Miércoles, 5 de noviembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › LA CANDIDATURA DE OBAMA REHíZO POR COMPLETO EL MAPA ELECTORAL DE LOS ESTADOS UNIDOS
La participación, inédita, superó los 130 millones de personas. Las reformas económicas y sociales probablemente definirán el lugar en la historia del presidente elegido ayer.
Por Ernesto Semán
Desde Nueva York
La cola en la escuela pública de la calle Van Brunt, en Broo-klyn, daba la vuelta a la esquina a las seis y media de la mañana, casi dos horas antes de que abrieran las mesas de votación. En Hoboken, al otro lado del río Hudson, había que esperar en fila dos horas para votar. La foto similar era aun más impactante en el resto del país, con filas de varias cuadras frente a las escuelas, fruto de una participación inédita que superó los 130 millones de personas. Todo eso necesitó Barack Obama para convertirse ayer en el primer negro en ser elegido presidente de los Estados Unidos. Montado sobre una crisis económica omnipresente y un clima de fin de época, su llegada a la Casa Blanca abrió la puerta a transformaciones mucho más amplias que las que la política norteamericana ofrece todos los días.
Las dudas sobre el resultado final en los estados tradicionalmente republicanos fue la primera indicación de cómo terminaría el día. Uno de los primeros en acomodarse a un probable triunfo de Obama fue Karl Rove, el estratega de las campañas de Bush de 2000 y 2004. Apenas pasado el mediodía, Rove predijo que Obama se impondría de forma abrumadora y obtendría cincuenta delegados más de los 270 necesarios para imponerse en el colegio electoral. Poco después, el conservador sitio de Internet Drudge Report decía que la diferencia a favor de Obama en Pensilvania llegaba a los dos dígitos.
Para esa hora, MSNBC preparaba su transmisión como quien organiza una fiesta. La cadena de televisión que apoyó a Obama de forma explícita iluminó el Rockefeller de azul y rojo y colocó un sistema de poleas para elevar el número de delegados hasta la cima del rascacielos.
Pero la primera indicación real del resultado final llegó con recién a las 18.46, con los primeros resultados de boca de urna del estado de Indiana. La última vez que un demócrata ganó en el estado de Indiana fue en 1964, cuando Lyndon Johnson sacó la ventaja nacional más grande de la historia sobre el Partido Republicano. En ese momento, los primeros conteos le daban a Obama un empate en Indiana, donde Bush había sacado una ventaja de dos dígitos, un cambio que expresa una transformación mucho mayor a nivel nacional. En Georgia, Carolina del Sur y Carolina del Norte, donde la abstención de los negros fue hasta ayer una imagen que perpetuaba la sociedad esclavista sobre la que emergieron esos estados, Obama alcanzaba a pelear el resultado y a ganar algunos de la mano de una enorme cantidad de nuevos votantes. Los estados en los que Bush se impuso por más de 10 y 20 puntos en 2004 aparecían en disputa. En Minessota, donde los republicanos celebraron su convención, el candidato demócrata se quedaba con los delegados. Y en Pensilvania, los distritos de clase media y baja blanca también se inclinaban para el lado demócrata.
Era el punto de llegada de una candidatura que rehizo por completo el mapa electoral, la relación entre los candidatos y sus bases y, más en general, las coaliciones sociales sobre las que se apoyan la política de este país. La tensión entre hispanos y negros, la adscripción automática de los habitantes de los suburbios al Partido Republicano y la distancia de los demócratas respecto de la clase trabajadora blanca son algunas de las certezas que ayer entraron en crisis. Los altos niveles de participación general, la votación de más del 80 por ciento de los 18 millones de hispanos habilitados para votar, la participación política del último año y el involucramiento de las clases medias en el financiamiento de las campañas electorales son todos cambios políticos de fondo que giran alrededor de la llegada de un negro a la presidencia por primera vez en la historia norteamericana.
Además de la crisis económica y la campaña de Obama en sí, el resultado de ayer también se nutrió del fortalecimiento del sector más ortodoxo del Partido Republicano. La campaña de John McCain terminó presa de las demandas extremas de la derecha, habilitando un reacomodamiento general del resto de la política.
La mayoría conservadora no es la única idea que se descalabró ayer. Una noción familiar entre algunos analistas –y algunos esperanzados dirigentes– es que las crisis mueven al electorado a asumir posiciones conservadoras y en general a reafirmar al oficialismo de turno. El razonamiento no se sostiene para ninguna de las grandes crisis económicas de Estados Unidos, que en el ’32, en el ’76 y en el ’92 agilizaron la derrota del oficialismo, en dos de esos casos beneficiando a los demócratas. Tampoco se sostuvo ayer, demostrando una vez más que es la forma política en la que se traduce la crisis lo que orienta la conducta de los electorados y no al revés.
Otra idea –no menos presumida y mucho más divulgada– que esta elección desnudó en su banalidad es la que pone en duda el “verdadero” impacto del triunfo de Obama. La intoxicación informativa –de la mano de las enormes carencias intelectuales– empujan a que analistas de Estados Unidos y del exterior establezcan sus propios standards sobre la “verdadera” importancia del triunfo de Obama o el “verdadero” cambio que ello significa. En ese razonamiento, el adjetivo “verdadero” funciona como puesta a prueba de las virtudes del candidato, de los móviles del electorado y del optimismo que rodea a ambos. Pero pensar que no hay que entusiasmarse hoy porque Obama los va a traicionar mañana es como suicidarse porque sabemos que nos vamos a morir. No sólo exhibe una relación deserotizada y narcisista de la vida pública, sino que fija parámetros completamente caprichosos sobre lo que significa un “verdadero” cambio.
En esa mirada la política es algo plano como la pantalla de la televisión, en la que no existen momentos de mayor o menor productividad, ni una consecuencia de esos cambios que trascienda el blog de cada mañana. La intuición de que los cargos que ocuparon Colin Powell o Condoleezza Rice ya abrieron espacio para los negros es una idea ingenua en el mejor de los casos, que confunde la raza con el racismo y los cargos con la política. La llegada de Powell o Rice no produjo realineamientos sociales, millones de negros no se acercaron a las urnas en su apoyo ni presionaron por reformas sociales en su favor ni se montaron sobre eso para ampliar su espacio en la vida norteamericana, todo lo cual sucedió ayer. Un mínimo de atención al impacto descomunal que la política tiene en la vida cotidiana de los habitantes de un país bastaría para al menos tratar de entender por qué razón millones de personas salieron ayer a hacer posible primero –y a celebrar después– el triunfo de Obama. El café gratis que ofrecía Starbucks o el helado que regalaba Ben&Jerry para los que hubieran votado difícilmente alcance para explicar la movilización social que culminó en la elección de ayer.
Lo que no está en duda es que los alcances de la victoria de Obama serán diversos y contradictorios y que en buena parte se definirán durante su presidencia. Aun si logra reencauzar la desastrosa misión norteamericana en Irak, la estrategia anunciada para Afganistán no sólo no es auspiciosa sino que anticipa problemas militares y políticos no menos preocupantes. Temas centrales de la agenda política como el cierre de los centros de detención de Guantánamo que el candidato prometió durante la campaña no serán fáciles de concretar, y el peso de grupos de presión tradicionales como las agencias de inteligencia parece ser algo que no se percibe en su totalidad hasta el momento de entrar al Salón Oval.
Pero son las reformas económicas y sociales el terreno en el que Obama definirá su lugar en la historia. Y éstas estarán sujetas en gran parte al conteo final de los votos en el Congreso: si algo está claro es que cualquier programa de reforma importante necesitará de una mayoría parlamentaria abrumadora. Obama no sólo necesita tener la mitad más uno en cada una de las cámaras: la mayoría deberá ser más holgada como para compensar las pérdidas ocasionales que los caudillos regionales siempre provocan cuando sus estados son perjudicados. Y en la Cámara alta deberá llegar a tener 60 senadores para evitar el fillibuster, el proceso por el cual una minoría puede trabar la aprobación de leyes reenviando los proyectos a las comisiones de forma indefinida. Los dos procesos de transformación más radicales del Estado y de las políticas públicas norteamericanas de la mano de Roosevelt en 1932 y de Johnson en 1964 se lograron con esas mayorías parlamentarias. Y una ventaja menor en el Parlamento obligaría a Obama a moderar aún más el alcance de sus reformas.
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