Miércoles, 5 de noviembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Gabriel Puricelli *
Hay una historia que iba a ser necesario contar, fuera cual fuera el resultado de las elecciones en EE.UU., y es la historia de la construcción de la candidatura de Barack Obama. El mero hecho de que uno de los dos partidos tradicionales eligiera para representarlo a un hombre de nombre y apellido poco comunes, de quien ni siquiera el nombre curioso era conocido hace cuatro años, es un hecho que rivaliza en su carácter inédito con su condición de afroamericano (si es que siquiera esa definición lo describe). Obama construyó su campaña desde tan abajo que nadie en el establishment estadounidense hubiera imaginado que era posible escalar desde allí las alturas de Washington. No se trata de contar aquí una anécdota, sino de entender que el qué de su candidatura fue igual de importante que el cómo. Porque Obama escapó con la ductilidad de una anguila de los encasillamientos que podían llegar a hacer de la suya una candidatura confinada a un ghetto o –en el mejor de los casos– a una constituency, a uno de esos tantos fragmentos en que estrategas electorales, politólogos y periodistas compartimentan la realidad, para asegurar la adaptación de ésta al compacto ideológico dominante.
Obama sembró en el terreno abonado cuatro años atrás por Howard Dean, empleando con eficacia implacable los recursos que ponía a su disposición la conectividad. Movimientos cívicos que despuntaron como respuesta al intento republicano de demolición de Bill Clinton en su “momento Lewinski”, como MoveOn, se transformaron en manos del candidato pacifista Dean en una formidable plataforma para la recaudación de fondos de campaña: inscriptos en la estrategia de Obama, desplegaron todo su potencial de movilizar nuevos compromisos ciudadanos. El propio Howard Dean, hoy al frente del Comité Nacional Demócrata, dedicó su trabajo a establecer organizaciones permanentes del partido en los 50 estados, aun en los abrumadoramente republicanos, donde lo habitual cada cuatro años era que una escuálida operación de campaña se esfumara terminado el escrutinio. El empeño y el despliegue de recursos puestos en juego por los neoconservadores para poner en marcha la revolución reaganiana requerían de un esfuerzo proporcional que sólo una movilización de las proporciones de la encabezada por Obama podía desplegar. La tarea de mover el dial del consenso ideológico-cultural estadounidense desde la derecha hacia el centro no está más que despuntando, pero Obama y su base han acometido esa tarea con un ahínco que estuvo ausente en la estrategia adaptativa de los “New Democrats” de Clinton.
Obama logró darle una vuelta de tuerca al remanido recurso de usar la biografía del candidato como prótesis de las plataformas partidarias, para transformarlo en la demostración de posibilidad de un sueño americano no invocado como mera muletilla, sino calificado por su vocación de inclusión y por su promesa de ascenso social en un ambiente socialmente solidario y responsable. Esa operación discursiva exitosa fue clave para no caer en el precipicio de la política racial, hacia el que se despeñaran líderes como Jesse Jackson. Seguramente no estaba en los cálculos de Obama enfrentar al destino en el momento de una crisis tan profunda como la que vive el capitalismo estadounidense, pero el esfuerzo realizado hasta ahora tal vez lo haya templado para enfrentar la cuesta más empinada que su país haya tenido que remontar desde los tiempos de Franklin D. Roosevelt.
* Co-coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas (http://www.politicainternacional.net).
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