Viernes, 12 de junio de 2015 | Hoy
MÚSICA
La festejada cantante y compositora Sharon Van Etten llega por primera vez a Argentina para compartir su repertorio amoroso. Antes del esperado show, habla con Las12 sobre el ejercicio catártico de la composición, su primer cuaderno y el placer de lavar los platos, entre otras cuestiones.
Por Guadalupe Treibel
Cuando el pasado año la cantante y compositora estadounidense Sharon Van Etten lanzó aquel magnífico interrogante sin signos de pregunta Are We There, cuarto y último largaduración, la crítica internacional se deshizo frente a sus “características examinaciones de la decadencia romántica”, aclamando aquella culminación urgente y melancólica en paquetito de once tracks. “Como Nick Cave, su tristeza contiene multitudes”, destacó entones Will Hermes, de la revista Rolling Stone; mientras Fred Thomas, del sitio especializado AllMusic, subrayó la innegable capacidad de esta dama de 34, nacida y criada en New Jersey, para “entregar canciones potentes y sin fronteras, bajo comando”. Canciones profundamente emocionales, advertidamente confesionales, crudas y exuberantes en su propia ley, sin adornar. Autobiográficas baladas indie rock encendidas por amores tóxicos, dolor y una necesidad casi visceral de exorcizar demonios de relaciones pasadas. Temas ofrecidos sin tamiz por una voz capaz de impregnar cada nota con un espectro de sentimiento incomparable.
Sin más, acaso alcance con prestar la oreja a “Your Love Is Killing Me” (en criollo, “Tu amor me está matando”) para hacerse una idea; en tamaña obra maestra del mentado disco, crescendos violeros y un órgano funerario acompañan los brutales pedidos de SVE: “Rompé mis piernas así no camino hacia vos / Cortá mi lengua así no converso contigo / Quema mi piel así no te siento / Apuñalá mis ojos así no puedo ver”. Como una Tilda Swinton vampírica que se relame en RH positivo en el jarmushiano “Only Lovers Left Alive”, acorde al citado RS, o, según esta humilde cronista, una Béatrice Dalle caníbal que invita a la meditación sobre el deseo, la obsesión y la soledad en “Trouble Every Day”, de Claire Denis, Sharon no teme ir al hueso del desamor. Aunque se empape de sangre, sudor y lágrimas en el proceso.
Del otro lado de la línea, desde una Nueva York literalmente llovida y a poco de embarcarse en el avión que la deposite por primera vez en Sudamérica, Van Etten habla con Las12 sobre “La Bestia” –tal es el sobrenombre con el que rebautizó a “Your Love is Killing Me”–: “Sí, fue difícil de grabar y aún es complicado tocarla; es un tema genuinamente intenso, y todavía persisten esos sentimientos, aunque hoy esté plantada en un lugar diferente. En verdad, todas mis canciones son difíciles por su contenido emotivo, pero se siente bien interpretarlas. Necesito hacerlo para sentirme bien”. En ese sentido, no resulta casual que la sensacional multiinstrumentista Heather Woods Broderick, que integra su banda y la acompaña en las giras, haya agradecido públicamente no tener que cantar la famosa “Bestia” en vivo. “Que puedo decir... –aporta con humildad SVE–. Conmueve a todos los que están conmigo sobre el escenario.”
Y, sin lugar a duda, a quienes la escuchan off stage. De hecho, toda su obra parece diseñada para tocar nervios sensibles, comenzando por el primogénito Because I Was in Love (2009), continuando con Epic (2010), Tramp (2012, producido por Aaron Dessner, de The National) y, tras Are We There (2014, en cuya grabación usó instrumentos que habían utilizado John Lennon y Patti Smith, “algo muy especial”), con su más flamante obra: el EP de cinco temas I Don’t Want to Let You Down, lanzado el martes pasado. Alineado musical y temáticamente con su predecesor inmediato, Van Etten vuelve sobre sus errores personales y las mezquindades de su media naranja, en otro demoledor ejemplo de catarsis sin censura. Dilemas que la tienen cantando, la voz plena, sobre el temor de decepcionar, la incertidumbre y frustraciones de relaciones que son y no son al mismo tiempo, la necesidad –y dificultad– de reconectar con viejos afectos, entre tópicos varios; a saber: “Cuando los sueños crecieron negros / no quise ver la luz” (“I Don’t Want to Let You Down”); “Me activaste como un arma / Luego corriste como sangre” (“Just Like Blood”); “Decime que soy un lugar al que no querés ir / Decime que soy alguien a quien no querés conocer” (“Tell me”).
“Definitivamente son una extensión de Are We There; de hecho, muchas no llegaron al disco porque no aportaban a la narrativa que el álbum proponía, pero son muy mucho de ese tiempo. Están conectadas con un momento que, a través de este EP, logran un cierre”, aclara Van Etten. Explica, además, que el minidisco está mayormente inspirado en un noviazgo de 10 años que, con sus idas y venidas, tuvo baja definitiva: el muchacho –que la apoyó artísticamente al comienzo– la hizo elegir entre un tour con Nick Cave y él; ella optó por su carrera y a otra cosa, mariposa. (Antes, otra relación había inspirado las primeras canciones de su celebrada carrera: un novio rocker controlador que descalificaba sus composiciones, las desestimaba por “demasiado personales” y llegó a romperle la guitarra; VE lo abandonó una noche, dejó definitivamente Tennessee, se instaló en Brooklyn y comenzó a trabajar publicitando bandas mientras grababa sus propios demos.) Hoy se sonríe desde su sede neoyorquina cuando dice: “En ocasiones, paso tanto tiempo en rutas que volver a casa y lavar los platos se vuelve un verdadero placer”.
–(Risas) Es un poquito extraño, lo reconozco; pero me calma, me resulta terapéutico, me lleva al borde de la meditación. Cuando no estoy componiendo, grabando o de gira, disfruto muchísimo las tareas hogareñas más corrientes. Qué va: soy una mina de lo más normal, a la que le gusta ver pelis cómicas, hacer chistes, pasar el rato con sus amigos, conocer nuevos lugares. Aunque resulte difícil de creer, soy una persona alegre, despreocupada. Me ha llevado años quererme a mí misma, pero hoy estoy atravesando un momento excelente.
–En verdad, siempre trato de ver el lado luminoso de las cosas. No por nada, mi película favorita siendo niña era Pollyanna, basada en la novela de Eleanor H. Porter. No tiene sentido ser negativo. No podés cuidar a todo el mundo, pero sí amarlos sin importar qué. Me están pasando tantas cosas buenas, tengo tantas historias felices que –en efecto– me estoy planteando escribir de otro modo. Quisiera que este optimismo se viese reflejado en mis próximas composiciones.
–Je, sí. Lo que sucede es que escuchaban una seguidilla de canciones tristes, y automáticamente me decían “¡pero pensábamos que estabas contenta!”. Entonces tenía que explicarles que lo estaba; que el modo que encontraba de ser feliz era haciendo esas canciones. Que canalizaba mi ansiedad o mi malhumor, por ejemplo, escribiendo.
–No diría que es un tópico que me obsesiona. Sí que es algo que conozco, sobre lo que sé escribir. Por otra parte, es un tema universal. No podría explicar por qué me convoca tan naturalmente.
–Mucho más. Algunas son demasiado personales, demasiado intensas o, por qué no, demasiado confusas, y no creo que sea saludable para mí compartirlas. Porque finalmente yo escribo para mí misma, para entenderme, para hacer catarsis, para sentirme mejor. Y la experiencia me eleva, me renueva. Si no tuviera la música, tendría que lidiar con mis emociones de manera distinta; volver a tocar mis historias, en cambio, me ayuda a tomar distancia y ganar perspectiva. Entonces, al tener la posibilidad de elegir qué compartir, opto por comunicar aquello con lo que la gente pueda conectarse. Esa es mi responsabilidad. Jamás podría lanzar un tema al mundo por mero capricho, por querer que circule y esté allá afuera. Si la meta es conectar, ¿cómo no respetar ese deber? Por otra parte, así como la música me ayuda a sentirme bien, intento mostrar aquello que haga sentir bien al resto. No es mi intención entristecer a nadie.
–Sí, ella estaba constantemente tratando de entender qué pasaba por mi cabeza. Intentaba que hablara de mis sentimientos, mis pensamientos. Entonces me regaló un cuaderno para que, cuando yo no supiera cómo expresarme, lo pusiera por escrito. Así empezaron a alinearse mis primeras canciones. Mi mamá es una mujer encantadora y sumamente independiente; alguien que crió a cinco hijos por su cuenta y, en paralelo, logró terminar la universidad, convertirse en docente, pintar. Enseña historia del arte a adolescentes, algo fantástico. Y es una persona gentil. Tiene ese tipo de amor que despierta lo mejor del otro.
–Muy bien. Ben tiene un corazón de oro y todos en Ba Da Bing eran muy centrados, con los pies en la tierra. Finalmente, el trabajo terminaba siendo juntarnos alrededor de un escritorio para hablar de música. Básicamente, aprendí que esta industria es un universo pequeño y necesitás rodearte de personas en las que confías de verdad.
–(Risas) Te diré: era buena en eso, entendía de sabores y, en el tiempo en que lo hice, pude probar muchas variedades. Lo dejé porque corría el riesgo de volverme una pequeña snob. Y porque era pésima vendiendo; jamás me ha interesado sacar rédito, sólo compartir lo que, en mi humilde opinión, es lo mejor y el otro puede disfrutar.
–El segundo es obra y gracia del realizador Sean Durkin, con quien quise trabajar desde que vi su película Martha Marcy May Marlene; Juri está estupenda en el video (y en Wetlands, claro). La historia de “Taking Chances”, por otra parte, es bastante curiosa: años atrás, una amiga me regaló la fotografía de una mujer parada frente a cantidad de rollos de 16 mm, decía que le recordaba a mí. La tuve colgada en la pared muchísimo tiempo, y se volvió clave en el arte de Are We There. Cuando contacté a Michael Palmieri para que dirigiera el clip, él –sin saber el cuento de la fotografía– me propuso que el comienzo del video referenciara a la película Cleo de 5 a 7, de Varda. Una casualidad increíble... Y una alegría; porque es una mujer cuya perspectiva me encanta: la forma en que retrata a las mujeres de modo tan independiente e innovador, en especial para su tiempo.
Sharon Van Etten se presentará por primera vez en Argentina mañana, sábado 13 de junio, a las 21, en Niceto Club, Niceto Vega 5510. Entradas anticipadas: $ 250, por Ticketek o boletería.
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