Viernes, 24 de octubre de 2008 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
Hace unas semanas, el canal de televisión español Cuatro estrenó el programa Estas no son las noticias. Nada demasiado nuevo pero algo siempre eficaz: ese formato que acaso patentó como micro el clásico Saturday Night Live, que tuvo continuaciones macro en todo el mundo (incluyendo a la Argentina con Semanario insólito, La noticia rebelde y Caiga quien caiga), y que no es otra cosa que un noticiero riéndose amargamente de la realidad en lugar de llorarla con dulzura, comentando los titulares del día, lanzando a la calle móviles en plan kamikaze y –detalle novedoso– nutriéndose un tanto excesivamente de ese planeta freak que es YouTube.
Estas no son las noticias –conducido con gracia canalla por un tal Quequé, tipo con look de yuppie ibérico y spanish psycho con cerebro de hijo de Torrente– se emite de lunes a viernes, a las 20, justo antes del noticiero de las 21, conducido por Iñaki Gabilondo, patriarca de la información seria y comprometida. Así, el programa de Quequé termina con un bestial editorial/reflexión y el de Gabilondo arranca con una civilizada reflexión/editorial y –una y otra apenas separadas por cinco minutos de tanda publicitaria– producen un efecto curioso. Quequé carcajeándose de lo que Gabilondo va a lamentarse enseguida y uno ahí, en el medio, preguntándose qué pasó, cómo fue que empezó todo esto, y cuándo va a terminarse.
Ya está: los españoles comienzan a acostumbrarse a vivir en crisis y ciertos cambios comienzan a notarse. Ya no es el tema del descenso en la compra de casas y de cambio de automóviles. No, ahora comienzan a conocerse índices que señalan cuestiones más urgentes y próximas y pequeñas y ya se sabe que demasiadas cosas pequeñas acaban configurando una cosa preocupantemente enorme.
Así, la crisis se ha convertido en una fecunda generadora de noticias graciosas/tristes o tristes/graciosas.
Así, por primera vez desde el fin del servicio militar obligatorio, sobran peticiones para ingresar al ejército (puestos que hasta no hace mucho eran ocupados –por falta de candidatos nativos– por extranjeros a cambio de casa y comida y papeles).
Así, ha descendido notablemente el número de divorcios y separaciones (porque las parejas se lo piensan mejor antes de tener que salir en busca de departamento nuevo y de pagar depósitos y etcéteras).
Así, han aumentado un 80 por ciento las lesiones en el trabajo (y, enseguida se sabe, muchas de ellas suelen ser autolesiones para poder cobrar el seguro y hacer frente al mal tiempo con mala cara y algún dedito menos).
Así, se ha producido una rebaja histórica en el consumo de cerveza y los bares dicen haber perdido el 30 por ciento de sus comensales y habitués en los últimos tiempos (y esto no es broma, porque aquí la sagrada caña, la bendita cañita, es cosa importante y asunto de Estado).
Así, ha aumentado con creces el tiempo que el español promedio pasa frente a un televisor encendido (porque es barata, porque ahí está, porque no pide nada a cambio) para ver a Quequé mostrar los colmillos y a Gabilondo apretar los dientes.
Y mi experiencia es nula y lo más cerca que estuve alguna vez de tener mucho dinero fue jugando al Monopoly (o al patrio El estanciero y a su versión crota que era El linyera). Pero también es cierto que todo esto de ayudar a bancos con dinero público (el último fue el ING, esos que hacen algo llamado fresh banking) para que después aparezca su responsable diciendo que ahora son todavía más fuertes y seguros de lo que ya eran antes de recibir una donación de tantos ceros, produce un efecto un tanto indignante. Sobre todo cuando, al día siguiente, asciende vertiginosamente el valor de sus acciones, alguien hace mucho dinero con el baja-sube y, veinticuatro horas más tarde, las Bolsas del mundo entero vuelven a desplomarse y la de España –explica Gabilondo– debido a efectos colaterales de algo que (por si no lo saben, El País titula con ella su edición del pasado jueves) se llama “La crisis argentina”. Ahí está, ya lo dije. Bienvenidos.
Y uno de los segmentos más auténticamente graciosos de Estas no son las noticias –el otro son las aventuras etílicas de José Emilio Rodríguez Menéndez, abogado farandulero y prófugo capturado en un restaurante de Palermo Alcatraz, Buenos Aires– es el segmento “Adopte un banquero”. Una falsa propaganda donde famosos locales ponen cara de Bono en Africa y dicen que ya adoptaron uno y le entregaron todos sus ahorros porque “los banqueritos hambrientos” están tristes y preocupados y son una especie en peligro. El aviso concluye con un “Apadrine un banquero; ellos nunca lo harían por usted”. Y yo me pregunté si la solución a todo esto no sería un nuevo reality: un Big Banker. Meterlos a todos ahí dentro, dentro de una caja de seguridad. Y que sobreviva el más fuerte, el que tenga mayor solidez y garantías, el que nos dé mayores y mejores ventajas.
Aunque, ahora que lo pienso, algo así planea como despedida George W. Bush. Un magno evento que tendrá lugar el 14 y 15 de noviembre en Washington (con el nuevo presidente ya electo) y que ya se anuncia y publicita como “la refundación del sistema capitalista”. Van a ir los miembros del G-20 –compuesto por potencias ahora impotentes y por economías emergentes ahora en inmersión– y España no ha sido invitada y Zapatero está desesperado por acudir. Gordon Brown y el Petit Nicolas Sarkozy intentaron conseguirle entrada para la fiestita pero no hay caso: Bush se ha puesto más duro que gorila de puerta de discoteca. Se supone que Bush no traga a Zapatero desde que le retiró las tropas de Irak pero, se supone también, que si todos quieren ir no va a haber catering que aguante y ya ha sido suficiente con los gastos extra de Sarah Palin. Pero Zapatero insiste con que España tiene que estar allí y que tiene buenas ideas para aportar y, la verdad, si la cosa se pone tan difícil, por qué no quedarse en casita y poner en práctica esas buenas ideas y conseguir que vuelva a aumentar el consumo de cerveza. Mientras tanto, sépanlo, Aznar afirmó que la ecología viene a ser algo así como el nuevo comunismo. Y Quequé ríe y Gabilondo frunce el ceño y yo pienso que, de seguir así las cosas, ni siquiera Nuestra Señora del Epifánico Encierro Santa Ingrid Betancourt podrá ayudarnos.
Y fue justo en Bogotá, Colombia, el pasado 11 de septiembre, que fue descolgado de una pared y robado de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño un grabado de Francisco de Goya realizado entre 1810 y 1815 y perteneciente a la serie de los Desastres de la Guerra. Después fue recuperado –parece que lo encontraron en una habitación de hotel– y leo que ahora, por fin, vuelve a casa. El grabado se titula Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer y con ese nombre –¿Quequé? ¿Gabilondo?– no estoy del todo seguro de que sea una buena noticia su recuperación.
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