Domingo, 8 de enero de 2012 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Esta semana largaron en Iowa las elecciones primarias del Partido Republicano, puntapié inicial del proceso electoral estadounidense. A lo largo de seis meses, de acá a junio, se irán sucediendo elecciones internas republicanas en los cincuenta estados de la Unión. En esas elecciones los precandidatos sumarán más o menos delegados para el congreso que elegirá al candidato del partido el 27 de agosto en Tampa. Son más de dos mil delegados elegidos en proporción a la importancia de cada estado, según los resultados obtenidos, de acuerdo a las reglas que fija cada estado (abierta-cerrada, nominal-proporcional, etc.). A ellos se sumarán ciento y pico de “superdelegados” de partido: gobernadores, congresistas, ex presidentes, operadores y figuras. Entre todos los delegados elegirán al candidato, pero como el delegado de un precandidato no puede apoyar a otro precandidato, el que suma más delegados antes de empezar el congreso siempre gana. El candidato presidencial republicano enfrentará al del Partido Demócrata, el presidente Barack Obama, que va por la reelección sin pasar por internas porque nadie más se presentó.
Aunque siempre puede haber sorpresas, este año el resultado parece bastante cantado. No siempre es así. En la elección anterior, hace cuatro años, era difícil predecir a esta altura quién sería el candidato republicano y quién ganaría la interna demócrata entre Obama y Hillary Clinton. Esta vez Obama tiene vía libre y el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney (foto) parece contar con pergaminos suficientes como para llevarse la nominación republicana sin mayores sobresaltos.
Romney le lleva una ventaja importante a sus competidores en recaudación de fondos y apoyos del establishment partidario. Más importante aún, es percibido como el más sólido de los candidatos en el manejo de la economía y como el más capaz de vencer a Obama. En estas categorías aventajó por un margen de tres a uno y cuatro a uno, respectivamente, a los demás precandidatos en la primaria de Iowa. De los principales precandidatos republicanos Romney es por lejos el más moderado tanto en temas económicos como en temas sociales. Viene de administrar un estado que bien podría considerarse de izquierda en el espectro político estadounidense. Su mayor logro como gobernador es haber empujado una reforma sanitaria parecida a la que impuso Obama el año pasado. Encima cumple con la cuota de novedad que requiere un candidato que aspira a competir con Obama: si ganara, Romney sería el primer presidente mormón de los Estados Unidos.
Pero es difícil que Romney le gane a Obama en el mano a mano. Obama no es el presidente más popular de la historia, pero tiene la casa en orden. Una regla de oro de la política estadounidense es “presidente que se evita la interna, gana la reelección”. Carter fue a internas con Ted Kennedy y perdió con Reagan. Bush padre fue a internas con Pat Buchanan y perdió con Clinton. Obama no fue a internas con nadie y la tiene a Hillary adentro, en el puesto de canciller.
En cambio Romney no la tiene nada fácil. En la interna tiene más para perder que para ganar. No es un desconocido. Ya participó de una primaria, ya no es novedad. Encima ahora todos los demás precandidatos, que son bastantes, se van a juntar para atacarlo, porque necesitan bajar al favorito. Ya lo están haciendo y esto recién empieza.
Además en estos momentos el Partido Republicano está fracturado. Por un lado están los republicanos tradicionales, que buscan reducir impuestos y achicar el Estado. Estos votantes suelen tener distintas opiniones en temas internacionales y sociales pero coinciden en la visión de la economía.
Después está el ala conservadora del partido, que representa una minoría importante, cerca del 40 por ciento del electorado republicano y que tiene una influencia aún mayor en los estados rurales del sur. Estos conservadores se dividen en dos grandes grupos. Por un lado, los llamados “conservadores sociales” que privilegian temas como el aborto, la inmigración y la educación religiosa por encima de los temas económicos. Por el otro, los llamados Tea Party, que buscan una drástica reducción del Estado desde una posición antisistema. La candidata ideal de los conservadores es Sarah Palin, pero la ex gobernadoras se bajó porque no consiguió el apoyo de los popes de su partido. Entonces, varios conservadores se metieron en la interna para ocupar su lugar. Entre ellos, la niña mimada del Tea Party, la ex congresista por
Minnesota Michele Bachmann, que acaba de retirar su candidatura tras terminar última en Iowa. En su despedida, Bachmann prometió seguir luchando “en contra del socialismo de Obama”.
De todos los conservadores, el que picó en punta en Iowa fue el ex legislador ultracatólico de Pennsylvania Rick Santorum. Empató a Romney con el 25 por ciento de los votos, gracias al apoyo de los granjeros cristianos del interior de un estado atípico, sin grandes ciudades. Santorum no tiene dinero ni estructura para competir con Romney a nivel nacional, pero eso puede cambiar rápido si los candidatos conservadores más establecidos, Rick Perry y Newt Gingrich, no levantan vuelo en Carolina del Sur (21 de enero) y Florida (31 de enero).
Antes de esas elecciones clave en estados sureños se viene la primaria del martes en New Hampshire, un estado urbano y liberal de Nueva Inglaterra, el patio trasero de Romney. Ahí el mormón debería ganar sin demasiados problemas, más allá de que el estado también sea terreno fértil para las aspiraciones del diputado texano libertario aislacionista Ron Paul, y las del el ex gobernador de Utah Jon Huntsman, que acaba de recibir el apoyo del diario Boston Globe. Huntsman es una especie de Romney pero más joven, que está ahí para representar a los moderados del partido si el favorito se cae. Muchos creen que Huntsman es un demócrata disfrazado que se equivocó de primaria, tal como lo describió el jefe de campaña de Romney, John Sununu.
Mientras todo esto se decanta con los resultados en los estados decisivos –primero en Florida, después en Texas y Ohio el seis de marzo, más tarde en Nueva York y Pennsylvania el 24 de abril, finalmente y si hace falta en California el seis de junio– Romney se tiene que aguantar que todos los republicanos disparen en contra de él, mientras él, para no herir susceptibilidades, sólo puede criticar a Obama.
El jueves, por caso, Gingrich le enrostró que su currículum de gobernador de Massachusetts incluye haber nombrado jueces liberales, haber aumentado impuestos y haber aprobado una reforma sanitaria que permite el financiamiento público de cierto tipo de abortos. “La gente va a decir, ‘éste no es el candidato que pretendemos para el Partido Republicano’”, azuzó el veterano ex jefe de bancada y diputado por Georgia, un verdadero provocador profesional. Romney ya viene recibiendo ese tipo de ataques desde hace rato y no van a parar hasta que el último rival se baje de la interna. Básicamente lo acusan de acomodaticio, de no tener principios, porque cuando se va de campaña a un estado ultraconservador y cristiano como Oklahoma, no repite lo mismo que decía cuando mandaba en el progresista y liberal Massachusetts. Lo buscan en el Google y le pegan con eso.
Cuando Romney finalmente se salga de esa trituradora mediática, entonces podrá elegir entre los presidenciables conservadores al que menos lo ofendió para ofrecerle la candidatura a vicepresidente. A partir de ese momento empezará un corto período de luna de miel en el que el candidato intentará unificar el partido.
Pero si el candidato es Romney, como todo parece indicar, difícilmente despierte el fervor de las bases más militantes del partido, que lo ven a Romney como un tipo capaz pero demasiado poco conservador.
Una vez que se decida la situación en su propio partido, Romney deberá encarar un desafío que no es menor, el de demostrar que es distinto que Obama, que tiene un plan distinto y superador. Hasta ahora no suena muy convencido cuando se alinea con el partido para reclamarle al presidente que achique incentivos estatales para la economía real, sobre todo cuando las últimas estadísticas parecen mostrar que Estados Unidos finalmente está saliendo de la recesión.
¿Qué significa todo esto para Estados Unidos? No mucho, sería la respuesta corta. Si la elección es entre Obama y alguien parecido, lo de rigor es más continuidad. Pero hay matices, claro. En esta elección estará presente como nunca el debate sobre el rol del Estado en la economía, confrontando las posiciones de los dos movimientos sociales que han surgido en los últimos años, el Ocuppy y el Tea Party. El margen de victoria para uno u otro campo pondrá al país más cerca de la Europa neoliberal o de la Latinoamérica keynesiana.
¿Y cómo se ven las cosas desde América latina? Si ganan los republicanos, cosa que por ahora no se vislumbra, es probable que pongan más plata y más atención en la región para ganarse el voto latino, tradicionalmente demócrata. Es por eso que aunque sus votantes son antiinmigrante, fueron republicanos el último presidente en lograr un blanqueo de inmigrantes (Ronald Reagan) y el último en intentarlo en serio (George Bush hijo). Por eso si ganan los republicanos puede haber reforma migratoria y algo más. Se puede reflotar el ALCA, o el Plan Brady, ambas iniciativas republicanas, o algo por el estilo, algún supuesto incentivo que pueda servir para dividir a los países latinoamericanos, o para unificarlos en el rechazo.
En cambio si gana Obama todo seguiría como hasta ahora, con relaciones correctas pero cada vez más distantes.
No serán las primarias más divertidas, pero siempre dejan alguna tela para cortar.
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