Viernes, 9 de junio de 2006 | Hoy
Llegar con el tiempo justo a un lugar desconocido siempre significa complicaciones. Más si uno va cargado con bolso de mano, valija de carrito, notebook al hombro. Ni hablar si algún despistado generoso ofrece una información equivocada del sitio al que se quiere ir. “Allí donde se ve el cartel amarillo, tienen que tomar el bus que los lleva al centro de prensa”, dijo el amigo ocasional en perfecto castellano caribeño, aclaración que sirve para desmitificar a Panno sobre que el error se haya producido por el (flojo) alemán de este cronista. Faltaban dos minutos para las 21, horario de cierre del lugar, cuando el chofer del ómnibus de la organización, frente al bendito cartel amarillo, confirmó que el micro efectivamente nos llevaba al sitio al que queríamos llegar, pero siguió leyendo plácidamente el diario durante seis minutos. Tras la espera y un viaje de alrededor de un kilómetro, con felicidad comprobamos que el centro de prensa estaba abierto, pero inmediatamente apareció la aclaración fatídica. Allí sí funcionaba el centro de prensa, pero el centro de acreditación era en otra parte. Un voluntario se ofreció a acompañarnos y nos depositó en el mismo micro en el que habíamos llegado, donde el chofer dejó de leer, meneó varias veces la cabeza y, un ratito después, emprendió la marcha. Claro que a esa altura nuestra historia ya era otra. Sentado en la mitad del micro divisamos una melena rubia, de rulos, inconfundible: El Pibe Valderrama también viajaba en el ómnibus. De inmediato se dio la charla futbolera en la que el colombiano mostró su simpatía y carisma y contó que veía a Brasil y Argentina como favoritos; que le encantaba Riquelme porque notaba algunos puntos de contactos con su juego, que estaba en Munich para cubrir el Mundial para Fútbol de Primera, el programa del argentino Andrés Cantor en Miami; que todavía se prendía en picados porque su vida era el fútbol y que tenía ganas de jugar showbol con Maradona. Tan rica resultó la charla que apenas percibimos que el mexicano grandote sentado justo detrás de Valderrama que por un celular criticaba la conducción técnica de Ricardo Lavolpe era Carlos Hermosillo, el histórico goleador azteca. Pronto llegamos a destino, que no era otro lugar que el ya famoso cartel amarillo. Valderrama se apiadó de nosotros y nos ayudó a bajar una valija. En ese momento, sí estaba bastante más parecido a “una señora gorda con una bolsa de la feria” (como lo criticaba un reconocido comentarista de TV) que cuando brillaba en aquella inolvidable Colombia de Pacho Maturana.
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