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Grupos y rivales
Por Diego Bonadeo
Aunque competitivamente discutible, la única vez en la historia de las ruedas finales de la Copa del Mundo de fútbol en que la distribución pudo considerarse, por lo menos geopolíticamente, perfecta, fue en 1958, cuando Brasil ganó su primer campeonato y Suecia fue el anfitrión. Dieciséis seleccionados nacionales en cuatro zonas de cuatro cada una distribuidos como sería impensable por estos tiempos. En cada grupo había un equipo británico (Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte o Gales), un equipo americano (tres sudamericanos –Argentina Brasil o Paraguay– o uno por la Concacaf –México–), cuatro de Europa Oriental (Unión Soviética, Hungría, Yugoslavia o Checoslovaquia) y cuatro de Europa Occidental (Alemania, Suecia, Austria o Francia). Más que discutible la participación de los cuatro británicos, no así el resto del reparto.
En los demás torneos, desde 1930 en adelante, cuestiones políticas, invitaciones desestimadas, deserciones de último momento, extrañas formas de organización y demás hace que en muchos casos se pueda mirar con razonable extrañeza desde estos días y hacia atrás. En 1950, por ejemplo, hubo dos zonas de cuatro equipos, una de tres y una de dos, y a la rueda final que se jugó a la americana (los cuatro finalistas, todos contra todos) llegaron Uruguay, Brasil, España y Suecia.
Alemania dio la gran sorpresa en el torneo siguiente (1954 en Suiza) al ganarle la final 3-2 a Hungría, después de haber perdido 8-3 en la ronda previa, apenas unos días antes. La necesidad de votos para la continuidad de la corporación FIFA, más que la difusión del fútbol o el darle oportunidades a los países que futbolísticamente lo merecían, hizo que la cantidad de finalistas se elevara de dieciséis a veinticuatro y luego a treinta y dos.
Y así se llegó a este galimatías de cabezas de serie a dedo, copones con nombres de países muchas veces sin explicaciones claras, vetos a la posibilidad de que en la primera rueda se enfrenten los países del mismo continente, entre otras historietas. No hay grupos de la muerte. No hay, por consiguiente, grupos de la vida. No hay rivales difíciles. No hay, por consiguiente, rivales fáciles. Gracias una vez más a que el fútbol, jugado bien, regular, o mal, sigue siendo impredecible, solamente hay grupos y rivales.