Martes, 15 de abril de 2008 | Hoy
DEPORTES › JUAN ANTONIO SAMARANCH, EX PRESIDENTE DEL COMITé OLíMPICO INTERNACIONAL
El ex dirigente, bajo cuyo mandato se designó a Beijing como sede de los Juegos, en 2001, cree que “muchos de los que protestan ahora tendrían que hacerlo ante Naciones Unidas, no ante el COI”.
Por José Súmano *
Desde Barcelona
El polvorín internacional sobre los Juegos de Beijing se remonta al 13 de julio de 2001, cuando el Comité Olímpico Internacional eligió por amplia mayoría la candidatura china. Un deseo de Juan Antonio Samaranch, que cuatro días después dejó el cargo tras 21 años. Pese a la tormenta desatada, Samaranch defiende sin fisuras la apuesta por Beijing. El 8 del mes 8 (agosto) de 2008, a las ocho de la tarde y ante 80.000 espectadores, el octavo presidente del COI, Jacques Rogge, y su gran padrino, Juan Antonio Samaranch (Barcelona, 1920), de 88 años, presidirán la apertura de los Juegos de Beijing junto a las autoridades chinas. No es casual que el 8 sea uno de los números de la suerte en China y tampoco es una cuestión trivial para el ex presidente del COI, supersticioso como pocos. Samaranch, que tiene decidido ir a Beijing ocho días después de cumplir los 88 (el 17 de julio), fue el principal catalizador de Beijing, donde ha sido entronizado como Samaranchi. El ex diplomático español rechaza de plano todos los recelos existentes sobre la conveniencia de que la gran fiesta del deporte se celebre en un país que no fomenta precisamente la defensa de los derechos humanos. Sostiene que los países que critican a China deberían hacer un ejercicio de introspectiva y “lanzar sus protestas en la ONU”, no utilizar el olimpismo “con fines políticos”.
–¿Se arrepiente de la elección de Beijing, que usted impulsó?
–No, no. Ni mucho menos. Fue una decisión mayoritaria del COI. Se quiso premiar a la República Popular China por todo lo que había hecho por el deporte, sin olvidar que para los Juegos de 2000 perdieron frente a Sydney por dos votos.
–¿Por qué era usted tan partidario de China?
–No puedo olvidar que los primeros Juegos de verano que presidí, los de Los Angeles en 1984, fueron los del boicot comunista en respuesta al del presidente estadounidense Jimmy Carter en los de 1980 en Moscú. En Los Angeles pudimos romper el boicot con la participación de Rumania y, principalmente, de China. Me acuerdo perfectamente de la entrada del equipo chino en el estadio. Se llevó una de las mayores ovaciones que he oído a lo largo de mi vida.
–¿La elección de Beijing obedeció más a intereses políticos o económicos?
–Se premió a un país que tiene la quinta parte de la población mundial y que estaba creciendo enormemente desde el punto de vista económico y deportivo. Se lo merecían por lo sucedido con la elección de 2000. Y han demostrado que acertamos porque su organización puede ser histórica. Las instalaciones, sobre todo el estadio y la piscina, pasarán a la historia. Hace unos siglos se construían catedrales. Hoy se construyen instalaciones deportivas de tal magnitud.
–¿Con Beijing hubo más presión que en otras elecciones?
–No. China tiene muy buen cartel en el mundo olímpico.
–La Carta Olímpica impide que, al analizar las candidaturas, haya una valoración política. ¿No cree que con China debería haberse tenido en cuenta?
–Tenemos una norma que establece que para nosotros no hay diferencias raciales, religiosas ni políticas.
–Resulta contradictorio, porque el COI hace política. ¿No lo admite?
–Sería una tontería decir que la política y el deporte no están ligados. La política se encuentra en todas partes. Pero el COI no es una organización política y los distintos regímenes no son cuestión nuestra. Es cuestión de cada país escoger lo que más le conviene.
–¿No le disgusta que, desde Moscú 1980, éstos sean los primeros Juegos en un país no democrático?
–Cada país tiene el régimen que escoge. Me parece que lo que ha pasado en China en los últimos 25 años es extraordinario. Ha tenido un desarrollo económico impresionante y los primeros beneficiarios han sido sus habitantes. Ha pasado de ser un país con calamidades a uno que va para arriba, con una economía fortísima. Y estoy seguro de que después de la economía llegarán otros cambios.
–¿Como un mayor respeto de los derechos humanos?
–Bueno, esto de los derechos humanos es algo muy delicado. Estamos a favor, claro, pero muchos países que acusan a otros de no respetar los derechos humanos deberían mirarse a sí mismos.
–¿Es consciente de que los Juegos se van a celebrar en un país en el que sus ciudadanos no tendrán un acceso libre a la información sobre el evento?
–No creo que sea así. Estuve en China y se puede hablar de censura política, pero no hay censura deportiva de ninguna clase.
–Usted fue tan decisivo en la victoria de Beijing que hasta recibió personalmente una carta de agradecimiento del entonces presidente chino, Jiang Zemin. ¿En algún momento hubo un compromiso por su parte de mejorar la situación política, de una mayor apertura?
–Como presidente del COI yo no podía meterme, ni mucho menos, a aconsejar el régimen político que debe tener un país, como también lo ha dicho mi sucesor, Jacques Rogge. Pero nosotros hemos hecho algo extraordinario: que en los Juegos pueda participar un equipo de la República Popular China y otro de Taiwán. Tenga usted en cuenta que en la ONU, la Unesco o la Cruz Roja tuvieron que expulsar a Taiwan para aceptar a la República Popular China. Y lo que consiguió el COI fue gracias a la generosidad de China.
–¿Cree que con Beijing podría producirse lo que en Tokio ’64 o Seúl ’88, cuando el olimpismo sirvió de puente a la normalización política de ambos países?
–Creo que, después de los Juegos, China será mucho más abierta. No estuve en Tokio, pero lo que pasó en Corea del Sur fue extraordinario. No tenía relaciones diplomáticas con más de medio mundo y, al lograr una participación casi total, sobre todo la de China y la Unión Soviética, el éxito fue rotundo. Para Corea, los Juegos supusieron un cambio sociológico, económico y político. Después de los Juegos, por primera vez en su historia tuvieron un presidente que no fue un militar.
–Cuatro días después de ganar Beijing, el 13 de julio de 2001, fue elegido su sucesor, el belga Jacques Rogge, su candidato, por cierto. Y unas de sus primeras palabras fueron: “El deporte no tiene la responsabilidad de cambiar situaciones políticas”.
–Tenía toda la razón. Muchos de los que protestan ahora tendrían que hacerlo ante Naciones Unidas, no ante el Comité Olímpico.
–Pero hay pocas ventanas más universales que unos Juegos.
–Sí, sí, pero no hay que aprovecharse de los Juegos para fines políticos.
–¿Qué le parecen las voces que proclaman o insinúan un boicot, al menos diplomático, como ha hecho el presidente francés, Nicolas Sarkozy, o incluso el gobierno belga por mucho que Rogge sea compatriota?
–Me parecen fuera de lugar. Y, además, tiene una importancia muy relativa. En la ceremonia de apertura, lo importante no son las autoridades, sino los deportistas.
–Política al margen, no parece que China se haya tomado muy en serio el problema de la contaminación.
–Pues creo que se lo ha tomado muy en serio. Estuve allí y sufrí la polución, básicamente por la existencia de cuatro millones de coches. Están pagando su vertiginoso crecimiento económico. Pero durante los Juegos van a suprimir la circulación de más de la mitad de los vehículos y van a dar vacaciones en las fábricas. Tienen sistemas para producir lluvia artificial, como ya se hizo en Moscú.
–Hay grandes atletas, como Gebrselassie, que no están muy satisfechos con las medidas y renuncian a participar.
–Es un chico que tiene asma y ha dicho que no se atreve con el maratón, pero se ha comprometido a correr los 10.000 metros.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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