Martes, 17 de noviembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › EL CAMBIO CLIMáTICO UNIó A LOS PRESIDENTES DE BRASIL Y FRANCIA
Ambos presentaron lo que el brasileño llamó una “Biblia climática” para “salvar” la cumbre en Copenhague. EE.UU. y China hicieron prácticamente oficial el hecho de que no habría un acuerdo sobre una reducción de emisiones contaminantes.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Si se hubiesen medido en una confrontación nacional, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y el de Brasil, Inácio Lula da Silva, habrían sido antagonistas irreconciliables. La escena internacional los ha unido, sin embargo, en una curiosa asociación que ha dejado a un lado sus opciones políticas divergentes. En principio, nada convergente hay entre el liberal conservador Nicolas Sarkozy, enamorado del modelo norteamericano tal como lo plasmaron los ex presidentes Ronald Reagan y George Bush hijo, y el socialdemócrata Lula. Sarkozy y Lula se aliaron, no obstante, en una pareja disonante con un objetivo internacional común: el cambio climático. Ambos presentaron en París lo que Lula llamó una “Biblia climática”, con la meta declarada de “salvar” la conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático que tendrá lugar en Copenhague en la primera semana del mes de diciembre. De hecho, la conferencia ya tiene todos los ingredientes del fracaso, luego de que los dos países más contaminantes del planeta, Estados Unidos y China, hicieran prácticamente oficial el hecho de que en Copenhague no habría un acuerdo vinculante que desemboque en la reducción de las emisiones de dióxido de carbono. Ese pesado nubarrón de dióxido de carbono que se estancó en el horizonte de la humanidad forjó un pacto entre el socialdemócrata latinoamericano y el liberal europeo. “Con Lula vamos a dar la vuelta al planeta para convencer, porque el mundo es multipolar”, dijo en París un entusiasta Nicolas Sarkozy.
El adversario designado de París y Brasilia es lo que el mismo Lula llamó “el G-2”, es decir, Beijing y Washington. El presidente francés busca modelar una alianza entre los grandes países industrializados, las naciones emergentes y los países que están inmediatamente amenazados por el calentamiento del planeta, como es el caso de algunos africanos que no pertenecen a la cuenca del Mediterráneo, los países insulares como las Maldivas o naciones como Laos, Camboya y Bangladesh. Sarkozy sale a la arena mundial con un carta nacional: el Ejecutivo francés aprobó un impuesto a las emisiones de dióxido de carbono, con lo cual Francia se suma al grupo de países compuesto por Finlandia, Suecia, Noruega y Dinamarca en donde ese gravamen a la contaminación ya existe. Lula, a su vez, se comprometió a finales de la semana pasada a reducir de aquí al año 2020 entre un 36 y 39 por ciento la tasa de sus emisiones de anhídrido carbónico –CO2–, que es el principal responsable del calentamiento global. Brasil es el cuarto emisor mundial de gases con efecto invernadero.
Aunque la batalla por un texto con compromisos firmes y no una mera declaración de intenciones parece perdida antes de que se inicie la cita de Copenhague, Lula y Sarkozy adoptaron en la capital francesa una posición conjunta cuyo principal enunciado es que para ambos países la “lucha contra el cambio climático es un imperativo que debe ser íntegramente compatible con un crecimiento económico duradero y con la erradicación de la pobreza”. Con ese enunciado bajo el brazo, los dos dirigentes se comprometieron a buscar apoyos en todo el mundo porque, según enfatizó Lula, “no tenemos derecho a permitir que Obama y Hu Jintao –el presidente chino– celebren un acuerdo tomando como base únicamente las realidades de sus respectivos países”. A su vez, Sarkozy repitió que “no aceptaremos elaborar compromisos para que después los demás digan ‘ya veremos mañana’”.
Sarkozy será el primero en comenzar a dar la prometida vuelta al mundo. El 19 de este mes viajará a Bruselas para encontrarse con la canciller alemana, Angela Merkel, y el primer ministro danés –país que organiza la cumbre sobre el clima– a fin de consolidar la posición europea. Luego, Sarkozy irá a Manaos, Brasil, donde Lula se reunirá con los diez países de la cuenca amazónica para convencerlos de que adopten un paquete de medidas similares a las que Brasilia anunció la semana pasada. El 27 y el 28 de noviembre, Sarkozy seguirá su gira en Trinidad y Tobago, adonde asistirá con invitación a la cumbre de los países del Commonwealth. Líderes brasileño y francés quieren que su iniciativa, la “Biblia climática”, sea aceptada por los países de Africa anglófona y también por Australia, Canadá, Nueva Zelanda y la India, que es un socio determinante.
En este contexto, el ministro francés de Medio Ambiente, Jean-Louis Borloo, propuso un plan ambicioso a aquellos países que consumen menos de dos toneladas de CO2 por año y por habitante. La lista es por demás elocuente: la India consume 1,2 tonelada, China 5,5, Estados Unidos 24 toneladas y Francia 8. El plan tiene además esquemas específicos para Africa, donde sólo una cuarta parte de la población dispone de energía. El plan contiene un vasto programa de desarrollo de energía solar, proyectos de reforestación –cada año Africa pierde un territorio equivalente al de Grecia– y una ayuda directa a los países amenazados por el aumento del nivel del agua. Según París, todo este dispositivo sería financiado por una tasa de 0,01 por ciento sobre las transacciones financieras. Francia calcula que se podría recaudar el equivalente a 30 mil millones de dólares por año.
El sueño de París y Brasilia consiste en crear una organización internacional de medio ambiente bajo el amparo de las Naciones Unidas y en lograr que, para 2050, los gases contaminantes desciendan al menos a la mitad de los porcentajes registrados en 1990. Ese es el sueño común. La realidad inmediata es Copenhague y, allí, chinos y norteamericanos tienen la última palabra. “No es realista esperar que un gran acuerdo internacional totalmente vinculante pueda ser negociado entre ahora y Copenhague”, declaró Michael Froman, viceconsejero nacional de Seguridad de la Casa Blanca. Lula y Sarkozy viajan por el mundo con un mensaje que, en lo inmediato, no se traducirá en textos vinculantes y cifras concretas.
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