Domingo, 11 de junio de 2006 | Hoy
El bar estaba desierto. Algunas mozas ya empezaban a decorar los salones del local. Entre mesas largas, unos pocos sillones y los puffs, las primeras banderas argentinas salían a la cancha. Sobre una de las paredes laterales a la puerta de entrada, estaba ella. Radiante, lista para lucirse como pocas lo había hecho antes. Blanca como una novia, tomó color cuando el cañón proyectó las primeras imágenes de la transmisión: la pantalla gigante ya estaba lista.
Alrededor de las 15 llegaron los primeros grupos de amigas. Sí, eran ellas. Fueron las chicas de camisetas blanquicelestes quienes empezaron a copar el bar, ante la cara de asombro de algunos hombres que estaban detrás de la barra. “Vamos que tenemos que ganar”, gritó, con tono muy agudo, una espectadora tempranera. Poco a poco, el bar comenzó a tomar el color propio de una de las tribunas del estadio de Hamburgo.
Chicos con rostros de noche de viernes empezaban a tomar sus mesas, y a pedir sus cervezas. Ahora sí estaban todos: amigos del trabajo; amigos de la vida; unas pocas parejas; los grupetes de chicas; las meseras; los barman. Nervios, algún que otro insulto, agarradas de cabeza, y el clásico cántico “Vamos, vamos, Argentina”, oficiaron de antesala para el primer estallido. “Estos africanos son unos muertos, no podemos perder”, afirmó Pablo Pereyra, un ejecutivo de una multinacional que dejó el saco y la corbata en el placard de su casa para calzarse la camiseta de la Selección.
Con el 2-0, los fervorosos hinchas desataron la locura que duraría casi hasta el final del partido. Cervezas en botella, porrón o jarra, iban llenas a las mesas y volvían vacías a la barra. Los palitos salados, maníes, papitas, una hamburguesa por aquí, y unos tostados por allá, acompañaban los últimos minutos.
Después de sufrir llegó el desahogo. El resultado ya estaba puesto. Mientras algunos pedían la cuenta, otros cantaban, gritaban, aplaudían, se abrazaban. “Ahora le toca a los Serbios”, apuntó Diego De Salvio, dueño de un local de la zona que dejó a su papá a cargo de las ventas para ver el partido a gran escala.
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