Domingo, 15 de marzo de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Repaso sobre una semana recargada. Catamarca, la pálida convocatoria campestre, el drive de Macri, la volea de revés de los Kirchner. La aceleración en ciernes y sus efectos catalizadores sobre candidaturas. Kirchner en gateras. Y un trazo sobre climas culturales y polarizaciones políticas.
Por Mario Wainfeld
Las elecciones en Catamarca parecen perderse en lontananza. Pasaron tantas cosas después... La tercera reunión con “el campo”, la tenue jornada de protesta rural, el desdoblamiento electoral en la Capital, el adelanto de los comicios nacionales. Entre medio, conflictos docentes irresueltos, profecías apocalípticas de la oposición, algún corte de calle (que los medios dominantes identifican con el “caos”, salvo que sean encabezados por líderes de clase media para arriba). Los acontecimientos se suceden, se superponen, cuesta elaborar una síntesis. Al cronista, cada vez más tentado por la asociación libre, le parece que en la política local, como en la mayoría de los programas deportivos de la tele, la gritería y la velocidad son inversamente proporcionales a la calidad y hasta a la audibilidad.
El kirchnerismo metió las de andar en Catamarca: arriesgó a sus mejores figuras, la pareja presidencial, en una coalición indeseable. Pactos políticos con Luis Barrionuevo, Ramón Saadi o (en otras comarcas) Aldo Rico espantan adhesiones en otras latitudes y resienten el patrimonio simbólico del oficialismo. La opción, ya se expresó en estas páginas, era una derrota o una victoria pírrica. Se perdió, que era lo imaginable. Néstor Kirchner trató de resignificar ese evidente traspié, lució empecinado y poco creíble.
El gobernador Eduardo Brizuela del Moral, que se había abroquelado en su provincia, compartió una ración mínima de su éxito con sus correligionarios que hacían cola para abrazarlo. A Julio Cobos le pidió que no viajara. La oposición de centroderecha, en pleno, vaticinó un efecto dominó: Catamarca, una provincia con peculiaridades (como todas), que congrega a menos del uno por ciento del padrón general, marcaría una irrefrenable tendencia nacional. Con todo respeto, too much.
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Las bases y la vanguardia: La Mesa de Enlace concurrió de mala onda a la tercera reunión con funcionarios del Gobierno. Todo lo acordado en el encuentro anterior se estaba implementando, los anuncios respectivos se publicaron en el Boletín Oficial en seis días, con mayor celeridad que la prometida por Débora Giorgi. Había diferencias de detalles: se dramatizaron de más, horas después se habían zanjado. Los semiólogos de la élite ruralista suponen que tenían que sobreactuar un poco su fastidio para contener (y en parte representar) el enojo de sus “bases”. Esta curiosa narrativa se apropia de una expresión populista o de izquierdas (“bases”) para mencionar a una masa de propietarios. Además, incurre en otra distorsión, que es usar “bases” como sinónimo de “autoconvocados”. Los autoconvocados son –ya que nos valemos de esa jerga– una minoría esclarecida, una vanguardia radicalizada con capacidad de movilización y gran cobertura mediática. Se supone que las bases sean numerosas, no dispongan de todo el día para derivar entre la ruta y los canales de cable. Que estén en sus campos o manejando sus rentas, haciendo la diaria.
Antaño, las derechas solían ser más afectas a endiosar a las mayorías silenciosas antes que a las bases, ni qué hablar de las vanguardias militantes. Solían, antes de la 125. Todo cambió, habrá que reacomodarse.
La comunión entre los De Angeli Boys y la media de los chacareros, que es dogma en tanto relato de autoridad, quizá no sea la misma que en la fronda de 2008. Los actos celebratorios del primer aniversario del conflicto por las retenciones móviles dejaron entrever que se vive otra etapa. Tuvieron gusto a poco, cuando no sabor a nada. En Córdoba, el ágape principal, se pusieron sillas de antemano para disimular lo enclenque de la convocatoria. Sobraron asientos por todos lados, en contraste chocante con los actos de Rosario o del Monumento de los Españoles, en el clímax de la movida campestre. Apenas hubo más de mil personas, los medios adeptos duplicaron ese magro guarismo, no osaron siquiera triplicarlo: la distorsión quedaba muy expuesta. En las rutas hubo, según los panegiristas mediáticos, “más de 20 cortes”; nadie los enumeró.
Un fenómeno informativo dio la medida del achicamiento: por primera vez en más de un año, una fuerte acción “del campo” no fue título principal de tapa de Clarín ni de La Nación. Los medios que bancan Expoagro y editorializan en consonancia emitieron una señal: algo pasó. Varios dirigentes opositores hicieron de claque en los desvaídos actos, se notaron mucho más que cuando circulaban entre muchedumbres. Otros, como Julio Cobos o Hermes Binner, les piden que bajen los decibeles, que ni se les ocurra pasar a la acción directa.
La tenida de pasado mañana en el Ministerio de la Producción tiene pronóstico reservado. Los dicterios de toda la semana, la inminencia de la definición de las candidaturas, ayudarán poco al zaherido ámbito. Las entidades agropecuarias repetirán sus rituales: quejas desmesuradas, semiótica de los discursos presidenciales, reclamos de máxima. El Gobierno debe conservar la disposición de articular medidas que alivien a distintas ramas de la producción, haciéndose pocas ilusiones sobre la reciprocidad. Respuestas concretas, así fueran parciales, a reclamos previos podrían dar sobrevida a la instancia de negociación. Dos puntos podría atender el Gobierno, en parte. Emprolijar los trámites de las cartas de porte (“no pedimos que nos devuelvan la cajita, nos rebuscaremos igual, pero sí que agilicen la operatoria que es un desastre”, se sincera un dirigente de la Federación Agraria) y bajar las retenciones al trigo y al lino. En cualquier caso, a medida que se acerque junio se tornarán más inviables esos encuentros. Tres de los referentes, cuanto menos, tienen que resolver si serán candidatos: el compañero Buzzi y los correligionarios cívicos Mario Llambías y Minga de Angeli. Diz que el piquetero VIP no será de la partida. Nada es definitivo hasta que cierren las listas, enseña el Master en Rosca Política de la University of the Street, que este año está en su salsa. Entre otros motivos porque su gran amigo, el consultor electoral nostalgioso del setentismo, la está juntando con pala y lo invita a cenar con asiduidad, sin reparar en gastos.
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Quedate en la Argentina, te vas a divertir: El Master tiene con qué entretenerse, las operaciones políticas están a la orden del día. A su vez, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre Argentina recibió un refuerzo presupuestario desde su lejana patria. Su padrino de tesis, el decano de Sociales de Estocolmo, aunque ya le cree poco, está entusiasmado con sus informes. Nuestro cientista social ya no investiga, ni hace sondeos, se dedica a la crónica. La pura reseña excita al Decano: ¡dos cambios de calendario electoral en un día! “Ese país es un laboratorio –le escribe a su protegido–, siga así, estudiando de sol a sol.” El politólogo casi no ve el sol, se luce copiando y pegando de los on line, mientras recorre con la pelirroja progre parrillas VIP y otros establecimientos más reservados del conurbano. La pelirroja se ha puesto nerviosa, debe definir si vota o no al kirchnerismo en “la Provincia” (en 2005 y 2007 cavilaba menos). Esa tensión le abre variados apetitos.
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Velocidad y ligereza: “La velocidad de reacción de los dirigentes políticos nativos es innegable, tanto como su ligereza institucional”, escribe el politólogo, dando cuenta de un tosco ingenio y de una básica capacidad de observación. Dos operaciones fulgurantes reconstituyeron el escenario en cuestión de horas. Ambas se tomaron, como es regla, de modo unilateral, sin consultar a la oposición o a la sociedad civil. Mauricio Macri buscó su ventaja, los Kirchner le devolvieron la pelota de volea.
La iniciativa oficialista tiene su sello: arriesga al máximo, juega contra reloj, tomó de sorpresa a propios y extraños. No está dado que la parca ley que propone el adelantamiento electoral en cuatro meses se apruebe y menos que eso se logre en los apremiantes plazos necesarios para llegar en regla al 28 de junio. Si resulta, el kirchnerismo habrá conseguido poner en estado de asamblea a la oposición, apurar sus internas (plenas de personalismo y hueras de organicidad), llegar a las urnas en orden fiscal y social.
Las variaciones de cronograma o de reglas son clásicas y transversales a todas las fuerzas políticas, malas costumbres que cunden. Los votantes, mal que les pese a algunos analistas-moralistas, obran con pragmatismo. No castigan con su voto a nadie por transgredir las reglas, mudar de domicilio, interrumpir su mandato o renunciar a su cargo en pos de otro. Graciela Fernández Meijide, Carlos Ruckauf, Cristina Kirchner son ejemplos del pasado, entre docenas. Tampoco les costó nada a tantos candidatos que punteaban en las encuestas desairar debates televisivos, desde Carlos Menem a Mauricio Macri, sin agotar la nómina. Hoy día, ninguno de los devotos de Julio Cobos se inquieta por saber si hay algún precedente constitucional del voto contra su propio gobierno. Y los sondeos auguran que la renuncia de Gabriela Michetti a la vicejefatura de Gobierno, pese a haber prometido lo contrario, no desanima a quienes acompañan su propuesta. Nadie reniega de la camiseta por un gol consumado con la mano de Dios. La cultura republicana doméstica deja mucho que desear, por arriba y por abajo.
La movida de los Kirchner no es ilegal ni exótica, sí desprolija. Sus resultados son un arcano. Sus efectos inmediatos serán trastrocar el año legislativo: hasta junio se trabajará poco, con standards feroces de encono. Desde julio, la futura composición de las cámaras condicionará su desempeño.
En cuanto a la legitimidad del Gobierno, quedará supeditada a lo que decida el pueblo soberano. Las elecciones serán locales pero su repercusión se nacionalizará, como siempre ocurrió. Las sumas de votos y de bancas serán de rigor; las interpretaciones, un campo de batalla. Es verosímil y hasta posible que el resultado no sea plebiscitario, ni a favor ni en contra. La lectura del veredicto no pinta unánime y las hipótesis no serán inocentes de intención política.
Una disputa de sentido, más sutil que los intercambios cotidianos, empezará a bosquejarse.
El politólogo sueco se apresura a pedir una partida extra para subcontratar a un semiólogo. La pelirroja progre es semióloga, o casi.
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La hoguera de las candidaturas: La aceleración tomó a contrapierna al Properonismo y desnudó sus tremendas internas. Francisco de Narváez aceptó el desafío, sin más. Felipe Solá, que le viene de atrás, tiró la bronca. Mauricio Macri surfeó por el medio, los tres cada uno por su lado. Es un secreto a voces que el ex gobernador no irá de segundo del diputado-empresario. Solá añade otra perplejidad al costumbrismo argentino: quizá (sólo si le conviene) renunciará a mitad de mandato a su banca de diputado para ir a por otra banca de diputado. El decano de Sociales lee el informe respectivo y, aunque está habituado al peculiarismo argentino, sospecha que su discípulo bebió de más y le tira de las orejas, vía correo electrónico.
En el kirchnerismo cunde buen humor, se ufanan porque las listas propias están mucho más avanzadas que las de la oposición. Es así, en sesgo, pero ninguna está abrochada del todo. Si sale la nueva ley, los cierres de lista serán para alquilar balcones. Y el libro de pases dará que hablar por semanas, cuanto menos.
Cada cual marca su territorio. Los gobernadores, de todo pelaje, agradecen el cambio de fecha. Los kirchneristas lo extrovierten, otros callan. Los une una estrategia común: todos a amurallar el territorio. Con junio a la vuelta de la esquina, Néstor Kirchner tendrá (aún) menos juego para meter cuchara en las boletas que diseñen los “gobernas” amigos. Estos se aferran a la lapicera y tendrán primacía para ordenar las listas.
Todo peronista que domine una provincia se prepara para el día después. Varios mandatarios provinciales, incluidos algunos que se llevan bien con Kirchner (José Alperovich, Jorge Capitanich, José Luis Gioja, Juan Manuel Urtubey), mantienen contactos cotidianos entre sí y con algún semidíscolo como Mario Das Neves. El día después se abrirá la agenda del Confederal de líderes provinciales, un caucus de aquéllos, pedirá la palabra para discurrir sobre las candidaturas de 2011.
Kirchner necesita, para formar parte de ese cónclave decisorio, vencer en Buenos Aires. Su candidatura es una hipótesis muy avanzada. Las encuestas, dicen en Olivos y en la Rosada, le dan bien. Las de profesionales de postín y alguna otra. Luis D’Elía acudió a una consultora que releva a miles de personas, por vía telefónica; asegura que en el segundo cordón el ex presidente flamea muy alto. Los consultores afamados se ríen de ese tipo de estudios, que condenan por poco serios. Eduardo Duhalde confiaba en ellos, sin privarse de otros más refinados. Como fuera, la tropa propia da por sentado que “Néstor mide bien”. La necesidad, ya mentada, empuja a favor.
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Regresión sin gloria: Un canal de noticias por cable, notoriamente derechoso, llama “fiscal garantista” a la funcionaria judicial que, supuestamente, incurrió en mala praxis facilitando la absolución de un acusado por violación. Se la acusa de mala praxis, el videograph hace una trasposición brutal: garantistas no son los que actúan con apego a ley sino cómplices. Uy, uy, uy.
Otro canal de noticias, que expresa al sentido común argentino, presenta a Juan Lascurain y Antonio Caló. Los identifica como “el titular de la UIA” y “el jefe de la UOM”. Un presidente de una corporación empresaria es “titular”, un secretario general de un sindicato, un “jefe”. A veces un videograph funge como un editorial.
Los ejemplos son muestras gratis de un clima político cultural regresivo, eventualmente espantoso, que pinta la etapa mejor que una charra discusión sobre fechas. La derecha se expone, sin ambages, abandona el ropaje de la corrección política. Llambías se olvida de las melosas proclamas populistas de Buzzi y habla en nombre de “la plata que nos sacan”.
La pena de muerte no rige en casi ningún país central, con excepción de algunos estados de Estados Unidos. Tampoco entre nuestros vecinos y hermanos regionales. Acá se ha transformado en un tópico exacerbado por gente de la farándula y azuzado por un periodismo que ni siquiera tiene el tino de recordar los valores humanistas de Occidente o la vigencia de la Constitución nacional.
Cada vez que las materias agropecuarias tuvieron precios altos y compradores ávidos, la derecha autóctona fantaseó con un liderazgo nacional y un proyecto de país. Ese proyecto jamás tuvo asidero y por eso sólo se enancaron en ella los propios interesados y políticos ligados a minorías. Otrora el granero del mundo, ahora los proveedores de forraje para los chanchos chinos. Utopías regresivas, recurrentes, inviables. Pero radicales y peronistas de la era global disputan el favor de ese sector, casi como único objetivo electoral.
No hay consensos ni intercambios entre fuerzas políticas antagónicas. Pero sí hay una suerte de acuerdo tácito (determinado por tendencias electorales): diseñar un mapa divisivo, entre regiones y clases sociales. Cortes duros, con escasos vasos comunicantes. Los mejores momentos de la historia democrática, cree el cronista, sucedieron cuando partidos populares supieron interpelar a una conjunción entre los trabajadores y la clase media: en proporciones distintas Yrigoyen, Perón, Alfonsín, Kirchner. Con núcleo en el proletariado o en el medio pelo, con el acicate de la movilidad social ascendente, con la bandera de la integración social. Se husmea en el aire un fraccionamiento rudimentario, regresivo también, menos consistente con la complejidad de la sociedad argentina. Dos bandos apuestan a una elección bonaerense Conurbano versus Interior; no es un esquema político deseable, en el siglo XXI.
Esta semana también tendrá sus avatares: otro capítulo de la latosa saga del “campo”, la presentación del proyecto de ley de Radiodifusión, la sesión que promueve la oposición para bajar las retenciones. Son temas relevantes, mas parciales.
El ítem central de la agenda pública, todo lo sugiere, serán los dimes y diretes sobre el día en que se votará. El colapso económico mundial y el contexto cultural autóctono ameritan debates más densos, pero por ahora no son frecuentes en plaza.
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