EL MUNDO › OPINION

Yemen

 Por Juan Gelman

Forma parte ya de la lista de países –Mali, Pakistán, Somalia, Uganda y otros– en los que el Pentágono y la Casa Blanca desarrollan esa clase de guerra no declarada que abunda en los llamados “daños colaterales”. En este caso, con la participación de Arabia Saudita, su aliado más sólido en la región. Los bombardeos de cazas estadounidenses y de la fuerza aérea saudí son tan constantes como los argumentos falaces que los “justifican” y, sobre todo, como la muerte de civiles yemeníes.

El general David Petraeus, jefe del comando central a cargo de las guerras de Irak, Afganistán y Pakistán, declaró que “EE.UU. apoya la seguridad de Yemen en el contexto de la cooperación militar que proporciona a sus aliados en la región” (www.yemenpost.net, 13-12-09). El mismo día de esas declaraciones, el diario Yemen Post dio a conocer fotografías de los cazas norteamericanos que bombardeaban la provincia de Sa’ada, al norte de Yemen, en una de las veinte incursiones que llevaron a cabo esa jornada. Su objetivo: liquidar a todos los guerrilleros houtis posibles. El resultado: decena de bajas civiles.

Los pretextos, como siempre, son Irán y Al Qaida. Los rebeldes houtis forman parte de la minoría chiíta del país, un tercio de la población, y se han alzado en armas contra un gobierno autoritario que los discrimina y reprime. Se los acusa de recibir armamento del gobierno de Teherán, pero su chiísmo Zaydi es una versión muy diferente del iraní. Hasta altos funcionarios estadounidenses admiten que no hay evidencias de que Irán los alimente. El Pentágono, a su vez, arguye que bombardea reductos de Al Qaida y, de nuevo, estos insurgentes no sólo no tienen vínculos con las redes de Bin Laden: son posibles blancos de sus atentados.

El Departamento de Estado negó que EE.UU. interviniera en Yemen (www.upi.com, 16-12-09) al día siguiente de que bombardeara repetidamente el norte del país. La Casa Blanca se retractó 24 horas después: Barack Obama había ordenado la ejecución de múltiples ataques con misiles a varios puntos de Yemen en coordinación con el eterno presidente Ali Abdalá Saleh. Realizada la acción, el mandatario estadounidense llamó por teléfono a su colega yemení para felicitarlo por el “éxito” de los bombardeos, que dejaron un saldo de 120 muertos, civiles en su mayoría, mujeres y niños incluidos (www.dailystar.com.ib, 17-12-09). Pese a este anuncio, el mariscal Saleh desmintió la intervención de EE.UU. en la matanza.

Es su costumbre. A pesar de informaciones oficiales de las autoridades de Riad, rebatió a un vocero de los houtis que denunció los ataques lanzados por el ejército saudí el domingo último contra los habitantes de Al Nadheer, un poblado de la provincia norteña de Saada, limítrofe de Arabia Saudita: 54 civiles muertos y numerosos heridos (AP, 20-12-09). Saleh lanzó en agosto pasado un ofensiva contra los rebeldes del Norte con la evidente colaboración de Washington y Riad. Pero los sureños también sufren estas acciones militares.

El gobierno yemení realizó una operación contra un presunto campamento de Al Qaida ubicado en la aldea de Al Maajala, a unos 480 km al sureste de Sana, la capital, que segó la vida de 64 civiles, 23 niños y 17 mujeres entre ellos. Esto provocó una desusada reacción popular: miles de manifestantes se derramaron por las calles de varias provincias exigiendo que se investigue lo acontecido. Miembros del Movimiento del Sur, un frente secesionista pacífico, subrayaron que el objetivo del ataque no era Al Qaida, sino los sureños que sueñan con restaurar lo que hasta 1990 era la República Democrática de Yemen, independiente del norte (www.thenational.ae, 20-12-09). Es un deseo compartido por muchos habitantes de la zona.

Cabe preguntarse el porqué del interés de EE.UU. por el país más pobre de la región: forma parte de la estrategia destinada a extender el conflicto de Afganistán a zonas concéntricas más amplias de Asia central y del sur, el Cáucaso y el Golfo Pérsico, el sudeste asiático y el golfo de Aden, el Cuerno de Africa y la península arábiga (//rickrozoff.word press.com, 15-12-09). La sedicente guerra mundial contra el terrorismo de W. Bush cambió de nombre con Obama: ahora se llama “operaciones de contingencias en ultramar”. Pero los dos productos tienen el mismo olor. A petróleo.

Hay un aspecto convergente y nada despreciable. El papel que Arabia Saudita y las monarquías afines del Golfo Pérsico desempeñan en la “nueva estrategia” de Obama los llevará a invertir en la compra de equipos militares estadounidenses la friolera de 20.000 millones de dólares en los próximos diez años (UPI, 25-8-09). Yemen no participa en el gasto, pero sí en la conjura. Y pensar que alguna vez lo gobernó la reina de Saba, que muchos siglos después se reencarnó en Gina Lollobrigida, dirigida por King Vidor en una película de la que Tyrone Power no alcanzó a ser su amado rey Salomón.

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Imagen: AFP
 
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