Domingo, 24 de octubre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Si no fuera tan patético sería hasta gracioso. Estados Unidos en Afganistán dando vueltas y vueltas como un perro tratando de morderse la cola. Otra vez tomamos como referencia al venerable New York Times, decano del periodismo estadounidense. Informa con el tono desapasionado que lo caracteriza sobre negociaciones secretas entre líderes del talibán y el gobierno afgano para terminar la guerra. Dice que estos líderes son llevados en helicóptero por la OTAN desde sus escondites del otro lado de la frontera paquistaní hasta el lugar secreto de las negociaciones, cerca de Kabul. Después deja caer, como al pasar, un dato por demás llamativo.
Dice que el mullah Omar, jefe máximo del talibán, quedó afuera de las negociaciones “en parte por su cercanía a los servicios secretos paquistaníes”. Dice que no puede revelar el nombre de los líderes talibán que negocian con el gobierno afgano por temor a represalias de parte de ISI, el servicio secreto paquistaní. “El ISI trata de impedir las negociaciones. Si se entera los elimina”, señala un “funcionario afgano” citado por el diario.
Está bien, hace mucho se sabe que hay agentes paquistaníes que apoyan al talibán. Que el talibán es prácticamente un invento de los servicios paquistaníes, a los cuales Washington financiaba en los ’80 para que formara milicias en Afganistán, como estrategia de resistencia a la invasión soviética.
Pero nunca había leído que el talibán, y en particular el mullah Omar, fueran rehenes de una agencia del Estado paquistaní. Es decir, el verdadero enemigo en la guerra Afgana es Pakistán. Es decir, Estados Unidos va a la guerra para atrapar vivo o muerto a Bin Laden, autor intelectual del atentado a las torres gemelas. Pero no se trenza con la fantasmal red terrorista que el fantasmal Bin Laden supuestamente dirige, sino con el talibán, un movimiento que supuestamente protege a los terroristas.
Pero ahora resulta que el talibán tiene líderes razonables que quieren negociar, pero los espías paquistaníes no los dejan. Entonces habría que agarrárselas con Pakistán y sus espías, ¿no? Pero no. Pakistán es el país que más ayuda militar estadounidense recibe en todo el mundo después de Israel.
¿Entonces en qué quedamos? Estados Unidos financia a Bin Laden para después hacerle la guerra. Financia a Saddam Hussein para después hacerle la guerra. Financia al talibán para después hacerle la guerra. Financia al servicio secreto paquistaní pero al mismo tiempo dice que es su peor enemigo. Algunos malpensados van a interpretar que algún interés muy poderoso en Estados Unidos, algo que algunos malpensados han dado en llamar “el complejo militar-industrial”, ha llevado a ese país a un estado de guerra permanente.
No pueden negociar con su enemigo porque un aliado, que en realidad apoya al enemigo, apoya al enemigo sólo si no negocia, porque si el enemigo quiere hacerse amigo, entonces el aliado se convierte en enemigo del que ahora quiere hacerse amigo. Todo esto lo informa el diario decano como si fuera algo lógico, o al menos entendible.
Para que todo quede más claro, al día siguiente del anuncio de las negociaciones secretas, un general de la OTAN sale a decir que Bin Laden está en Paquistán, en la montaña, cerca de la frontera, pero no escondido. Está en una casa, precisa el general, y cerca de él, en otra casa, vive el número dos de Al Qaida, Ayman al-Zawahiri. “Ningún líder del Al Qaida vive en una cueva”, dijo el general, dando a entender connivencia con autoridades paquistaníes. La respuesta oficial de Islamabad no tardó en llegar: otra vez los rumores infundados, las versiones apócrifas dañando la reputación de un gobierno honorable. Repudio total a los dichos del general.
Siguen llegando noticias. Gran cumbre gran entre Obama y los jefes del gobierno afgano en Washington. La Casa Blanca anuncia formalmente su apoyo a las negociaciones secretas entre Kabul y el talibán. El comunicado no dice nada malo de los espías paquistaníes, al contrario. Dice que al día siguiente se reunirá el Grupo de Trabajo para Paquistán, para analizar al más alto nivel con su gran aliado el devenir de la guerra en Afganistán.
Al otro día se reúne el Grupo de Trabajo y al finalizar la reunión la canciller Hillary Clinton convoca a conferencia de prensa para hacer un gran anuncio. Dos mil millones más de ayuda militar para Paquistán y toda una catarata de elogios para “el aliado más firme e inquebrantable” que tenemos en la región. No aclaró cuántos de esos millones irán a los bolsillos de los espías que mantienen rehén al mullah Omar, obligándolo a seguir matando soldados estadounidenses.
Lo que aparece en los análisis de esta nueva inyección de cash para aceitar el escenario bélico es un pequeño detalle que siempre vale la pena tener en cuenta. Pakistán tiene la bomba. Es el único país islámico con una bomba. Se la fabricaron, claro, los estadounidenses. Paquistán tiene un enemigo histórico, también potencia nuclear, aunque su bomba la hicieron los soviéticos. Estamos hablando de India. Otro “gran aliado” de Washington. India comparte con Pakistán la conflictiva frontera de Cachemira. El principal sostén del ejército paquistaní en esa frontera es la red de jefes tribales Pashtun, la misma red que protege al talibán, según denuncian los funcionarios y los militares que cita el New York Times.
El mes que viene Obama visitará la India, en el marco de una gira asiática que no incluye Pakistán. Los paquistaníes estaban nerviosos y decepcionados, dicen los analistas. Los dos mil palos verdes sirven para calmar esa ansiedad, explican.
Hillary hizo el anuncio con el canciller paquistaní Shah Mehmood Qureshi a su lado. El canciller sabe que todos saben que Pakistán juega a dos puntas. Todos los años lanza grandes campañas militares con bombos y platillos supuestamente dirigidas a derrotar al talibán. Llegan informes de grandes batallas desde zonas remotas que se hacen difíciles de comprobar. Pero a los jefes de los clanes guerreros pashtun nadie los toca. Siguen ahí, nunca les pasa nada, nunca cae ninguno. El canciller es consciente de todo esto, entonces le agradece a Hillary la ayuda militar sin escaparle al bulto: “Aún hay comentarios por lo bajo sobre que Pakistán no pone todo su empeño en esta lucha”, dice Qureshi. “No sé qué mayor evidencia se puede ofrecer que la sangre de nuestro pueblo.”
Las noticias se suceden pero nunca se tocan. Un día los paquistaníes son los villanos que impiden la paz. Al otro día son los héroes que derraman sangre para derrotar a los terroristas. En el medio, dos mil palos verdes más en bombas, tanques, misiles y chiches varios.
Así que ya lo sabemos. Cuando Estados Unidos empiece a retirarse de Afganistán con la cola entre las piernas, a mediados del año que viene, no será por falta de coraje o convicción, sino por una vil traición de uno de sus grandes aliados. Quizá los paquistaníes nunca entendieron la grandeza de la misión estadounidense, el verdadero sentido de sus generosas donaciones. Quizá confundieron negociaciones sinceras con una mera puesta en escena, armada para que ellos salgan a defender los verdaderos intereses de sus patrones. Por alguna razón deben pensar que Estados Unidos no quiere la paz.
Estos muchachos del ISI paquistaní que boicotean las negociaciones son espías, espías muy bien pagos. No hay que descartar que algo hayan averiguado, que sepan algo que nosotros todavía ignoramos. Sobre las vueltas que da el perro, digo. Porque la cola nunca se la va a morder.
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