Jueves, 8 de junio de 2006 | Hoy
Por J. J. P.
El ropero está en orden. Greco recuperó la valija que le habían perdido en el aeropuerto de Munich con lo cual dejará de usar calzoncillos y medias ajenos y de criticarle a uno el gusto por los boxers y el algodón de mediana calidad. Pide que no ponga ni media línea de todo esto porque la madre le había advertido que guardara un poco de ropa interior en el bolso de mano, porque “nunca se sabe”, pero él no hizo caso. Como uno está más cerca generacionalmente de Doña Blanca que del susodicho, lo manda preso con grillos y cadenas. La vieja es la vieja y siempre tiene razón, después de todo. “¡Que suerte que su hijo recuperó la valija!”, le dice a uno Josefa, una asturiana empleada del hotel Alpha, y obliga a las correspondientes aclaraciones. “Que bastante tengo con Luli y Juano”, dice uno. “Y yo con Blanca y Fernando”, completa él. Con nuevos ánimos emprendemos la ruta trazada durante el desayuno: reservar pasajes a Hamburgo para el partido del sábado, leer los diarios como se pueda, conseguir una conexión de Internet segura previo pago de fortunas en euros, arreglar el maldito celular con el que no se puede llamar ni a la señorita de la hora, visitar el monumental complejo nazi y el museo, regresar a los piques para llegar a tiempo al entrenamiento en Herzogenaurach. Día bastante agitado, por cierto. A la salida del museo descubrimos un s-bahn (mezcla de tranvía y tren) que nos llevará hasta el centro de la ciudad. Está por arrancar. Subimos. Greco mejora minuto a mi-nuto su alemán, les pregunta a dos simpáticos adolescentes dónde se saca boleto. El pibe indica. La piba mira el reloj y da a entender que no hay tiempo y bajando la voz dice algo que no necesita traducción. Por el tono queda claro que nos sugiere que nos colemos. Accedemos argentinamente. Greco pregunta por el inspector. La chica dice que no sube nunca. El pibe, que muy de vez en cuando. Pero Murphy seguro que se llamaba Murphynsen. Lo curioso es la reacción de Greco. Me dice: “Der Schwein”. En su entusiasmo por practicar el idioma (o quizá por el susto) me habló en alemán. Cuando advirtió el equívoco, tradujo: “el chancho”. No era uno, era una piara: tres chanchos. Se vinieron derechito. Cuando ya estábamos entregados, dispuestos a pagar multas millonarias, los tipos nos ven la credencial, leen Argentina, dicen “journalist”, “Maradona” y preguntan cómo creemos que va salir Alemania. “Weltmeister” (campeones del mundo), dice Greco. Y zafamos del descenso.
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