DEPORTES › EN LA SELECCION SE PRIORIZO FORMAR UN BUEN GRUPO POR ENCIMA DE UN BUEN EQUIPO

El verso de los grandes amigos

Durante el mes de concentración en Pretoria se machacó sobre la excelente convivencia de los muchachos de Maradona y casi no se habló del juego. El grupo fortificado parecía la llave hacia el título, pero se desmoronó ante el primer rival de jerarquía.

 Por Gustavo Veiga

La inmolación futbolística de la Selección tiene que dejar enseñanzas. Una conclusión perdurable, una autocrítica franca, la construcción de un camino nuevo, de una concepción de juego colectiva. A ciertos resultados negativos no hace falta agregarles la fecha. Ya son mojones de nuestra historia. El 0-5 con Colombia, por ejemplo. Esta goleada con que nos cacheteó Alemania es otra bisagra. O debería serlo. Comenzar por establecer una teoría de los valores que profesamos valdría la pena. La axiología es la ciencia que se ocupa de estudiarlos. Analizar los de nuestro fútbol actual no le resultaría sencillo. Repasemos...

¿No se les fue la mano a Maradona y sus jugadores con la sublimación del grupo humano? ¿No hablaron más de eso que del propio juego? ¿Iban a participar de un Mundial o de unas jornadas de psicología social para discutir la teoría de grupos? Todos los días nos machacaron con ese discurso trillado. Una señal que podría resumirse en: estamos bien, somos fuertes, no se preocupen. Pasaron Nigeria, Corea y Grecia (tres rivales flojitos), llegó México (que dejó en evidencia varias fisuras) y por fin el más fuerte: Alemania.

Esa cáscara de nuez, la del grupo fortificado, pareció ser su llave hacia el título. Una remake de aquel ideario criollo de los mejores asados, de los técnicos motivadores, antes que los tácticos, de todos mancomunados por la mística de nuestros antepasados, desde Pedernera a Alfredo Di Stéfano. Una sanata que encaja de maravillas en la mejor tradición oral que nos legó Fidel Pintos.

Desde fundamental a excepcional, todos los calificativos posibles para el grupo (plantel) se agotaron durante el Mundial de Sudáfrica. Se degradó el valor de las palabras. También hablamos de nuestras individualidades excelsas, con Messi como el mejor botón de la muestra. Pero, ¿reivindicamos alguna vez el concepto de equipo? No, casi nunca y si lo hizo un protagonista, fue de manera muy tenue, casi con timidez. O Maradona cuando nos invitó en un par de partidos a ver su equipo de gala. Una demostración de ese orgullo empecinado que siempre lo llevó tan lejos cuando jugaba. Se necesitaba apenas eso: un equipo. Y para ganarle a Alemania, uno muy bueno. Ya lo decía Aristóteles: el todo es más que la suma de sus partes.

El verdadero equipo fue esa aplanadora que nos dejó como la montaña (Table Mountain), el paisaje más emblemático de Ciudad del Cabo. Arrasado en ideas, camuflado en una identidad futbolística a mitad de camino entre la cautela y la actitud heroica, el seleccionado nunca hizo pie ante semejante tormenta de fútbol y dinámica ofensiva. Ni yendo al frente ni de contra. Porque Alemania resultó superior en cualquiera de las dos variantes.

En dos mundiales sucesivos tropezamos con una misma piedra: ese silogismo aceptado de que, como no nacen laterales en el país, ni tampoco los formamos en divisiones inferiores, entonces hay que inventar centrales como marcadores de punta. Volvamos a las fuentes. Recuperemos el valor de los especialistas. De Zanetti, aun con sus años.

Los argentinos echamos mano muy seguido a la autojustificación. Si bien las victorias no dan derechos, las derrotas robustecen la idea de cuáles son nuestros deberes. Habría que revisar los papeles. Y comprobar cuántos se nos quemaron. Retrocedimos 36 años. Aquel 0-4 contra Holanda en el Mundial del ’74 es lo más parecido a esta última y dolorosa goleada. Aquella vez nos barrió de la cancha la Naranja Mecánica de Cruyff, Krol y otros virtuosos que dejaron su marca en el fútbol moderno. Los últimos revolucionarios que entregó este juego. No ganaron el título, pero aún hoy nadie discute que fueron superiores, incluso por encima del campeón, Alemania.

Nuestras raíces futbolísticas quedaron demasiado lejos. Hoy somos un híbrido surgido de distintas corrientes y nos domina la retórica hueca. Nos debemos la síntesis de lo que pretendemos para nuestro fútbol.

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Dos minutos tardó Müller en dejar en evidencia que un buen grupo no necesariamente arma un equipo.
Imagen: EFE
 
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