EL MUNDO › ESCENARIO

Abe

 Por Santiago O’Donnell

A propósito de la reunión de ayer entre Lula y Obama, y para saber cómo viene la mano con los yanquis en América latina, Página/12 intentó ubicar a Lowenthal. Presidente fundador del Diálogo Interamericano, profesor de Relaciones Internacionales de la universidad de Southern California, analista regional del Consejo del Pacífico para las Relaciones Internacionales, investigador “senior” de la Brookings Institution y muchas cosas más, Abraham F. Lowenthal es, sobre todo, un hombre de consulta obligada para los gobiernos demócratas en todo lo que hace a las relaciones con las Américas. Lo que se dice un tipo muy respetado y muy bien conectado. ¿En qué andará “Abe” Lowenthal?

Ubicado vía celular en Jamaica, donde participaba de una conferencia académica, Lowenthal contó que acaba de escribir un artículo académico sobre la relación de Obama con las Américas que saldrá el mes que viene en el libro The Obama Administration and the Americas (Brookings Institution Press, 2009), volumen del cual es coeditor junto a Theodore Piccone y Laurence Whitehead.

Su secretaria Melissa mandó el artículo desde Los Angeles para que Página/12 pudiera contar con el adelanto exclusivo.

Difícil resumir trece páginas densas en pocos párrafos, pero básicamente el artículo dice esto: con los problemas que tiene Obama, no es realista creer que le va a dedicar mucha energía a la región. Pero eso no quiere decir que no pueda tener un impacto significativo. La clave pasa por la calidad de la atención: con poco se puede hacer mucho.

Primero hay que hacer un par de distinciones, dice el artículo, porque los países son distintos y no se los puede agrupar simplemente en buenos y malos según la apertura de sus economías y el desarrollo de sus instituciones. La distinción más importante es entre México, Centroamérica y el Caribe, por un lado, y Sudamérica, por el otro. El primer bloque está cada vez más integrado a los Estados Unidos por los flujos económicos y migratorios. En cambio Sudamérica está cada vez más alejada porque ha diversificado sus relaciones con otras potencias y mercados, pero aún allí Estados Unidos sigue siendo importante.

Después el texto va marcando prioridades. Empieza por casa, con asuntos domésticos de gran impacto en la región: inmigración, comercio exterior, energía y narcotráfico. Hay que empujar una reforma migratoria con blanqueo incluido y derribar el muro, dice. Hay que dejar de perder el tiempo con el Nafta para impulsar tratados bilaterales que tengan en cuenta los reclamos ambientales y los intereses sindicales de los países signatarios, aconseja. Hay que invertir en petróleo y gas en México, Venezuela, Brasil y Cuba, y energía alternativa en la Argentina (energía nuclear), Brasil, Chile y Uruguay, y biocombustible basado en caña de azúcar en Brasil, Centroamérica, Cuba y el resto del Caribe.

Con respecto al narcotráfico, sostiene que hay que abandonar la metáfora de “guerra contra la droga” y dejar de buscar una victoria inalcanzable contra un enemigo definido. “La administración y el Congreso deberían priorizar mucho más la prevención, el tratamiento, la rehabilitación y los programas laborales para los jóvenes. Debería incrementar su inversión en desarrollo alternativo bien estructurado y en programas de empleo para países en desarrollo donde el cultivo de droga parece la única alternativa a la pobreza extrema, y debería concentrarse menos en fumigar cosechas e interceptar cargamentos y más en interrumpir el flujo de dinero y armas que lubrica al narcotráfico desde Estados Unidos.”

Después señala cuatro prioridades geográficas: el bloque México–Centroamérica-Caribe, Brasil, la región andina y Cuba. Dice que Brasil y Estados Unidos tienen muchos intereses en común y los enumera, y elogia al país sudamericano por los avances en la economía, la lucha contra la pobreza y la seguridad, aclarando que especialmente en este último ítem queda mucho por hacer.

De la región andina advierte sobre la fragilidad de sus instituciones y los desafíos por delante y, sin nombrarlos, elogia a Morales y Correa: “En Bolivia y Ecuador, dos esfuerzos muy diferentes e innovadores están en marcha para refundar la identidad nacional, crear instituciones políticas más inclusivas, y capturar más beneficios de sus recursos naturales”. Sobre Colombia reconoce “progresos” en la lucha contra la guerrilla, pero advierte sobre las “tendencias autoritarias de su gobierno.” Chávez es el único que aparece con nombre y apellido en el paper de Lowenthal. Dice, por un lado, que el poder del venezolano se sostiene en base al “apoyo popular de sectores que previamente no tenían voz ni influencia”, pero destaca, por el otro, que el ejercicio de ese poder es “autoritario y personalista”. Recomienda bajar el perfil en Venezuela, no contestar las críticas bolivarianas y buscar nichos de cooperación para construir de a poco una relación más positiva.

Con respecto a Cuba, dice que Obama tiene que dejar de prestarles atención a los “lobbies y grupos de presión” de Miami y olvidarse de los votos de Florida en el colegio electoral, para hacer lo que reclama el “interés nacional”, esto es, normalizar las relaciones. Dice que Obama tiene suficientes votos en el Congreso para hacerlo, y que hay que empezar por mejorar la cooperación en temas de mutuo interés.

El texto termina con un par de recomendaciones generales: ayudar a combatir la pobreza y restablecer la “confianza”, única palabra en castellano que usa Lowenthal en todo su escrito. Dice que con la crisis financiera no habrá mucho dinero disponible, pero que ese poco, bien usado, podría tener un impacto significativo si se lo hace llegar no sólo a los países más pobres, sino a los bolsones de pobreza extrema que persisten en los demás. Remata la idea con una frase bastante graciosa dentro de un texto lleno de sutiles ironías: “Ciertamente, no son tiempos éstos para considerar otra Alianza para el Progreso. Pero Estados Unidos puede hacer mucho más para ayudar a confrontar la agenda regional de desarrollo que las pálidas imitaciones de los programas de salud y educación de Cuba y Venezuela que el presidente Bush anunciara durante su gira latinoamericana del 2007”.

La sección dedicada a la “confianza” es más intimista, más cercana a las innumerables relaciones personales del autor, tejidas en más de 30 años de constantes viajes por la región. Este cronista lo conoció a los trece en Princeton y nueve años más tarde fue citado por él en un bar de la calle Córdoba, donde le fue ofrecida la chance, con beca iucluida, de realizar una maestría de periodismo internacional en la mejor universidad privada de Los Angeles.

“La interacción con latinoamericanos ha sido muchas veces de intromisión y ninguneo, desde el trato dispensado por los agentes de aduanas e inmigración a nivel individual, hasta las fastidiosas presiones que reciben los gobiernos latinoamericanos con respecto a distintas votaciones en organismos internacionales”, señala Lowenthal. Dice que después de tanto predicar el respeto por los derechos humanos, “es entendible que los latinoamericanos critiquen el uso de la tortura y la cárceles ilegales en la llamada Guerra al Terrorismo”, y que también es entendible que la imagen de Estados Unidos en la región sea pésima. Recomienda empezar a tratar a los latinoamericanos con más respeto: “Ser cooperativos en vez de dominantes, comprometidos con el multilateralismo y las instituciones internacionales, sensibles a las aspiraciones latinoamericanas de mayor reconocimiento internacional, y fieles a los valores fundamentales compartidos por los ciudadanos a lo ancho de las Américas”.

Algunos temas de particular interés para lectores de la Argentina habían quedado afuera del trabajo y otros de candente actualidad podrían elaborarse un poco más. Por eso Lowenthal fue contactado nuevamente. Aceptó el siguiente reportaje telefónico, esta vez desde un hotel en Fort Myers, Florida.

–Leí sus consejos para la administración Obama. Usted conoce bien a los responsables de manejar el tema. Siendo realistas, ¿qué es lo que se puede esperar que hagan de todo lo que propone?

–Honestamente es demasiado pronto para saber. La administración Obama llegó al gobierno con muchos desafíos urgentes por delante y es entendible que su foco de atención esté puesto en ellos. Pero ninguna recomendación es imposible o aun difícil de imaginar. La administración anunció esta semana el nombramiento de un nuevo zar antidroga y eligió al ex jefe de policía de Seattle, un hombre conocido por poner el énfasis en el tratamiento y la rehabilitación como principales vías para encarar el problema de los narcóticos. En la política hacia Cuba, un área que ha resistido cambios durante décadas, ya empezó el proceso de aflojar el embargo y mi predicción es que habrá al menos promesas de más mejoras antes de la cumbre (interamericana) de Trinidad (y Tobago, a mediados del mes que viene) y creo que la cumbre será usada para dar señales de mayor apertura hacia una relación convencional con Cuba. También podría haber anuncios en Trinidad de algún programa multilateral de lucha contra la pobreza o el desempleo. Creo que es posible tener expectativas modestas de cambios realizables sin provocar una revolución en Estados Unidos.

–¿Qué importancia le da a la cumbre entre Obama y Lula?

–Creo que encaja en la categoría de los cambios que ya están ocurriendo. Debe haber más de 200 países cuya relación más significativa e importante es con los Estados Unidos y que el gobierno haya privilegiado respaldar una alianza estratégica con Brasil en la etapa inicial de la administración, encima con todo lo que está pasando, es toda una señal de la importancia que ambos países le asignan a la relación. Hay muchos temas de interés mutuo y por supuesto que habrá temas para negociar, como también los tiene este gobierno con Alemania, Gran Bretaña y otros aliados cercanos. Contrariamente a lo que muchos habrían predicho hace 15 años, Lula se ha convertido en el líder moderado, estable, prudente y práctico del país más grande y poderoso de América latina.

–¿La permanencia de Tom Shannon como subsecretario para las Américas representa alguna continuidad de las políticas de Bush?

–Shannon representa la ruptura del gobierno de Bush con la preocupación por Cuba y Centroamérica que se venía arrastrando desde la Guerra Fría, y una política más sutil y sofisticada para enfrentar los desafíos de Chávez y los países bajo su influencia. Más que llamarla la política de Bush, la llamaría la política de un funcionario de carrera, desarrollada en el último tramo del gobierno de Bush, con el apoyo de la canciller Condoleezza Rice. Veremos si lo confirman a Shannon más allá de la cumbre de Trinidad. Yo creo que ha sido el subsecretario más capaz y efectivo de los últimos veinte años.

–Algunos expertos caracterizan a la gestión de Shannon como de “negligencia benigna”. ¿Usted qué opina?

–No estoy de acuerdo. Creo que el nivel de atención ha sido constante desde los tiempos de Kennedy. Clinton no le prestó más atención a la región que Bush padre o Bush hijo. Lo que varía es la calidad de la atención y creo que mejorando la calidad se puede obtener un impacto muy grande.

–Su artículo casi no menciona a la Argentina. ¿Cómo ve las relaciones actuales y futuras con este país?

–No quiero decepcionarlo, pero no viajo a la Argentina desde junio del 2006 y por eso no tengo mucha información sobre cómo se ven las cosas allá, pero puedo darle una idea de cómo se ven en Washington. Dentro de las pocas referencias a la Argentina que hago en la síntesis regional, menciono la fortaleza de su sociedad civil y el deterioro de sus instituciones políticas. (También destaca y recomienda apoyar el trabajo de la Argentina y otros países en Haití). La poca atención relativa prestada en el paper es un reflejo fiel de cómo veo la clase de atención que Washington le dedica al país. En cierto punto, la Argentina había obtenido la etiqueta de “Aliado extra-OTAN”. Más allá de si esa etiqueta tenía algún significado, en estos momentos podemos decir que no se ajusta a la realidad.

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