SOCIEDAD
Cómo evitar una segunda vez
¿Es posible impedir que un violador vuelva a atacar al salir de prisión? Vicente Garrido, el psicólogo que diseñó en España el programa de control de agresores sexuales, cuenta cómo son esos tratamientos.
Por Andrea Ferrari
“¡Mátenlo!” El grito se repitió entre los vecinos de Núñez cuando detuvieron a Claudio Alvarez, furiosos por lo que consideraron un crimen anunciado: ya conocían los antecedentes de violación del acusado y habían advertido a las autoridades. ¿Podría haber tenido un final diferente el caso Alvarez en otro lugar? Hay países donde se realizan tratamientos para rehabilitar a los agresores sexuales o controles para seguir su comportamiento una vez en libertad. ¿Eso hubiera torcido el camino de esta historia? Tal vez. El español Vicente Garrido, profesor de la Universidad de Valencia, psicólogo, criminalista y autor de numerosos libros, fue quien diseñó el programa de control de la agresión sexual que se utiliza en varias prisiones de su país. Aquí cuenta cómo son esos tratamientos, quiénes los realizan y en qué medida pueden prevenir la reincidencia.
–¿Es posible rehabilitar a un agresor sexual?
–Los delincuentes sexuales constituyen un grupo muy heterogéneo: lo primero es especificar de qué tipo es. La principal variable es si presenta o no características de la psicopatía, un trastorno de la personalidad que está relacionado con la reincidencia violenta. Hay muchos estudios que indican que los agresores sexuales, si además tienen una psicopatía, tienen una probabilidad mucho más elevada de reincidir. Son sujetos que no tienen empatía alguna, que no están molestos con su condición de violadores o pederastas y tienen muchas dificultades para arrepentirse y tener remordimientos por lo que han hecho. También hay que considerar si tienen antecedentes de violencia en otros ámbitos. Es decir que si está en el mundo del crimen tiene muchas más dificultades para reinsertarse que aquel otro que tal vez tiene un trabajo, familia que lo pueda ayudar. Y luego también es importante determinar si se trata de un pederasta, un paidófilo, porque en particular los que agreden a chicos desconocidos tienen un peor pronóstico.
–¿En todos estos casos los delincuentes sexuales realizan un tratamiento de rehabilitación?
–No, en España no hay obligación de participar en tratamientos, es algo voluntario. Por supuesto que se les incentiva. Y aunque no hay un compromiso, los delincuentes no son tontos y saben que si colaboran tendrán mejores posibilidades para lograr beneficios en la prisión. Pero si los evaluadores no observan que hay un progreso, no se da ese tipo de beneficios. Para participar de un programa un requisito es que estén cumpliendo el último período de su condena, que tengan la opción de estar en dos o tres años en contacto con la comunidad. Lo que no tiene sentido es hacer un tratamiento para quien tiene aún ocho o diez años de condena por delante.
–Seguramente se han elaborado estadísticas de reincidencia tras los tratamientos.
–Sí, mi colega Santiago Redondo ha evaluado con su equipo de la Universidad de Barcelona el programa que yo diseñé junto con María José Baneyto, que se llama “El control de la agresión sexual” y que empezó a aplicarse a partir de 1996. La comparación se ha hecho entre aproximadamente cincuenta sujetos tratados con más de cien que no fueron tratados y que han estado en libertad dos años. Y el grupo tratado reincide en un 17 por ciento menos. Esto puede parecer poco, pero es una cifra importante porque hay que pensar que esta gente tiene efectos muy letales con respecto a las víctimas. Son muchas personas las afectadas por un delincuente sexual, que tal vez comete diez agresiones al año.
–Cuénteme cómo es un tratamiento de rehabilitación.
–Básicamente se compone de cuatro apartados. El primero va dirigido al desarrollo emocional de los agresores. A menudo tienen un mundo afectivo muy plano y por ejemplo no pueden leer las claves emocionales de sus víctimas, de tal manera que pueden confundir una expresión de miedo con una de deseo. Hay todo un mundo emocional que hay que desarrollar poniendo énfasis particular en la empatía, en la capacidad para que ellos se pongan en lugar de las personas que sufren agresiones. Otra área se refiere a las distorsiones cognitivas: las creencias erróneas que les permiten cometer las agresiones. Por ejemplo, que las mujeres disfrutan la agresión aunque no lo digan, que a los niños no se les ocasiona perjuicio porque son pequeños y al tiempo lo olvidan todo, que ellos no son culpables porque estaban borrachos y no controlaban su comportamiento. Son coartadas, justificaciones que tienen para mantener su autoestima. Es necesario que el delincuente se dé cuenta de que es responsable de sus acciones y que lo único que hace es utilizar excusas. Una tercera gran área tiene que ver con lo que se llama la prevención de la recaída: es una metodología que va dirigida a que los sujetos identifiquen cuáles son las situaciones de alto riesgo para ellos, en las que normalmente pierden el control y tienen mayor probabilidad de atacar. Por ejemplo cuando un violador sale a dar vueltas, se mete en bares y se pone a beber, en el caso de un pederasta cuando se queda a solas con un niño, cuando se queda observando niños en un parque. Entonces les enseñamos a identificar sus situaciones de algo riesgo y utilizar estrategias para escapar o neutralizarlas. Una cuarta área de tratamiento tiene que ver con habilidades de relación. Muchos tienen dificultades para enfrentar frustraciones y problemas de la vida diaria. Se les enseñan alternativas para que no se llenen de amargura y no se depriman, ya que esto suele ser un antecedente de las agresiones sexuales. Un agresor sexual puede pensar en delinquir cuando ha tenido un problema en el trabajo, o una pelea con su mujer, a veces son estos sentimientos de humillación o frustración los que los hacen pensar que la alternativa sexual va a aliviar eso, usan el sexo para escapar del dolor emocional o la frustración. Entonces se intenta que vean que pueden enfrentarse a esas situaciones con un manejo eficaz. Y luego, teniendo en cuenta que los delincuentes sexuales a veces son también gente del mundo del crimen, tienen las mismas necesidades de otros: alejarse del alcohol y las drogas, aprender un oficio.
–¿Esto se realiza en todas las prisiones españolas?
–No, la única prisión donde se aplica de manera sistemática y evaluada se llama Brians, en Barcelona. También se está aplicando en otras prisiones pero que yo sepa no se evalúa, entonces no puedo decir si se aplica correctamente. En Brians lleva ya diez años.
–Otra de las opciones que suelen discutirse ante casos de agresiones sexuales es la castración química. ¿Cuál es su opinión?
–Hay un problema y es que no hay demasiados estudios sobre esto. Es cierto que se ha hablado y escrito mucho, pero en verdad hay pocos lugares donde se aplica la castración química: principalmente en algunos sitios de Estados Unidos. Lo que se sabe actualmente es que puede ser un acompañamiento eficaz de una terapéutica más amplia, en la medida en que efectivamente reduce el impulso sexual. Porque lo que hace es disminuir la segregación de la hormona testosterona, que está detrás de la conducta violenta y la agresión sexual. Pero se le ha hecho una doble crítica. Hay sectores que dicen que agresión sexual es sobre todo una agresión de poder, lo que busca el agresor es humillar a la mujer, sentirse poderoso ante ella. Esto, que se puso muy de moda en los años ochenta, hoy en día está bastante matizado, y se tiende a decir que en verdad están ambas motivaciones: hay deseo sexual y deseo de sentirse poderoso. Pero es verdad que en la medida que hay un componente de poder importante, la castración química no afectaría este aspecto. Una segunda crítica que se plantea es que es reversible, para mantenerse sexualmente abstinente la persona debe seguir tomando el fármaco. Ahora bien, mientras la droga se está tomando, se ha demostrado que ayuda a disminuir la reincidencia. Pero la castración química debe estar acompañada por un tratamiento, por sí sola es una pobre terapéutica porque el individuo sigue manteniendo las mismas actitudes.
–Hay países donde se hace un fuerte control y seguimiento del agresor sexual cuando ya está en libertad. ¿Es efectivo?
–En España no tenemos prácticamente control postpenitenciario. En el programa de delincuentes sexuales, cuando acceden a la libertad provisional tienen una reunión quincenal donde se les refuerza el programa y se pide la colaboración de los familiares. Pero no deja de ser un acto de voluntad, porque aunque se comprometen a seguir el tratamiento, desde el punto de vista legal no sería fácil revocar la libertad si el sujeto no siguiera. Aquí no tenemos la figura que existe en mundo anglosajón, que se llama oficial de probation, esto dificulta el asunto porque los sujetos no tienen un control de su comportamiento. Lo que puedo decir entonces es que ayudaría mucho al progreso del tratamiento que ese control externo existiera, pero no diría que es absolutamente necesario.
–En el caso sucedido en Argentina hay una fuerte polémica porque el acusado había obtenido la libertad anticipada.
–Aquí cuando se considera que el sujeto, aunque haya hecho el tratamiento, no progresa lo suficiente, no se le da la libertad y debe cumplir la condena por completo. El tratamiento no es un obstáculo para que se haga un pronóstico sobre el riesgo: si ese pronóstico es elevado por el posible daño que puede hacer se debería impedir que esta persona accediera a la libertad anticipada. Para mí no cabe duda de que en casos de sujetos que han demostrado ser muy peligrosos o violentos tiene que primar la protección de la comunidad. Los beneficios como el adelantamiento de la libertad son potestades de la institución, no derechos de los presos. Lo importante es evaluar el riesgo de reincidencia.