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Colapsar o no colapsar

 Por Javier Grosman *

“Tengamos ideales elevados y pensemos en alcanzar grandes cosas, porque como la vida rebaja siempre y no se logra sino una parte de lo que se ansía, soñando muy alto alcanzaremos mucho más.”
Bernardo Houssay

La información dura y pura entrega un título: “Macri denegó el permiso para la realización de Tecnópolis, la muestra de ciencia, tecnología y arte que cerrará los festejos por el Bicentenario”.

Puesto en esos términos, todo parece reducirse a una pelea política o, en todo caso, a una controversia burocrática por el uso del espacio público. Sin embargo, hay algo mucho más profundo, mucho más rico, que subyace en esta disputa; y que tiene que ver con el marco de creencias y valores que sostienen la decisión del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Detrás de la exageración de “queremos impedir que colapse el tránsito en toda la ciudad” se esconde la matriz conservadora y unitaria que rige cada acto, cada declaración, cada gesto del gobierno porteño; y que revela cuál es la idea de “la calle” que caracteriza al PRO.

El concepto de espacio público que tiene Mauricio Macri es el de una ciudad con calles y avenidas rectas, despejadas, cartesianas. Una ciudad para vivir y disfrutar desde el auto, sin cortes ni interrupciones. Una ciudad en la que no hay contacto humano, no hay intercambio.

Para la cosmovisión PRO la gente en la calle es una amenaza. En realidad, todo lo que interrumpa la circulación lineal, lo que promueva los cruces, la fraternidad y el cuerpo a cuerpo creativo, está fuera del registro macrista; por lo que debe ser prohibido y limitado antes de que haga colapsar las cápsulas individuales que marchan sobre ruedas en las calles y avenidas rectas, despejadas y cartesianas del paraíso PRO. Más allá de la interrupción parcial del tránsito por Figueroa Alcorta, Tecnópolis es la concreción de esa amenaza porque certifica la pérdida del espacio propio del macrismo en el armado de la agenda de movilización social. Desde la recuperación democrática de 1983 y por 20 años, el uso del espacio público estuvo en manos casi exclusivas de los gobiernos porteños, básicamente por falta de políticas concretas en ese campo del poder central.

Desde 2003, el gobierno nacional viene desarrollando políticas activas de uso y movilización en el espacio publico, no le teme a la gente en movimiento, no le teme a la “desorganización” espacial; más bien cree que en ese modelo de organización es donde se pueden terminar de recrear los lazos sociales y vinculares, y los tejidos públicos dañados durante la dictadura.

Lo que aparece claramente detrás de esta decisión de Mauricio Macri es la imposición del pensamiento único. “Todo lo que para nosotros es aceptable, está permitido; lo demás está prohibido.” Los funcionarios actúan como patrones de estancias que cierran las tranqueras ante la invasión de lo desconocido, de lo inquietante.

Y esta idea, precisamente, es que la que confronta con Tecnópolis y, en definitiva, con el concepto profundo de cualquier hecho cultural; algo que Macri y el PRO no comprenden, ni por profundo ni por cultural.La cultura funciona cuando logra hacer colapsar lo establecido, lo predeterminado, cuando consigue subvertir la realidad. Para crear el escritor hace colapsar el blanco de la página, el artista plástico colapsa el vacío de color del lienzo, el músico hace colapsar el silencio y el director teatral, el espacio vacío del escenario. La filosofía oriental nos invita a valorar el espacio vacío como expresión del ocio creativo, como exaltación del instante previo a la acción. Pero Macri exagera y prefiere instalarse en el espacio vacío. Elige el ocio sin acción creativa. Ignora que sin colapso no hay arte y sin arte sólo hay vacío.

Así, los conceptos macristas de espacio público y cultura revelan una raíz común: el temor y el rechazo a todo aquello que pueda romper con lo establecido, con lo que queda bien, con lo que ya está probado. Ni Macri, ni su ministro de Cultura, Hernán Lombardi, hubieran aceptado una idea como el Paseo del Bicentenario. El riesgo ético y estético de la propuesta está fuera del manual de estilo PRO. No vale arriesgar, vamos a lo seguro, sigamos lo que dicta el marketing de las encuestas. Fuerza Bruta y su desfile hicieron colapsar nuestras emociones, rompieron lo establecido, invadieron la calle de un caos creativo que nos hizo a todos un poquito mejores, un poquito más felices. No esperemos eso de un jefe de Gobierno al cual la algarabía popular y el festejo en las calles le hacen colapsar los nervios. Resulta interesante preguntarse por qué cosas vale la pena hacer colapsar el tránsito de la ciudad. Para Macri y el PRO está bien cuando el gobierno nacional corta la Avenida Leandro N. Alem para prolongar una línea de subte, pero está mal cuando corta la Avenida Figueroa Alcorta durante dos fines de semana para que los argentinos disfruten de un encuentro con la ciencia, la tecnología y el arte.

Todos estamos de acuerdo con que el subte es progreso, nadie puede discutir su necesidad. Desde la mirada PRO del mundo, la cultura, la ciencia y la innovación no significan progreso ni son necesarias, por lo cual si interrumpen el tránsito, son prescindibles.

Para terminar, algunas razones por las cuales es necesario defender la idea de Tecnópolis. En la Argentina vapuleada por el neoliberalismo degradante de la dictadura y los noventa, es imprescindible seguir inoculando dosis periódicas de la vacuna que refuerza nuestra autoestima. Desde hace casi ocho años, el gobierno nacional viene administrando ese plan de vacunación con políticas que ayudan a fortalecer nuestra imagen en el espejo. Porque después de haber recuperado lo valioso, lo querible, lo épico y lo trágico de nuestra historia, nos proponemos mirar para adelante, mirar al país que queremos y necesitamos, mirar al país que investiga, que piensa y que desarrolla, que no le teme al colapso que hace falta para la innovación, para romper con el vacío. En definitiva, mirar a la Argentina de los ideales elevados, que piensa en las grandes cosas, como decía Houssay.

* Director Unidad Bicentenario.

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