Lunes, 1 de septiembre de 2008 | Hoy
ECONOMíA › MERCADO DE TRABAJO
En los últimos seis años, los indicadores laborales evidenciaron una clara recuperación, pero aún persisten problemas vinculados con el nivel de ingresos y la calidad del empleo creado.
Producción: Tomás Lukin
Por Pablo Pérez *
Tras algo más de un lustro de crecimiento continuo del PBI, los indicadores laborales muestran una clara recuperación respecto de la crítica situación observada durante la salida de la Convertibilidad. No obstante, aún persisten problemas vinculados principalmente al nivel de los ingresos de los trabajadores y a la calidad del empleo generado.
Respecto de la calidad del empleo, si bien tendió a mejorar a partir de 2004, sus avances fueron limitados. La tasa de desocupación ha dejado de ser un condicionante para los trabajadores, que ante la necesidad de encontrar un empleo, tienden a aceptar condiciones laborales por fuera de los marcos legales. El porcentaje de asalariados no registrados disminuyó entre 2003 y 2007, producto de un crecimiento mayor del empleo registrado frente al no registrado; sin embargo, continúa siendo mayor al correspondiente al período de crecimiento de la década anterior.
El último dato informado por el Indec es que un 37,3 por ciento de los asalariados se encuentran “en negro” en el primer trimestre de 2008, casi cinco puntos porcentuales menos que el primer trimestre de 2007. Dado que el Indec ya no publica la base de usuarios de la EPH no podemos aseverar su veracidad, aunque en un contexto de crecimiento del empleo que tiende a desacelerarse, estos porcentajes parecen poco creíbles.
En todo caso podemos sostener que el empleo no registrado se mantiene en la actualidad en niveles muy elevados (alrededor del 40 por ciento de los asalariados), por lo que millones de trabajadores continúan sin realizar aportes al sistema de previsión social y cobran en promedio un 45 por ciento menos que los contratados regularmente.
Por otro lado, si bien parece haber mejorado la capacidad de control estatal sobre las infracciones a las normativas laborales respecto de la situación de los ’90, los avances aún son insuficientes. La mayoría de las provincias no cuentan con los instrumentos necesarios para combatir las distintas formas en que se eluden las leyes laborales.
¿Por qué es tan difícil disminuir el trabajo no registrado? ¿Es lento el ajuste o los bajos salarios asociados a los trabajadores en negro son funcionales al modelo del tipo de cambio “competitivo”? A pesar de la tendencia alcista durante 2003/2007, los salarios reales se encuentran aún por debajo de los niveles de la década anterior. Sólo los salarios de los trabajadores formales alcanzaron los niveles previos a la devaluación. La política macroeconómica tiene como uno de sus pilares sostener un tipo de cambio “competitivo” y los bajos salarios, asociados a estos trabajadores, son un ingrediente necesario para evitar que el tipo de cambio se aprecie.
De esta manera, problemas como la calidad del empleo y la insuficiencia de ingresos parecen quedar supeditados a que el crecimiento económico “derrame” sus beneficios sobre los sectores más postergados. Cómo adecuar la necesidad de “empleos de calidad” a la preservación del orden macro no parece tarea sencilla. El aumento de la productividad posibilita el aumento en los salarios sin presiones inflacionarias. No obstante, la discusión de las tasas de beneficios de las empresas también debería entrar en juego, aunque es previsible que desencadene nuevos conflictos distributivos, tal como lo demuestra el reciente lockout agrario. La discusión gira en torno de la definición de los niveles de rentabilidad “normales” y, por contraposición, a la determinación de los estándares de vida de la población.
Desde ámbitos ortodoxos vuelve a señalarse una disminución en las cargas patronales como solución al no registro por parte de los empleadores. No obstante, esta conjetura no registra evidencia cierta en ningún lugar del planeta. La experiencia argentina reciente muestra que conjuntamente con una fuerte baja en los aportes patronales, que significó alrededor de 23 mil millones de pesos que el Estado dejó de recaudar entre 1995 y 2000, el empleo en negro no sólo no disminuyó sino que aumentó.
El empleo no registrado continúa representando un tema grave sin resolver. La elevada creación de empleo formal desde 2003 parece no alcanzar para darle solución. Tras cinco años de crecimiento sostenido a tasas elevadas, cuatro de cada 10 asalariados están excluidos de la protección del conjunto de las normativas legales. Ante esta situación, surgen múltiples dudas vinculadas a la conveniencia de dejar que las condiciones de empleo y la situación social que se deriva de ella dependan exclusivamente del crecimiento del producto y su sostenimiento en el tiempo.
* Economista del Ceil-Piette.
Por Fernando Groisman *
Las condiciones de trabajo en Argentina han mejorado en sintonía con el crecimiento económico de los últimos seis años. Ello es consistente con la evolución de algunos indicadores básicos del funcionamiento del mercado laboral. En efecto, este desempeño global se corresponde con la fuerte disminución de la desocupación y con el aumento de los puestos de trabajo registrados en la seguridad social. Sin embargo, para realizar un balance del estado de las condiciones laborales para el conjunto de la población deben incluirse otras dimensiones de análisis. Un aspecto clave, por sus implicaciones sobre el bienestar de los hogares, es el relativo a las trayectorias o transiciones laborales de las personas y dentro de aquel al grado de estabilidad ocupacional.
La pérdida del empleo ante la ausencia de un seguro de desempleo generalizado y, en consecuencia, la inserción en puestos de trabajo precarios e inestables, fueron marcas distintivas de la década del noventa en nuestro país. De tal forma que las fluctuaciones en los ingresos que experimentaron los hogares, producto de la elevada intermitencia laboral de sus miembros, contribuyeron al deterioro de las condiciones de vida para vastos sectores de la sociedad. El aumento de la desigualdad experimentado durante ese período se combinó, entonces, con la incertidumbre de los hogares acerca de sus ingresos. En el marco de la recuperación económica de los últimos años es pertinente avanzar en la exploración de esta temática.
Luego de un marcado descenso entre 2002 y 2004 la reducción de la desigualdad se moderó. Ello fue consistente con la evolución del empleo según estrato social. A partir de 2004, y especialmente desde 2005, la ocupación creció en forma más pronunciada para los miembros de los hogares con mayores recursos –cuyos jefes finalizaron el nivel secundario de educación–. Las menores oportunidades de empleo para los trabajadores de los hogares con jefes de baja educación se confirmaron también con otras evidencias. En el primer trimestre de 2007 –últimas estimaciones posibles con los datos puestos a disposición por el Indec– el desempleo fue de 12 por ciento en este segmento y de 17 por ciento para los integrantes no jefes de estos hogares, datos que contrastan con la tasa de desocupación global que había resultado inferior al 10 por ciento. En el mismo año, más del 50 por ciento de los hogares con jefe de baja educación no contaba entre sus miembros con un trabajador en un empleo registrado.
La información dinámica confirma además que las fluctuaciones en los ingresos laborales que percibieron los hogares así como las elevadas tasas de entradas y salidas de la ocupación continuaron siendo rasgos relevantes del funcionamiento del mercado laboral. La inestabilidad laboral –es decir, el hecho de atravesar por momentos en los que no se está ocupado– afectó en mayor proporción a aquellos con bajo nivel educativo y fue más frecuente entre los miembros no jefes, los jóvenes y las mujeres. La asociación entre la inestabilidad laboral y los bajos ingresos es directa. En efecto, alrededor de dos tercios de los trabajadores con trayectorias inestables se mantuvieron dentro del 40 por ciento más pobre de la población y exhibieron pasajes por puestos de trabajo precarios.
En síntesis, aun cuando la mejora de numerosos indicadores laborales ha sido contundente el mercado de trabajo argentino muestra todavía un importante déficit en la extensión del empleo de calidad que tiene un impacto claro sobre la situación distributiva. En efecto, el panorama recién comentado confirma la existencia de un importante segmento poblacional que oscila entre la no ocupación y episodios laborales precarios de corta duración. Ello sugiere la necesidad de redoblar los esfuerzos vía la implementación de políticas específicas para su corrección.
* Investigador Conicet-UNGS.
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