Viernes, 30 de agosto de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Alfredo Serrano Mancilla *
El neoliberalismo ha hecho lo imposible para apoderarse de la propiedad privada de los significantes de muchos lugares comunes: democracia, desarrollo, paz. La –mal llamada– comunidad internacional no soporta preguntas molestas que cuestionen la semiótica imperante. Democracia, ¿cuál? Desarrollo, ¿para quién? Paz, ¿frente a qué? El orden neoliberal logró con éxito evitar responder a estas interpelaciones. Su monopolio lingüístico sigue siendo una herramienta ideal de dominación, de colonialismo, de conservación del injusto statu quo.
A esta lista gourmet del lenguaje de agencias internacionales se le ha sumado, y con qué fuerza, una nueva: ecología. La economía ambiental fue el tópico elegido por los poderes fácticos para explicar la relación entre seres humanos y medio ambiente al servicio del neoliberalismo, a partir de un enfoque parcial, mecanicista, crematístico y antropocéntrico. Al otro lado está la economía ecológica, que presenta una visión integral, con incertidumbre. Para este paradigma, el hombre no puede ser el centro del mundo, pero la naturaleza tampoco; lo que existe es una coevolución sistémica de lo ambiental, lo social, lo económico.
Esta cuestión es exactamente la que parece haber sido olvidada por muchos de los académicos centrados en escribir sobre la Pachamama y el buen vivir. El cambio de época de buena parte de América latina, y más concretamente las nuevas constituciones de Bolivia y Ecuador, ha atraído la atención de un nuevo ecologismo que nada tiene que ver ni con las bases de la economía ecológica y mucho menos con los principios de tantas cosmovisiones indígenas. Este neoecologismo se autopresenta como la única voz autorizada para disputar contra el capitalismo los principales significados en torno del medio ambiente y su política. Se pasó del antropocentrismo al pachamacentrismo de manera casi frívola si se advierte la deuda social heredada por el neoliberalismo. Los procesos de cambio no parten de condiciones ideales, sino de realidades caracterizadas por acumulaciones originarias muy injustas con elevado déficit social. El buen vivir propuesto en Ecuador le da una gran importancia a la naturaleza, pero también al reparto de la riqueza, a la distribución justa de la educación, salud, vivienda. Conciliar, entonces, esta dialéctica real, justicia ambiental con justicia social, es una tarea complicada de la que no se puede rehuir invisibilizándola.
Este neoecologismo emergente ahora arremete sin piedad contra Correa. ¿Por qué? La Revolución Ciudadana se atrevió contra-corriente a plantear la propuesta Yasuni ITT: el país “se comprometía a mantener indefinidamente bajo tierra las reservas petroleras del campo ITT en el Parque Nacional Yasuni a cambio de una contribución internacional equivalente al menos a la mitad de las utilidades que recibiría el Estado en caso de explotar el petróleo de este bloque en la Amazonia”. Correa lo intentó pero no pudo ser; lo intentó confiando equivocadamente en que podría convencer al mundo capitalista que dejar el petróleo bajo tierra sería tan positivo como no emitir más de 400 millones de toneladas de CO2. Este intento sólo logró recaudar el 0,37 por ciento de lo previsto porque el mundo capitalista no quiere ninguna medida que implique cierta mínima solidaridad ecológica. Después de eso, Correa asumió la difícil decisión de explotar el 1 por mil del Parque Yasuni. Y esto ha provocado la ira contra el presidente de buena parte de este neoecologismo, incluso con más ferocidad que si se tratara de un líder neoliberal; se hace una crítica de todo o nada, en forma maniquea, donde sólo existen dos únicas opciones: se conserva la naturaleza, o de lo contrario, “no se quiere a la madre tierra”. Este planteamiento ignora buena parte de los grandes problemas que tiene la población ecuatoriana, que también es sujeto de derecho del buen vivir. El neoecologismo yerra si su propuesta política se ancla en conservar toda la naturaleza intacta dejando de atender muchas injusticias acumuladas. No hay duda de que el objetivo es reducir la dependencia de los recursos naturales para concluir con el patrón de intercambio desigual propio del neoextractivismo. No obstante, tampoco nadie ha de dudar que, mientras tanto, se requieren políticas que se apropien de las plusvalías del uso responsable de la naturaleza para redistribuir y saldar la deuda social del neoliberalismo, así como de políticas industrializadoras que eviten pérdida de soberanía fruto de la inserción dependiente en la economía del mundo. Como diría Linera, son las contradicciones creativas de la revolución, que han de resolver virtuosamente la tensión entre pueblo y naturaleza, para que todos puedan disfrutar el buen vivir. Si la ecología se ocupa de esto comprehensivamente, perfecto; y si no, me quedo con esas contradicciones propias de las políticas de cambio a favor de las mayorías que, como en Ecuador, permite reducir la pobreza del 37 al 27 por ciento en seis años, y conseguir ser el país de la región que más redujo las desigualdades.
* Doctor en Economía.
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