encuesta, a la que tuvo acceso exclusivo Página/12, realizada sobre más de 600 personas de todas las orientaciones sexuales asistentes a la marcha de 2004 marca algunas señales. Hay un cambio cultural tras la unión civil que implica mayor visibilidad y una contracara, el alto nivel de agresión y discriminación que llega a extremos de persecución y violencia entre las travestis y no perdona a los adolescentes de clase media: el 65 por ciento de los chicos y chicas menores de 19 años han sido insultados en la calle, en sus casas, en la escuela.
Diego González lo hizo al revés que la mayoría: su coming out, su “salir del armario” o “del closet”, comenzó por casa. Se lo dijo a su mamá. Tenía 13 años, y buena letra: le escribió una carta, una confesión temprana de ese amor irreversible hacia otro chico, un pibe de su barrio que lo había “flasheado”. Ella lloró, pero lo defendió. Luego vendría la escena con el padre, furioso, y un intento de expulsión, que su madre reprimió tenaz, a tiempo. Diego fue a la marcha del orgullo del año pasado. No recuerda si fue uno de los anónimos encuestados, pero sabe que esa escena le terminó de ratificar su misión: “no ocultándote, mostrándote como sos ante quien sea, podés cambiar esta sociedad”, dice, a sus 24.
Hace dos años en Río de Janeiro, ese destino dorado para los homosexuales de los ’70 y ’80 que llenaban las playas y los saunas cariocas buscando lo que escaseaba o era reprimido en Buenos Aires, se hizo una encuesta entre los asistentes a la octava marcha del orgullo. Aquel plano brasileño fue usado como base para esta encuesta porteña, aunque los expertos y activistas del Instituto Gino Germani de la UBA, el Area Queer del Laboratorio de Políticas Públicas y el Centro Latinoamericano de Sexualidad y Derechos Humanos (CLAM) las modificaron y adaptaron teniendo en cuenta el contexto local. Así indagaron sobre sexualidad, relaciones sociales, participación en política, violencia y discriminación. Ese día, 55 personas de organizaciones, universidades, centros de estudios y muchos independientes fueron entrenados en las horas previas al inicio de la fiesta para entrevistar a los encuestados.
Las invasiones hetero
“¿Cómo te identificás sexualmente?”, fue la pregunta disparadora. Eso delata una fuerte presencia gay en la marcha: el 44,2 por ciento. Y una menor asistencia de mujeres lesbianas: 16,8 por ciento. Los bisexuales fueron poco más del 10 por ciento. Y las trans, un 5,5 de los encuestados, pero porque muchas de ellas se negaron a responder la encuesta. El dato que sorprendió a los propios testers de la marcha es cierta saludable invasión de heterosexuales; los clásicos amigos y familiares, con un 23,3 por ciento de presencia activa en la manifestación que saca a los vecinos de la Avenida de Mayo a tomar el fresco en los balcones durante el atardecer. Uno de los datos distintivos “es que la inscripción de los reclamos políticos es fuerte en comparación con las marchas en otras ciudades. Por ejemplo los y las manifestantes en Río de Janeiro dicen participar por ‘curiosidad, diversión y/o conocer gente’ en un 35,9 por ciento mientras que aquí este motivo desciende a 18,9. Esto articula la cultura de la manifestación política de nuestro país”.
Estos manifestantes, más o menos politizados, son además de diferentes o amigos de la diferencia, jóvenes. Más de siete de cada diez tienen menos de 35 años y más de la mitad del total son menores de 30. Si se revisan las medias en las edades, los de menor edad de toda la manifestación son los bisexuales y los hetero. Queda claro con la encuesta que quienes van a la marcha tienen un nivel educativo alto: el 60 por ciento se recibió o cursa una carrera terciaria o universitaria. El porcentaje de los que reciben un sueldo es parecido, aunque allí se confirma que los más jovenes son aún inactivos económicamente. Los que más ganan son los mayores de 39. Los que menos ganan son los más jovenes, las trans y las lesbianas: el 40 por ciento de ellas gana menos de 500 pesos.
El taller
En ronda, de a uno, los chicos y las chicas que se reúnen en el grupo de jóvenes de la CHA repasan la manera en que se acercaron a la casa de la calle Tomás Liberti, sede de la Comunidad Homosexual Argentina, y se hicieron de estos amigos nuevos que vienen de los tres puntos cardinales de la Capital y el conurbano. “Más o menos en un año se fue normalizando todo: ya no me gritan mucho”, dice Diego, el morocho de 24 años que espera pronto practicarse un by pass gástrico: ha aumentado de peso hasta ser un oso –la categoría de gays que se identifican con una estética de robustez, pelo en pecho– y quiere retroceder, ser flaco, dice. Claro que el tamaño de Diego ayuda cuando tiene que enfrentarse a la agresión cotidiana con la que viene combatiendo, reconoce. “Si voy por la calle con mi novio me sigo comportando como cualquier pareja heterosexual. Más o menos, algo cambié en esa zona de Adrogué...”, dice, aunque por estos días en realidad tramita un nuevo amor, con más de un candidato, de esos que abundan en Internet. En ese sentido Diego es de la mayoría silenciosa de gays que se contactan por chat. En la encuesta del Area Queer, el Gino Germani y el CLAM surge que el 53,4 por ciento de los gays lo usa habitualmente.
Armarios porteños
Existe una especie de camino con postas por el que ellos y ellas van asumiendo ante los demás su identidad. El 84 por ciento de las personas Glttbi (la sigla que resume las diferentes identidades: gay, lésbicas, travesti, transexual, bisexual e intersexual) declararon su diferencia primero ante el grupo de amigos. Luego, el coming out se da ante la familia: el 65 por ciento de los gays, el 60 de las lesbianas y el 41 de los bisexuales se lo dicen a algún hermano o primo, antes de darle la noticia a los padres. Entre el 55 y el 58 por ciento de gays, lesbianas y trans se lo dijeron a sus padres. Parece más difícil blanquearlo para los bisexuales: sólo el 27 por ciento admitió habérselo contado a sus progenitores. Por último se sale del armario en el trabajo: de los más de 600 encuestados en la marcha, alrededor del 40 por ciento de gays y lesbianas y el 27 de bisexuales cuentan que ya les dijeron a compañeros y jefes de su tendencia. En ese sentido, el patrón relevante para los analistas es que a mayor nivel educativo, mayor es el porcentaje de personas que lo han declarado en el ámbito laboral. Tan cierto como que es en los espacios de la enseñanza –escuela, instituto o facultad– donde se da en última instancia el coming out y donde más agresiones soportan los Glttbi.
“Un dato que llama la atención es el gran porcentaje de personas Glttbi con menos de 19 años que han sufrido violencia o discriminación. Especialmente significativos son el 21,1 por ciento de agresión física, el 12,3 de violencia sexual y sobre todo el 66,7 de agresión verbal y casi 65 por ciento de discriminación”, destaca el informe final de la encuesta. En la CHA, esta situación queda reflejada en el último año como una constante en crecimiento de acuerdo con el registro del área jurídica, donde a lo largo de 2004 recibieron más de 1200 denuncias de agresiones de distinto tipo, pero sobre todo de adolescentes. “Es muy notorio que es más temprana la búsqueda de posibilidades de justicia o remarcar la identidad sexual.Antes eran mucho más tardías la salida del closet, y la forma de enfrentarlo en su sociabilidad”, apunta Pedro Paradiso Sottile, director del área legal. Claro que son las travestis quienes siguen estando en la primera línea de los golpes y los insultos.
Hace unos siete años la Marcha del Orgullo fue una especie de fiesta rave –algo de eso se ha multiplicado con el paso del tiempo– lisérgica en la que unas dos mil personas bailaron bajo una implacable tormenta de verano. Cruzaban la 9 de Julio con las cabezas rapadas, con las cabezas teñidas, con los raros peinados nuevos de los ’90; pocos, pero intensos; pocos, pero como la primera vez. Ese año, a la tormenta le siguió un arco iris que parecía demasiado. Los adolescentes de entonces volvieron ayer con las primeras canas. Todos, los de entonces, los de siempre, los de ahora: festejo, contoneo, denuncia.