Antes que nada debe quedar claro que las irresponsabilidades son concurrentes. Tanto les caben los respectivos sayos a los jugadores, como a los cuerpos técnicos, los dirigentes y los intermediarios entre lo que sucede –o aparenta suceder– y la gente, esto es, los comunicadores.

Cuando las cosas “salen bien” o “se dan los resultados” –el tacticismo de parabienes con esto último, no importa para ellos el “cómo”– no hay trapitos ni al sol ni a la sombra. Como dicen los pasatistas, “está todo bien”, como si el mundo fuese un vergel.

Pero cuando sucede todo lo contrario, jugadores, cuerpos técnicos, dirigentes y comunicadores rasgan vestiduras, casi siempre ajenas, para depositar las responsabilidades en los demás.

Es sabido que a Boca y a River no les va demasiado bien en el torneo, aunque hasta un mes atrás era casi vox populi que, con San Lorenzo, era Boca el mejor equipo del torneo y casi uno de los tres candidatos a ganar el campeonato.

Tras perder Boca con Tigre y Estudiantes como local y al ser goleado por Godoy Cruz en Mendoza, los carroñeros de la vertiente que fuere, se abalanzaron con impudicia. Inclusive Oscar Ahumada, el volante central de River, interrumpidor y no recuperador por antonomasia (quizá para dejar en el olvido sus anteriores contradicciones que le produjeron no pocos dolores de cabeza), aventuró conceptos respecto de la hinchada de Boca –River y Boca se enfrentan de aquí a diez días–, como si los grandes protagonistas fuesen los que pagan para entrar a la cancha o entran colados o reciben entradas de favor.

Para completar el dislate dialéctico, Julio César Cáceres aprovechó la estadía en su país –Paraguay, porque en la Argentina, que se sepa, nada dijo al respecto– para dudar del entusiasmo de Riquelme cuando juega en Boca, si se lo compara con el entusiasmo que demuestra Riquelme cuando juega en la Selección. ¿Quién le dio a Cáceres diploma de “entusiasmólogo”?